Luisa Strina, tres décadas impulsando el arte brasileño
La galerista celebra el aniversario con nuevo espacio y una colectiva centrada en la evolución de la escultura
20 septiembre, 2010 02:00Hitoshi Nomura: Tardiology, 1968-1969
Brasil es esta semana el centro de todas las miradas para los profesionales y aficionados al arte contemporáneo. El próximo sábado abre sus puertas al público la vigesimonovena edición de la Bienal de Sao Paulo, una de las más importantes del mundo y en la que este año hay depositadas enormes expectativas. Como suele suceder en estos casos, el resto de la comunidad artística aprovecha el impulso para generar su propio movimiento. Hoy arranca simultáneamente la temporada un buen número de galerías privadas que, al contrario de lo que ocurre en otros lugares, no tienen queja de nada. Brasil está viviendo un momento dulce en el sector privado. La crisis no parece haber resultado tan dañina y la agilidad del mercado ha propiciado la aparición de nuevas galerías jóvenes y la expansión de las más asentadas. Esto no serviría de mucho si no existiera una importante legión de creadores jóvenes que quieren volver a situar a Brasil a la cabeza del arte contemporáneo internacional como ya ocurriera durante los años noventa. Grandes exposiciones de Mauro Restife (en el nuevo espacio de Fortes Vilaça), Tunga (Andre Millan), Marcelo Cidade (Vermelho) o Eduardo Berliner (Casa Triangulo) han dado el pistoletazo de salida a una temporada que pinta bien para el mercado brasileño con una piedra toque como la bienal que congrega a verdaderas manadas de coleccionistas, comisarios y directores.Pero quizá la estrella de estos fastos inaugurales esté siendo la galerista Luisa Strina, una de las más poderosas no sólo de Brasil sino de todo la escena suramericana. Para celebrar sus treinta años en el sector, Strina ha adquirido un nuevo espacio muy cerca del anterior en el popular barrio de Jardines y ha montado una colectiva en los dos espacios que lleva la firma de Rodrigo Moura y que está centrada en el devenir del monumento como epítome de las tranformaciones ocurridas en el campo de la escultura. Es una exposición muy bien atada y muy lograda, con trabajos que cubren un arco temporal de cuatro décadas. Hay claras resonancias conceptuales en la presentación de los trabajos y obras realizadas en los años sesenta y setenta de gran interés. Tal es el caso del "monumento reclinado" de la bonaerense Marta Menujín, artista de la que nunca supimos gran cosa en nuestro país y que parece estar disfrutando de la recuperación que de su trabajo se está haciendo ahora en el continente americano.
Moura ha incluido trabajos de artistas que han acompañado a Strina en estas tres décadas y al mismo tiempo ha reunido a otros, más jóvenes, que pueden marcar el futuro de la galería, ya en su nuevo espacio. Son los casos de Alexandre da Cunha (Rio de Janeiro, 1969) o el colombiano Gabriel Sierra (1976). Si el primero juega con conceptos de rotundidad y fragilidad en el cuerpo escultórico estático el segundo sugiere un tránsito entre todas las salas de la exposición a través de una estructura de hierro que define los límites del espacio y lo dinamiza a un mismo tiempo. Otros artistas incuidos en la muestra son Giusseppe Gabellone, Robert Kirmont, con su documentación fotográfica de una acción en la más pura tradición conceptual, o Carlos Garaicoa, con su infatigable y siempre sugerente exploración de la ciudad y la arquitectura modernas. También hay lugar para el lenguaje audiovisual con trabajos de Chris Marker y Alain Resnais, ya un clásico de nuestro tiempo, o de Deimantas Narkevicius, artista lituano que no podía fallar en una muestra sobre el monumento.