Image: Rogelio López Cuenca

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Arte

Rogelio López Cuenca

"Lo más interesante pasa siempre en la frontera"

2 mayo, 2001 02:00

De naturaleza, peleón. Igual de crítico con las instituciones que organizan las exposiciones que con los artistas, Rogelio López Cuenca sale de su escondite malagueño para presentar en Madrid sus últimos trabajos agrupados bajo el título El paraíso es de los extraños. Antes de llegar ha querido repasar aquí su trayectoria. Y hablamos del arte público, de la inmigración (omnipresente en sus obras), del lenguaje...

Rogelio López Cuenca (Nerja, Málaga, 1959) se toma muy en serio todo lo que hace. Empezamos esta conversación sin saber cuándo se celebrará su próxima inauguración. Una llamada telefónica de su galerista, Juana de Aizpuru, le saca de dudas. Ha logrado retrasar la apertura unos días: el 9 de mayo inaugurará El paraíso es de los extraños en el espacio madrileño. Esto le relaja, a pesar de que ya lo tiene prácticamente todo, incluso ha "colgado" en su página web algunos de los contenidos y de los textos que se podrán ver en la sala. Preocupado por el lenguaje, en sus obras y en su vida, medita cada palabra y me hace prometer que revisaremos bien las contestaciones. Con la respuesta tranquilizadora damos comienzo a la entrevista.

-Se licenció en Filosofía y Letras, ¿cómo se pasa de la Filosofía al Arte y cómo casan hoy en su trabajo las dos actitudes?
-Mi tránsito de las letras a las artes plásticas no fue una decisión consciente sino más bien una especie de deslizamiento desde un ámbito más conservador, el de la escritura poética, hacia otro no sólo más receptivo a las novedades o a los cruces sino ansioso de ellos... de la planta de anoréxicos a la de bulímicos. De todas formas, me sentía como en un campo de refugiados, con una sensación de provisionalidad que se basaba en la intención de seguir siendo poeta, de considerarme poeta, de la misma manera que Brossa, de decir: el poeta soy yo, la poesía contemporánea es esto... Ahora mismo no me parece ya tan importante: creo que cualquier cosa de interés pasa siempre en las fronteras y que el intrusismo es una de las más saludables actividades y que el florecimiento de "extraños" en los márgenes es lo mejor que le puede pasar a cualquier género.

Compromiso político

-Su obra es considerada como política por críticos y comisarios, ¿cree que en España hay suficiente compromiso político-social por parte de los artistas?
-Tampoco quiero yo quedarme con ese sambenito. En tanto que soy un artista visual, lo que me interesa son las formas, las apariencias. Ahora bien, no se puede ignorar que esas apariencias no son inocentes. Se suele utilizar el término "formalista" para sugerir superficialidad, pero precisamente lo más profundo está en la superficie. En cuanto al compromiso, lo que sobra es el engagement del artista con las causas nobles y justas a título personal mientras realiza una obra que actúa justo en la dirección contraria. Es la obra la que tiene que ser comprometida, tu trabajo, no la pose del famoso "con corazón".

-Y en el caso de las instituciones y los centros de arte, ¿no deberían estos adoptar también medidas de compromiso, en primer lugar con el propio arte y con los artistas?
-En los últimos años se ha ido asentando una nueva situación en el mundo del arte: la multiplicación de centros de arte contemporáneo que necesitan ofrecer continuamente un programa novedoso y esto ha creado una demanda de artistas que proporcionan obras como ilustración de la tesis de un crítico/comisario. Esto ha dado lugar a un nuevo tipo de artista en las antípodas del bohemio marginal: es un profesional con su carrera y sus másters que cumple al dedillo su papel dentro de la maquinaria de producción de eventos espectaculares: ¡más madera! Y el mensaje que emiten las instituciones no es otro que el de la mera ostentación de poder, obviando su función didáctica. Han asumido el discurso publicitario exhibicionista, sin explicar qué es lo que ofrecen, para qué sirve o cuándo se hizo. Esto no hace más que separar a la gente del arte contemporáneo porque se pide a los espectadores que acepten en silencio o que consuman arte con la boca abierta.

Los límites del mercado


-Sus críticas al sistema y a las reglas del juego ¿no están reñidas con la aceptación de las mismas (por ejemplo, con el hecho de exponer en el circuito comercial, de vender)?
-¿Y dónde está el circuito no comercial? No me quiero poner apocalíptico... además, tampoco quiero irme a ningún paraíso deshabitado. No se trata de un asunto personal, de que a mí no me agrade, sino de injusticia, y el primer paso para enfrentarse a ella es tomar conciencia de tu situación: reconocer los límites del mercado no significa sentirse cómodo en ellos ni aceptarlos. Tienes que ver que con tu trabajo no vas a cambiar el mundo, pero sí que puedes poner cuñas. Desde el poder establecido se trata de imponer la idea de que el artista vive en un mundo superior, más allá de la realidad, como si el arte estuviera por encima de las miserables negociaciones del mercado, de la vida diaria. Hay que empezar por saber que estás, como todos, vendiendo el producto de tu trabajo.

-Usted ha realizado intervenciones en centros, en la calle, en vallas publicitarias, en galerías, ¿cuál es el mejor espacio para el arte?
-No se trata de que un sitio sea mejor o peor que otro. En las salas de exposiciones no hay duda acerca del carácter de aquello que está viendo, pero fuera de estos espacios, la fijación de los significados está aún en litigio y hay más oportunidades para el desarrollo de un tipo de obra más "dialógica", menos "contemplativa". De todas formas, la idea del "arte en la calle" ha estado lastrada por grandes dosis de ingenuidad, cuando la calle es también un territorio ocupado. Los dueños del espacio supuestamente público han estampado su firma en cada rincón, en lo alto de los edificios brillan los logotipos de los dueños de la ciudad.

-Por otro lado, sus intervenciones públicas nada tienen que ver con las propuestas de la mayoría de los políticos (casi siempre esculturas mejor o peor elegidas), ¿cómo se debería enfocar el arte público?
-La única manera de detener este proceso de plantar mojones (en su sentido de "hito") pasa por que sean los artistas los que se planten... No estoy proponiendo la ejecución pública (¡ni privada!, ¡Dios me libre!) de nadie. Hay que plantarse en el sentido de negarse a seguir amojonando las isletas de tráfico y las rotondas de las circunvalaciones con esculturas, como tú has dicho, más o menos afortunadas... mientras la ciudad, entendida como ese espacio público, democrático, desaparece ante nuestros ojos: frente a ese secuestro del espacio público a los artistas se les pide que acudan a embellecer, a humanizar, a suavizar con la droga blanda del arte los efectos de la droga dura de la arquitectura y el urbanismo (o de la puesta de ambos al servicio de la especulación inmobiliaria).

El artista poeta

-En sus obras el texto tiene la misma importancia que la imagen. A veces sólo hay texto (como sus collages de letras). ¿Se considera más poeta o más artista plástico?
-No soy muy dado al autodiagnóstico: no faltarán historiadores, críticos, coleccionistas de mariposas que clasifiquen cualquier cosa que se mueva. Aún así, sí creo que el término poeta sirve para definir este tipo de trabajo. En realidad, qué actividad artística no consiste en la actualización de determinados códigos; en un sentido amplio, toda actividad lingöística creativa se puede considerar poesía.

-Y en cuanto a los signos de nuestra vida cotidiana, como las señales de tráfico o de circulación, ¿cómo se incluyen en su obra?
-Será el interés por lo común, en el sentido de lo compartido, lo social, y de ahí, inmediatamente, pasamos de nuevo a lo lingöístico: no hay nada más social que esto. Nada es más inconcebible que un lenguaje privado. No existe lenguaje sin sociedad ni, al contrario, sociedad sin lenguaje.

-Utiliza igual el vídeo, las pegatinas, las vallas, las camisetas, etc., ¿no importa el soporte?
-No se puede separar la idea de la forma a través de la cual ésta es expresada. Lo formal no es gratuito; la apariencia, la forma de las cosas no es ajena a su significado. Estamos habituados a encontrar una información determinada en una valla publicitaria y otra información distinta en una señal de tráfico, de modo que la introducción de desviaciones, de cambios en esas informaciones-tipo es lo que provoca la interrupción del automatismo de la lectura.

-En cuanto al trabajo que presenta en Juana de Aizpuru, El paraíso es de los extraños, en esta serie la realidad del ocio, del turista, se mezcla con la patera y el emigrante. ¿Son los polos opuestos de la una misma playa?
-Lo podríamos tratar como si fuese un ejercicio de realismo: es el arte (las malas artes de la propaganda) lo que nos hace ver como distintas las imágenes de esa playa. En un mismo periódico aparece a la vez como paraíso publicitario y como trasfondo de una trágica noticia sobre inmigrantes sin papeles. No es que la realidad imite al arte sino que éste (incluyamos las más poderosas malas artes contemporáneas: los media) construye la realidad, nos proporciona (o impone) el código lingöístico por el cual vamos a interpretar esa realidad. Además, El paraíso es de los extraños quiere contribuir al derrumbe de la imagen del moro como enemigo de occidente. El único futuro posible es compartido y la necesidad de la convivencia pasa por el reconocimiento de la igualdad y lo inevitable del trabajo en común. Hay que trabajar pensando en las dos orillas.

-A pesar de la seriedad del tema, siempre la ironía, la parodia...
-El humor es un recurso defensivo de aquéllos sin poder para poner en evidencia la injusticia y los abusos. En medio de ese sembrado de homofobia, misoginia y xenofobia hay una pulsión incontenible de desafío a la autoridad en la parodia, en la burla del lenguaje de los dueños del lenguaje. Lo decía Benjamin en está reivindicación de la risa con que cierra su conferencia El artista como productor (leída nada menos que en un congreso sobre/contra el fascismo): "muchas veces las convulsiones del diafragma son más efectivas que las convulsiones del espíritu". Además, la ironía obliga al espectador a dialogar, a entrar en el juego, a responder, a poner en cuestión la seguridad del lugar que ocupan tanto el lector como el autor. Con sabiduría, delicadeza, humor, amor... meter el dedo en la llaga no tiene por qué ser desagradable.