Image: Dominique Perrault: Mi arquitectura ofrece siempre más de lo que me piden

Image: Dominique Perrault: "Mi arquitectura ofrece siempre más de lo que me piden"

Arte

Dominique Perrault: "Mi arquitectura ofrece siempre más de lo que me piden"

El arquitecto, uno de los más importantes de Francia junto a Nouvel, ha participado en un encuentro con estudiantes en la Complutense

6 octubre, 2010 02:00

El arquitecto francés Dominique Perrault. Foto: Quique García

Unos 300 estudiantes se sentaron este miércoles en el salón de actos de la Escuela Superior de Arquitectura de la Politécnica para escuchar a Dominique Perrault, en un acto organizado por la Embajada Francesa en España. La presencia de tantos futuros profesionales le recordó al maestro francés sus comienzos en la disciplina, a la pequeña fábrica que fue su proyecto inicial. De aquello a hoy median tres décadas en las que el riesgo, el diálogo con el paisaje y las coreografías entre edificios se han convertido en sus máximas. Con bufanda tricolor al cuello y un rubor que le sube cuando se le pregunta por los rasgos que lo harán permanecer en la historia, Perrault, premio Mies van der Rohe, genio precoz y responsable de proyectos como la Biblioteca Nacional de Francia, las Piscinas Olímpicas de Berlín o la Caja Mágica de Madrid habla en esta entrevista de los problemas que hoy tienen que asumir los profesionales de la materia. "¿Qué distingue a mi arquitectura?", se pregunta despojándose de sus gafas de pasta transparentes: "Ofrecer siempre más de lo que me piden, supongo".

P.- ¿Qué hace de España un interesante campo de trabajo para los arquitectos internacionales más reputados?
R.- El entusiasmo que hay por la construcción, por la arquitectura y por la transformación de la ciudad. Algunos han convertido el entusiasmo en especulación pero en otros casos ese entusiasmo se ha convertido en edificios, puentes y parques fantásticos.

P.- Usted que reclama una arquitectura para los ciudadanos, ¿siente pena cuando uno de sus grandes edificios, como puede ser el caso de la Caja Mágica, no llega a utilizarse al cien por cien tras su inauguración?
R.- Incluso en una situación difícil, lo hecho, hecho está, y eso contribuye al patrimonio para el futuro de la arquitectura, porque un edificio pertenece al suelo y no a la personalidad del arquitecto que lo ha imaginado. Yo he construido varios grandes edificios en países como Alemania, Francia, Singapur... y soy consciente de que hacen falta años para que sean útiles al cien por cien. Un gran navío debe llenarse poco a poco de tripulación y la tripulación debe ir adquiriendo con el tiempo las herramientas y el conocimiento para navegar con él. Pero un gran barco también necesita a un capitán que lo dirija. La cuestión de la Caja Mágica es ¿Hay un capitán para ese barco? Es un edificio que supuso una inversión enorme y fue una apuesta muy valiente por parte de Gallardón. Ahora bien, yo me pregunto ¿por qué no se abre para visitas de cientos de arquitectos que quieren conocerla? ¿Por qué no se cede el espacio a los muchos cineastas que quieren rodar en ella? Y también estoy seguro de que al público madrileño le encantaría poder asistir a la revisión mensual de las cubiertas para ver cómo se abren y se cierran. En fin, tenemos un gran barco y hay que compartir esa oportunidad, esa suerte. Igual que se abren las cubiertas, también es necesario que se abra el territorio.

P.- Esa situación de dejadez entronca con una tendencia que ha sido clave en esta década a partir de la creación del Guggenheim. Me refiero al deseo de muchas ciudades de levantar grandes pabellones pensados para ser un nuevo símbolo dinamizador de la ciudad. Edificios carísimos dibujados por grandes arquitectos que luego no se han rentabilizado, que han satisfecho el ego de los políticos pero no las necesidades ciudadanas. Caso de la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, a la que usted concursó. ¿Qué opina de ello?
R.- Esa tendencia no es sólo española o europea, es mundial. El ego de los políticos es igual en todo el mundo. De todas maneras, es una tendencia que ya se ha superado y que, al final, ha sido muy positiva, porque estos proyectos excepcionales, particulares, específicos, hacen aparecer identidades. El Guggenheim atrajo los focos a Bilbao, pero no sólo el edificio ha transformado la ciudad: fue el Metro, fue la aparición del agua limpia, la transformación de la zona industrial... lo importante de estos proyectos es la transformación desde el punto de vista social.

P.- Y esa transformación social, ¿por dónde debería empezar en el caso español?
R.- En España hay un montón de viviendas vacías, de barrios fantasmas, un tema en cuestión de urbanismo muy especial. Hay que interesarse por estos barrios deshabitados porque no los vamos a construir dos veces y hay gente que necesita viviendas. Esta dificultad puede transformarse en una solución. Lo primero es hacer vivir la planta baja.

P.- La crisis es ahora el mayor condicionante de la arquitectura. ¿Hasta qué punto tiene usted en cuenta criterios económicos o ecológicos en sus proyectos actuales?
R.- La crisis tiene consecuencias evidentes pero a veces son, sobre todo, paradójicas. Todo el mundo está de acuerdo en lo que concierne al desarrollo sostenible, en que hay que ahorrar. Todos sabemos que hay que construir viviendas sociales con calidad ecológica. Pero el caso es que una vivienda que incorpora esos términos tiene la paradoja de costar un 15 por ciento más. Esa es la dificultad a la que nos enfrentamos hoy.

La vivienda social y la Pasarela del Manzanares
P.- ¿Y por dónde debería atajarse?
R.- Tenemos que llegar a una solución que resuelva esa paradoja. En Francia la reflexión pasa por construir viviendas sociales en masa, no en paquetes. Si construimos 1.000 o 2.000 el coste va a disminuir. Pero lo que hay que hacer es construir en redes, en grupos de 100, 200, 300 viviendas pero con una sola constructora que lo haga en seis o siete sitios de forma que la inversión industrial sea low cost. Hay que imaginar otro tipo de estrategias.

P.- Sus proyectos arquitectónicos son muy diferentes los unos de los otros. Su arquitectura muta constantemente. Pero, ¿con qué cree que se quedará la historia como elemento común de su trabajo?
R.- Yo no soy quién para decirlo, pero con todos mis proyectos trato de dar más gracias a la arquitectura. Por ejemplo, en la Pasarela del Manzanares podríamos haber imaginado una pasarela que, simplemente, fuera de un lado al otro del río. Pero la hemos roto para crear una apertura sobre el parque y, gracias a esa ruptura, no sólo conectaremos los dos lados del río sino que también ofreceremos una entrada a una gran terraza con un mirador sobre el Puente de Toledo. Cada vez que la arquitectura puede aportar más que el encargo inicial se convierte en una arquitectura útil. Y para ello es fundamental que el cliente esté comprometido. En el caso de Madrid, estamos ante una ciudad que siempre ha estado a la escucha de una propuesta que ofrezca más del encargo inicial. Eso, supongo, es la marca de mi trabajo.