Era 1987 cuando el escritor, traductor y crítico Eduardo Lago (Madrid, 1954) viajó hasta Estados Unidos con la vaga idea de pasar un año allí. Más de 30 años después continúa viviendo en Nueva York, donde da clases en la Universidad Sarah Lawrence College y ha sido director del Instituto Cervantes. Esas décadas inmerso en el mundo literario norteamericano han hecho de Lago uno de los mayores expertos de todo el ámbito hispano en literatura estadounidense, a cuyos mayores exponentes (David Foster Wallace, Philip Roth, John Barth, Don DeLillo...) ha entrevistado, reseñado o traducido. En los ensayos reunidos en Walt Whitman ya no vive aquí (Sexto Piso), Lago reúne tres décadas de opiniones, juicios y críticas demoledoras sobre los grandes escritores estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX y sobre una corriente literaria predominante, la Escuela de la dificultad, que siguiendo su teoría de la doble hélice, contrapone a otra más realista en una tensión entre realismo y vanguardia que recorre desde sus inicios la literatura norteamericana. "El título tiene una clara intención política", explica el escritor, "que es señalar que lo que representa Whitman, la idea originaria de la democracia, un estado de inocencia y autenticidad, brilla por su ausencia en Estados Unidos hoy en día". Pregunta. Comienza hablando ya de escritores del siglo XX, pero ¿cuáles son las raíces anteriores de la literatura estadounidense? Respuesta. Todo empieza alrededor de mediados del siglo XIX con un quinquenio milagroso en el que surgen las grandes voces que van a determinar todo el futuro de la literatura norteamericana. Significativamente en el 49 muere Edgar Allan Poe, padre del cuento y de la novela negra y policial a escala global. Luego están la poesía de Walt Whitman y los ensayos de Ralph Waldo Emerson. Y finalmente Moby Dick, de Herman Melville, que es la novela más importante. A partir de la confluencia de todas estas obras surgen unas líneas históricas que yo después exploro con mi hipótesis de la doble hélice, que habla de la lucha constante entre una literatura más rupturista y otra más convencional. P. Hila varios autores cuya producción se dio en la segunda mitad del siglo XX bajo el epígrafe de Escuela de la dificultad, ¿quiénes la integran y qué características comparten? R. Se trata de una serie de autores que en España no han terminado de calar o lo han hecho con dificultad, como puede ser Thomas Pynchon o William Gaddis, pero también otros como Don DeLillo, Cormac McCarthy y, ampliando el espectro, tendrían cabida nombres como Stanley Elkin, Denis Johnson, William Vollmann... Muchos de estos autores son difíciles porque se enfrentan a la creación con autenticidad, no con fines comerciales. Pero la idea de una escritura difícil no es la única, también hay otro tipo de escritores, algunos extraordinarios genios, que son sencillísimos de entender. Ahí surgió la idea de la doble hélice, y me puse a jugar con los dos polos de la literatura norteamericana, que llegando a la actualidad represento en dos escritores: Jonathan Franzen y David Foster Wallace. La doble hélice es una metáfora muy efectiva sobre dos espirales que se van complementando creando una fricción muy interesante entre el experimentalismo rupturista y de vanguardia y formas narrativas más convencionales y acomodaticias. P.¿Sigue vigente hoy esa forma de narrar? R. No. Este libro es una pequeña lápida a una etapa de la historia que ya se ha ido. Cada época tiene su manera de expresarse artísticamente y al igual que ya nadie construiría hoy una catedral gótica, en la actualidad se escribe de otra manera. Esa Escuela de la dificultad cubre medio siglo, la segunda parte del siglo XX, y la entierra definitivamente La broma infinita, la magistral novela de Foster Wallace. "Foster Wallace escribe con un tono trágico sobre la tristeza que produce el capitalismo, y retrata a la perfección a su generación" P. El libro incluye precisamente una entrevista con Foster Wallace, a quien conoció personalmente, ¿cuál fue su importancia y su legado? R. Foster Wallace es el escritor norteamericano que más ha influido en las nuevas generaciones de jóvenes europeos y latinoamericanos. Su obra es de una honestidad radical, porque él trabajaba en la oscuridad, sin saber muy bien hacia donde iba. Es el genuino artista tratando con los demonios de la creatividad en soledad, unos demonios que le llevaron después al suicidio por problemas de depresión, pero es un hombre cuya literatura tiene una humanidad brutal. Y esto es lo que admiran de él los jóvenes, porque rompe este círculo vicioso y venenoso de la literatura sometida a criterios comerciales. Foster Wallace escribe con un tono trágico sobre la tristeza que produce el capitalismo, y retrata a la perfección a su generación. P. Habla de Foster Wallace y Franzen como los adalides de la última hornada de las letras estadounidenses. ¿Cómo fue su relación y qué papel juega Franzen como representante vivo? R. Toda la nueva literatura que se publica en Estados Unidos se sitúa por parte de los críticos en un arco que va de Franzen a Foster Wallace en el sentido de si el escritor quiere arriesgar mucho o poco, porque representan los dos polos de entender la literatura. La imagen que yo veo entre ambos es la de un partido de tenis. Son grandes amigos que se admiran e influyen mutuamente, empiezan a publicar a la vez y ambos comparten una estética muy parecida, además de esa despreocupación por todo lo ajeno a la propia escritura, como las ventas. Pero llega un momento en que se separan. Franzen hace una reflexión y escribe un artículo muy interesante atacando a la figura de William Gaddis, al que llama Mr. Difficult, y dice que ya está bien de volver locos a los lectores y que es hora de entretenerlos un poco. Lo que es legítimo, claro. Pero ahí hay una especie de pequeña traición hacia la idea de literatura que compartían ambos, porque Foster Wallace nunca se plantea nada de esto, se limita a escuchar su voz interior y es fiel a ella. La jugada le sale bien en principio a Franzen, que alcanza éxito literario, pero sus novelas son ya muy convencionales, es decir, se olvida un poco de la obligación de ser fiel a lo que nuestra época exige de un escritor y una obra. Ahora el tiempo se ha vuelto contra él, porque cada nueva novela que saca tras Las correcciones es un poquito peor que la anterior. P. El año pasado fallecieron Philip Roth y Tom Wolfe, ¿qué se pierde con su muerte más alá de dos extraordinarios escritores, cuál es su legado? R. Los dos son muy importantes en la literatura de las últimas décadas, pero los separa un criterio clave, la calidad literaria. Philip Roth se separa un poco de la escuela de la dificultad porque tiene un componente muy serio de realismo, pero es un gran escritor. Más que un escritor es una literatura, porque tiene más de 30 novelas. Lo único que hizo en toda su vida fue escribir y cuando terminó su misión dijo he cumplido y paró. Tom Wolfe, por su parte, no es un escritor de alta categoría, pero sí es interesante como periodista que ayuda a crear una escuela, el Nuevo Periodismo, donde se mezclan los códigos de la ficción y la no ficción creando un lenguaje nuevo. Ése es su legado y no sus fallidas novelas. "Philip Roth y Tom Wolfe son muy importantes en la literatura de las últimas décadas, pero los separa un criterio clave, la calidad literaria" P. En uno de los ensayos abre el melón de la eterna pregunta que ahora le traslado, ¿qué es la Gran Novela Americana? R. Esta ridícula etiqueta fue creada en el siglo XIX por un periodista que se refería a una novela grande en sentido literal, extensa y de largo alcance, y que sea capaz de explicar lo que sucede en una sociedad tan extraordinariamente compleja, rica, y variada como es la de Estados Unidos. Esto es lo que hizo en su época Cervantes con el Quijote, darle a España y al mundo una novela que explica el ser de una nación en un momento muy peculiar de su historia. Es tan interesante lo que logran las novelas que explican lo que siente una sociedad en su conjunto que ni siquiera hace falta leerlas, mucha gente no ha leído el Quijote pero sabe perfectamente de qué trata. P. ¿Qué papel juega ese mito en las letras estadounidenses, puede ser un inconveniente para los jóvenes escritores? R. Puede serlo en el sentido de que escribir una obra así no está al alcance de todo el mundo y puede ser frustrante, pero intentarlo es bueno para los escritores. Tomar estos modelos y tratar de superarlos es muy beneficioso, pero claro, está el problema de la diferencia de talento. Cuando Raymond Carver, el gran cuentista, empieza a crear una manera de narrar que desembocará en el realismo sucio tiene miles de imitadores, pero ninguno tiene su talento. P.¿Qué caracteriza a la literatura norteamericana de hoy? R. Hoy en día está muy condicionada por dos factores negativos que domestican el talento literario. Por una parte la política editorial, un modelo que genera buenos beneficios económicos pero donde lo literario es secundario. La literatura se ha quedado confinada en un territorio de castigo que se llama novelas literarias, es decir, la verdadera literatura es hoy un sector pequeño de la industria editorial, porque lo que prima son los grandes best sellers que proporcionan ventas y dinero. Esto también provoca que no haya criterio y que cada cinco minutos haya una obra maestra imperdible que luego se olvida a los pocos meses. Siempre habrá grandes escritores, pero no están en el centro del panorama. Además, en Estados Unidos hay una potencia formidable de los talleres de escritura y la gran mayoría de escritores enseñan en universidades, lo que hace que se perpetúe un modelo de escritura que invariablemente acaba volviéndose académica. Esto no permite aflorar el talento salvaje en estado puro de gente como Bukowski o Henry Miller, que lidiaban con la vida, no con ningún profesor que les decía cómo hacerlo mejor. "El talento literario está hoy domesticado en Estados Unidos por dos factores, el mercado editorial y el academicismo" P. Como afirma en el libro es difícil hacer una selección, pero ¿quiénes son sus principales figuras? R. Dicho lo anterior, hay grandes escritores, pero ninguno que destaque especialmente como en su día Foster Wallace, ningún nombre de potencia equiparable al citado Philip Roth o, por ejemplo, a Cormac McCarthy. Destacaría a George Saunders, que triunfó mucho con Lincoln en el Bardo, y a otros como Jonathan Lethem, Jeffrey Eugenides, Michael Chabon o William Vollman, que es una fuerza desatada de la naturaleza. Pero no hay un nombre definitivo al que aferrarse, seguramente están ahí y ya se han producido sus primeras obras, pero los referentes siguen siendo los Pynchon o DeLillo. ¿Lo más interesante? Las minorías, por ejemplo lo que están haciendo los afroamericanos, como Paul Beatty y Colson Whitehead. Y lo que hacen, desde luego, y no por modas políticas o éticas, las mujeres, como Nicole Krauss o Jennifer Egan. P. ¿Qué papel juega hoy en el mundo las letras estadounidenses? R. Los Estados Unidos han tenido a lo largo de su historia literaria nombres de influencia mundial como todos los citados anteriormente, pero quizá su momento ha pasado. Como explica muy bien George Steiner, la cultura norteamericana se aprovechó en su día del cansancio que vivió Europa tras las guerras mundiales y de la fuerza que le daba la necesidad de explicar el ser de su país, que es complejísimo, y que dejó una huella épica y estética en todas las artes. Pero ahora mismo me parece que los Estados Unidos están dejando de tener interés e importancia literariamente porque sus lanzamientos ya no tienen resonancia mundial ni causan el estupor de décadas anteriores. Lo que era una sociedad efervescente es hoy una sociedad bastante codificada y controlada por las corporaciones y los modelos artísticos que pueden exportar al mundo no tienen el interés que tuvieron en otros momentos.