Image: Desmitificar a Oteiza

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Arte

Desmitificar a Oteiza

por Txomin Badiola

16 octubre, 2008 02:00

Jorge Oteiza

El 21 de octubre se cumplen cien años del nacimiento del escultor vasco Jorge Oteiza (1908-2003). A punto de iniciarse los actos de conmemoración que lleva a cabo su Fundación Museo, el artista Txomin Badiola escribe del artista para situarlo más allá de la memoria y del mito.

Hace más de 20 años, escribí que Oteiza era un artista oscurecido por su propio mito. Hoy, dos décadas después, se puede decir que comienza a vislumbrarse la verdadera dimensión de este artista.

El mito Oteiza comenzó a construirse en 1959, cuando en el momento más álgido de su carrera artística -con el triunfo en la Bienal de São Paulo del 57, al que siguieron importantes propuestas de contratos con galerías americanas y europeas-, decidió abandonar su trabajo escultórico para dedicarse a actividades con una mayor capacidad de influencia en la sociedad: el ensayo estético-político-antropológico, el cine, la organización de frentes culturales, la ideación de proyectos pedagógicos a través de la artes, etc. Tras el tremendo impacto inicial de alguno de sus libros como el Quousque Tandem!, la frustración permanente ante el fracaso o la usurpación de la mayoría de estos planes, así como la ausencia de impulso político de las recién instituidas autoridades culturales autonómicas, hicieron de Oteiza una figura irascible, temida por sus continuas diatribas contra todo y contra todos, especialmente, contra los políticos vascos. Por otro lado, esta imagen de alguien continuamente enfrentado al poder resultaba atractiva a sectores diversos de la sociedad que no dudaban en jalear estas actitudes del escultor hasta conseguir convertirlas en casi bufonescas.

El hecho es que, hacia 1980, Oteiza era un escultor cuya obra estaba prácticamente olvidada. Ningún museo vasco disponía de obras suyas -algo que sucedía también a nivel del estado, ya que, salvo dos o tres excepciones, ninguna institución incluía a Oteiza en su colecciones-. Además, a esto habría que añadir el poco fervor que siempre había despertado Oteiza entre los críticos de arte. Permanentemente enfrentado a ellos en un campo en el que, a su dominio de los conceptos, añadía la autoridad moral del que habla desde el interior mismo del problema estético, consiguió ser silenciado por la mayoría -salvo algunas notorias excepciones-, instaurándose la especie de que Oteiza era un escultor sin obra que hablaba, o más bien gritaba, demasiado.

Sin embargo, algo que siempre tuvo Oteiza fue el fervor de los artistas. Para un artista es muy raro no reconocer el talento de otro y cuando, como en su caso, se trataba de un talento tan desmesurado, era fácil desarrollar una gran devoción. Además de la reivindicación constante desde sus comienzos por parte de muchos colegas, en los años sesenta y setenta la figura del arquitecto Juan Daniel Fullaondo fue clave para, a través de la revista Nueva Forma que entonces dirigía, analizar y difundir su trabajo. En la década siguiente, fue importante el ejercicio de recuperación de Oteiza por parte de los artistas que conformábamos aquello que se llamó "Nueva Escultura Vasca" y que concluyó en 1988 con la exposición antológica organizada por María de Corral para la Fundación La Caixa en Madrid, Barcelona y Bilbao.

Habiendo sido absolutamente imprescindible esa exposición, así como las más recientemente realizadas para devolver a su trabajo escultórico a un primer plano más allá del mito, de donde empieza a aflorar la dimensión verdadera de Oteiza será de las investigaciones promovidas por la Fundación Museo Oteiza a partir del ingente legado del escultor. Bajo la dirección de Pedro Manterola -de nuevo otro artista-, la Fundación ha desarrollado, además de una eficaz labor de archivo en su centro documental y de inventariado y conservación de sus fondos de escultura y dibujo, un programa de edición crítica de textos importantes, así como de exposiciones directamente ligadas a la investigación de aspectos de su obra, como la muestra actual dedicada al Laboratorio Experimental a cargo del escultor Angel Bados.

El perfil que se dibuja a partir de estos esfuerzos es el de un artista extraordinario, no sólo por la cantidad y calidad de sus trabajos en escultura, sino por la ambición y altura de miras de su proyecto estético, algo que necesariamente deberá colocar a Oteiza en el lugar que por derecho le pertenece entre los más grandes del siglo XX.

Oteiza en EL CULTURAL

Jorge Oteiza, la fuerza del vacío

Una tarde con Oteiza, por Manuel Hidalgo

El genio del vacío sagrado

Oteiza transparente (galería Marlborough, 2006)

Oteiza, un espíritu contradictorio (Museo Guggenheim, 2004)

Oteiza, el aire de la escultura (C.C Caixa Girona, 2003)

Crítica del libro Ahora tengo que irme, de Jorge Oteiza

Se inaugura la Fundación Oteiza (2003)

Jorge Oteiza la nada que hace música (Antonio Machón, 2002)

El escultor de su alma (Kursaal, 200)