Casa-Antonio-Machado

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El Cultural

La maleta recobrada de Antonio Machado

19 julio, 2017 02:00

Cada tarde salía del Instituto donde impartía clases de francés, dejaba atrás el Mirador de la Canaleja desde cuyo café acristalado se veía La Mujer Muerta, recorría la calle Real y al llegar a la pensión dejaba su sombrero y su gabán en el perchero de la entrada y atravesaba el pasillo, deteniéndose quizá en la cocina para saludar a la señora Luisa o tomar el quinto café del día frente a los pucheros y las tinajas de barro. Luego subía los seis peldaños que comunicaban los dos pisos y que eran una tortura para sus pies planos, miraba el reloj del comedor y seguía caminando hasta llegar a su cuarto, donde se sentaba a escribir o a leer en la mesa camilla con el brasero encendido junto a sus pies.

La "blanca hospedería" de la calle de los Desamparados, muy cerca de la Catedral y a pocos metros de la iglesia de San Esteban, fue el escenario de estos versos a Pilar Valderrama, la Guiomar de sus poemas y su último amor: "Hoy te escribo en mi celda de viajero, / a la hora de una cita imaginaria". Antonio y Pilar se conocieron en el vestíbulo del Gran Hotel Comercio en junio de 1928, pero ella estaba casada y su relación platónica y epistolar no fue más allá de la amistad. Pese a todo, este idilio imposible fue un bálsamo para el corazón del autor de la generación del 98, que en 1912 había perdido trágicamente a Leonor, carcomida por dentro como el olmo centenario de Soria ("y en sus entrañas /urden sus telas grises las arañas"). A sus 53 años no confiaba en volver a enamorarse, y la aparición de la joven poeta le desconcertó: "Nel mezzo del camin pasóme el pecho / la flecha de un amor intempestivo".

Me asomo a la ventana del comedor y contemplo un mar de tejados y a una mujer tendiendo la ropa que se esconde tras la cortina cuando me ve. El suelo de madera cruje bajo mis pies, pero el resto es silencio y luz. Aquí no hay turistas con cámaras colgadas del cuello. Aquí sólo hay palomas cantando en el patio y tiempo detenido en una casita humilde cerca de la judería.

El reloj del Ayuntamiento da las 5. Allí mismo, el 14 de abril de 1931, se proclamó la II República y el propio Machado izó la bandera en el balcón. Dos meses antes, en plena Plaza Mayor, presidió un mitin donde participaron Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Los recortes del periódico El Sol que decoran la cocina de carbón son de mayo de ese mismo año. El de la derecha, sobre el lavadero de piedra, muestra a Unamuno y Ortega.

En la modesta pensión de Luisa Torrego, que aún conserva las parras y los perales, Antonio escribió gran parte de su obra teatral, creó sus heterónimos Juan de Mairena y Abel Martín, conoció a su nueva musa y colaboró con ensayos y artículos de crítica literaria en periódicos de tirada nacional y publicaciones culturales como la Revista de Occidente. Pagaba sólo cinco pesetas diarias, pero pasaba un frío atroz. La estufa de petróleo que le regaló su hermano Manuel para hacer frente a los duros inviernos era más decorativa que útil. El poeta sevillano, que a menudo tenía que volver al café para seguir leyendo, dormía con el balcón abierto "para que se caldeara la habitación". Un día la estufa ardió y salió despavorido con la cara negra. Aparte de este aparato que pudo haberle matado, en su cuarto hay una maleta de cuero de aquella época que recuerda a la que dejó el escritor cuando se marchó a Madrid en 1932 y en la que doña Luisa tuvo que meter sus papeles.

Entrada y jardín de la pensión en la que vivió Antonio Machado en Segovia

A finales del 19, nada más llegar a Segovia, Machado fundó junto a otros intelectuales la Universidad Popular, una iniciativa pionera en España que ofrecía cursos gratuitos nocturnos y lecturas literarias. Fue uno de los proyectos que nacieron para defender los derechos y libertades que estaban siendo vulnerados. Bajo esta misma premisa y amparadas por la Institución Libre de Enseñanza surgieron las Misiones Pedagógicas, entre cuyos voluntarios se encontraban la filósofa María Zambrano, el cineasta José Val del Omar, el poeta Luis Cernuda, la pintora Maruja Mallo o la académica Carmen Conde.

Los fundadores de la Universidad crearon además una Biblioteca Circulante a la que donaron una serie de libros. El autor de Campos de Castilla aportó cincuenta volúmenes de su colección particular, muchos de los cuales se conservan en la alcoba contigua al comedor, entre un tocadiscos Fonivox y una estantería con ejemplares de la revista Manantial en la que también colaboraba Unamuno y donde se daban cita las vanguardias. En otra estancia se encuentra la Biblioteca Machadiana dedicada a las obras escritas por y sobre el poeta, un "hombre misterioso" según Rubén Darío que en la ciudad castellana era asiduo a las tertulias de La Unión, un café de divanes rojos y espejos donde se reunía con sus amigos a primera hora de la tarde para debatir temas culturales, filosóficos, políticos y de actualidad.

Pero aquella época de compromisos y sueños se vio pronto truncada por la guerra, y Antonio, que padecía una enfermedad pulmonar causada por su adicción al tabaco, apuró "el limpio vaso de pura sombra lleno" al alcanzar su destino final, un pueblecito de la costa francesa al que llegó huyendo de la barbarie, famélico y pálido como un espectro.

Collioure, pintado por los fauvistas Matisse y Derain, fue el lugar que le vio morir el Miércoles de Ceniza de 1939. Sus últimas palabras fueron "Adiós, madre", y ella, anciana ya y enajenada, lo siguió tres días después. Su hermano José encontró en el viejo gabán del poeta un papel arrugado con un nuevo verso ("Estos días azules y este sol de la infancia"), un poema reescrito recordando a Guiomar ("Se canta lo que pierde") y el comienzo del monólogo de Hamlet ("To be or not to be"). Tras perder su maleta en la frontera lo único que le quedaba era el recuerdo de la niñez, del amor y de la muerte y una cajita de madera con un puñado de tierra de España con la que quería ser enterrado. Se fue como había previsto: desposeído y frente al mar.

"Y cuando llegue el día del último viaje
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar."