Giorgio Griffa, la línea inecabada
Giorgio Griffa
21 mayo, 2010 02:00Sin título, 2007
Ciertamente, Griffa es un pintor que desde los años sesenta del siglo pasado se interesó tanto por el valor en sí de la pintura, como por el significado personal del acto de pintar, atenciones en las que coincidía con artistas de otras nacionalidades y colectivos como los Support-Surfaces franceses, los integrantes de la abstracción radical norteamericana o los españoles de la "pintura-pintura".
Aunque su aceptación de los conceptos vigentes en aquellos años -especialmente la simplificación casi absoluta de los medios pictóricos- pueden identificarlo entre nosotros con artistas como Carlos León, Jorge Teixidor o Gonzalo Tena, lo cierto es que su producción y su ideario hacen de él -como ocurriera en aquellos años con Hernández Pijuán- un artista voluntariamente singular, empecinado en un modo particular del ejercicio de mirar y en uno aún más personal y exclusivo de mostrar.
Visión retrospectiva
Acertadamente, la exposición reúne, en un primer capítulo, un importante conjunto de obras fechadas entre 1968 y los primeros 70, tanto originales como estampadas. Son en su mayoría de pequeño formato y podríamos dividirlas entre aquellas que utilizan sólo la línea, que son casi todas, y aquellas otras en las que el círculo irregular y el color son protagonistas. Cabría también considerarlas según el soporte, sea papel -o mejor dicho papeles, pues sus diferentes cualidades resultan tan fundamentales como el acto mismo del trazo o de la mancha- o telas, ya sean éstas lisas o con pliegues y dobleces.
Las obras a línea presentan, o bien el gesto de trazar horizontales de un lado a otro de la hoja sin llegar a los bordes, o bien un pulso sistemático de pequeñas líneas oblicuas, muy parecidas a las que hacemos involuntariamente mientras hablamos, y que exploran todas las alternativas posibles para estar en la página: todas inclinadas en el mismo sentido, una línea en un lado y otra en el inverso, por triadas, etc. Cumplen estas pinturas otras dos condiciones: los rasgos nunca llenan por completo la superficie -son, dice Griffa, obras permanentemente inacabadas- y sustentan su existencia en el ritmo y cadencia que imponen tanto a la forma como a la mirada.
Papel prioritario del color
Las series basadas en el color, especialmente los Puntini, se sirven del mismo sistema, en apariencia aleatorio, para cubrir la parte superior de la tela, y destaca, sobre todo, la dulcísima elocuencia de los colores: verdes, amarillos, rosas, azules, todos cocinados, brillantes más que sordos y serenos. Incluso el blanco parece un blanco hecho y no encontrado. Esa magia del color -que me recuerda a su compatriota Ettore Spalletti- es la que se despliega en las acuarelas de 2006 a 2009, del segundo y último capítulo. A primera vista, sencillísimas, casi infantiles, pero que esconden un riguroso y lírico modo de composición, en el que se alternan los colores como en una pieza musical.