Arte

Rembrandt en el Prado

Las obras maestras

9 octubre, 2008 02:00
Artemisia. 1634. óleo sobre lienzo. 143 x 154,7 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Este cuadro, única obra de la exposición de Rembrandt perteneciente a la colección del Museo del Prado, reúne todos los elementos con los que el artista empezó a experimentar una nueva forma de contar historias: el deseo de plasticidad en la representación de las formas, el tratamiento de la luz y del color, la reducción a lo esencial de los elementos narrativos, así como el modelo femenino. De hecho, las mujeres son las protragonista del grupo de alegorías de virtudes personificadas en diosas o heroínas de la Antigöedad, al que esta pintura pertenece. Sobre esta escena, cuentan los investigadores que no es concluyente la identificación de la figura central como Artemisia, hermana de Apolo y según recoge la historia, siempre con el estómago en ayunas. La imagen de una vieja con un saco semioculta en el fondo entre la protragonista y su criada -pintada además, sobre una capa negra que oculta otra imagen de la que el pintor finalmente se arrepintió— plantea la hipótesis del cuadro como una escena de la historia de Judith cuando ésta asiste engalanada a la cena ofrecida por Holofernes a quien decapitaría esa noche mientras éste dormía por embriaguez, según delantan las uñas sucias de la mano apoyada sobre la mesa.

Betsabé. 1654. óleo sobre lienzo. 142 x 142 cm. París, Musée du Louvre.
Remite Betsabé, esposa de David y madre del rey Salomón, a la representación de lo que en aquellos años era el ideal de belleza femenina para Rembrandt, aunque hay en este retrato quienes han querido ver a Hendricjke Jaeger, ama de llaves y amante del pintor, veintidós años más joven que él. Independientemente de ello, lo cierto es que está considerada una de las más bellas composiciones del artista. Una representación que fue utilizada por los moralistas como advertencia contra los peligros de contemplar un cuerpo femenino desnudo y donde Rembrandt prescinde de cualquier dato anecdótico para plasmar la dimensión humana de la historia que narra: el momento en que el rey David, desde su azotea e intentando paliar su insomnio, se enamoró de un sólo vistazo de Betsabé y la eligió como esposa, mientras ésta tomaba un baño.

Sagrada familia. 1645. óleo sobre lienzo. 117 x 91 cm. San Petersburgo, The State Hermitage Museum.
"Dos son las obras que remiten a la Sagrada Familia en la exposición del Prado, -comenta Alejandro Vergara, su comisario- y ésta es la tardía". El tema que da título a la pintura se inspira en las escuetas descripciones de la infancia de Cristo que constan en los evangelios de Lucas y Mateo y es uno de los más representados en el arte europeo desde los orígenes de la era cristiana. Dentro de la carrera de Rembrandt, este cuadro pertenece a un momento de cambio ya que, hacia mediados de la década de 1640, su pintura se tornó más tranquila y menos dramática. Y así es. Si algo define esta escena de la historia sagrada es la naturalidad, la delicadeza del gesto y cómo subraya la sensación de proximidad y ternura.

Sansón cegado por los filisteos. 1936. óleo sobre lienzo. 206 x 276 cm. Frankfurt, Städelsches Kunstinstitut und Städtische Galerie.
Es, sin duda, la escena más cruel pintada por Rembrandt y una de las más brutales de la pintura del Barroco. De producción ambiciosa por su dinamismo, complejidad en la composición y sus dimensiones, esta obra forma parte del grupo de cuadros de historia monumentales y con figuras de tamaño natural, al estilo de los italianos y de Rubens, que Rembrandt pinta a mediados de la década de 1930. La escena describe el momento en el que los filisteos sacan los ojos a Sansón después de que Dalila hiciera que le cortaran las siete trenzas de su cabeza. Un pasaje popularmente interpretado como símbolo del poder de las mujeres.

El Apóstol Bartolomé. 1657. óleo sobre lienzo. 122 x 99 cm. San Diego, The Timken Museum of Art.
La imagen de Bartolomé con un cuchillo en la mano, símbolo de su martirio, tiene algo de una gravedad clásica poco usual en Rembrandt. De hecho, está más cercana al arte de Rubens, quien hizo numerosas versiones de este apóstol, siendo la más conocida de ellas, la pintada a principios del siglo XVII, que forma parte de la colección del Museo del Prado. Entre los aspectos más notables de esta pintura está la monumentalidad del personaje, que es expresión de la grandeza moral del santo. También, la frescura y energía de la imagen que emanan de la vivacidad de la ejecución y hacen que la obra reverbere con fuerza ante nuestros ojos. En el momento en que Rembrandt pintó este cuadro, la representación de los apóstoles se había convertido en una tradición firmemente instalada en las artes visuales europeas. La imagen del personaje bíblico aparece tanto en los conjuntos escultóricos medievales como en las pinturas y esculturas del Renacimiento. De hecho, su representación más conocida es la espeluznante visión del santo sujetando su propio pellejo que pintó Miguel ángel hacia 1534 en el Juicio Final de la conocida Capilla Sixtina.

Autorretrato como Zeuxis. 1667-68. óleo sobre lienzo. 86 x 65 cm. Colonia, Wallraf-Richartz-Museum.
Esta obra, la última que el espectador encuentra tras el recorrido por la exposición es, según palabras del comisario, "un retrato extraño, muy goyesco". Una pintura de marcado carácter teatral, con la que el pintor se representa a sí mismo en el papel de un personaje de la Antigöedad bajo un tipo de ejercicio, cultivado ya por los manieristas, según el cual era necesario que el pintor se identificara con algunos de los personajes representados en las historias mitológicas o religiosas para poder así, transmitir mejor las emociones. Lógico es pues que veamos a Rembrandt aquí como pintor, con la gorra distintiva de su profesión, los hombros cubiertos por un chal y una medalla al cuello. Aun así, lejos de estar pintando o adoptar una postura que lo sugiera, el artista aparece riendo como Zeuxis, uno de los pintores más conocido de la Edad Antigua considerado además el creador de la belleza ideal, a quien imita en esta imagen. Pese a ello, tenía Zeuxis un lado oscuro, al ser considerado también un pintor de la fealdad. No en vano, -sigue detallando Alejandro Vergara- "murió de risa retrando a una señora vieja y fea." Como éste, Rembrandt encarna en esta pintura al maestro que, fiel a un estilo pictórico, se ríe al verse confrontado con su propia mortalidad, tanto física como artística.

Galería de imágenes

Las historias de Rembrandt, por Guillermo Solana

Entrevista con el comisario, Alejandro Vergara