Image: David Altmejd. La mecánica del deseo

Image: David Altmejd. La mecánica del deseo

Arte

David Altmejd. La mecánica del deseo

Esculturas

28 junio, 2007 02:00

Hombre 1, 2007

Comisaria: Silvia Sauquet. Espacio Montcada de CaixaForum. Marqués de Comillas, 6-8. Barcelona. Hasta el 7 de julio.

David Altmejd es un fabulador, alguien que narra historias, que construye universos de fantasía, historias en los que asoma el fantasma del deseo. Porque el artista no nos habla de otra cosa que del misterio del deseo. Su mundo -como el de las fábulas infantiles pero también el cine de serie B o el cómic- está poblado de personajes que, como los colosos o aquellas figuras mitad animal y mitad hombre, han habitado desde siempre nuestro imaginario. Personajes que -como en los cuentos- poseen una geografía o un país propio. En el caso de Altmejd, este paisaje es una arquitectura intencionadamente ultra-barroca o kitsch: hecha de cosas brillantes, de falso lujo, de bisutería... Puro sentimentalismo. Acaso esta dimensión kitsch exprese, entre la ternura y la nostalgia, la profunda fragilidad de un deseo que no alcanza su plenitud. Claro está que todo se puede explicar de diferentes maneras y también se podría hablar de las obras de Altmejd -calificadas como esculturas- como de máquinas del deseo, una versión moderna de los objetos de Duchamp que, según los especialistas, rebosan erotismo.

David Altmejd (Montreal, 1974) es un joven artista que ha obtenido recientemente un notable reconocimiento internacional. Así, paralelamente a su exposición en Barcelona, ha sido seleccionado para representar a Canadá en la Bienal de Venecia, donde ha realizado dos proyectos espectaculares. En el Espai Montcada de CaixaForum expone tres piezas que, aunque autónomas e independientes, se relacionan entre sí: El exterior, el interior y la mantis religiosa (2005), Sin título (2005) y Hombre 1 (2007).

Hombre 1, que se reproduce fragmentariamente en estas páginas, a grandes rasgos es un maniquí de cuerpo entero con la cabeza en forma de ave fantástica y un pajarito disecado como mascota en el hombro. Esta figura, que preside la exposición, se manifiesta como una metáfora del corpus eroticus, bestia y hombre a la vez. Hay un detalle que debo explicar, que no se observa en la foto, y sin el cual no se comprende el simbolismo fálico que implica: vestido con traje, este maniquí exhibe su pene en erección. Acaso, las dos piezas restantes expresen estados de esa "máquina de follar" que se ha descrito. El exterior, el interior y la mantis religiosa, representa -según el artista- un hombre lobo. Un hombre lobo despedazado y roto contra una arquitectura de brillos y luces, de espejos y centelleos, bajo el signo de la mantis religiosa. La última pieza, Sin título, es una suerte de vitrina de metacrilato en la que se exhibe una especie de pez (símbolo también fálico) del que quedan sólo los restos… Como un animal prehistórico.

El hombre-pájaro, el hombre-lobo, el pez desmaterializado son desdoblamientos de un mismo sentimiento de deseo que sobrevuela la exposición: el deseo como contradicción, entre la promesa de un paraíso y la conciencia de la imposibilidad, entre el espejismo y la desilusión. Así es la mecánica del deseo.