Antonio López: 'Madrid desde Torres Blancas', 1974-1982

Antonio López: 'Madrid desde Torres Blancas', 1974-1982

Arte

La realidad exasperada de Antonio López

Con motivo de la exposición en el Museo Thyssen, el poeta José Manuel Caballero Bonald pone letra a la pintura de Antonio López

24 junio, 2011 02:00

La muy aireada conjetura poética de que toda realidad oculta un misterio, adquiere en el caso de Antonio López un impecable rango de paradigma. El hecho de que esa realidad exceda, en virtud de un determinado virtuosismo pictórico, su propia significación originaria, otorga a Antonio López una singular potencia creadora. Se trata de una experiencia sensitiva que es incluso previa a cualquier razonamiento estético. Lo pintado no es lo que la mirada advierte: es sobre todo lo retenido en esa otra intuición de la mirada que el arte posibilita. Toda reproducción artística supone una reinvención. Más que copiar un espacio físico, el pintor lo reinventa, lo rehace según unas complicidades expresivas que van más allá de la mera sabiduría técnica. Y por ahí se llega a esa situación límite en que la realidad y la alucinación tienden a confundirse.

Es ya un lugar común evocar a Antonio López en el común lugar en que suele pintar su obra -digamos- urbana: una calle, una azotea, una ventana desde la que se contempla el espectáculo magnífico de la cotidianidad. El pintor interroga al entorno como el alquimista a la trasmutación de los metales. Elige un destello, una coloración significativa, una sombra irrepetible, y elabora con esos indicios elementales una acepción nueva de la realidad. Es como un exhaustivo cómputo de ingredientes que van nutriendo una voluntad irrepetible de precisión. La pintura equivale así a una poética de los límites en que lo real se aproxima a lo asombroso. Da la impresión de que Antonio López ha logrado el máximo prodigio que puede generar el arte en tanto que representación gráfica de la realidad: enaltecer la materia, dotarla de una enigmática propensión a ir más allá de lo que su propia condición determina.

Los retratos de Antonio López disponen de la misma inquietante seducción que sus paisajes: ambos exteriorizan de algún modo su intimidad, comparten una misma expectante quietud. Lo que esos modelos aparentan decir hacia fuera es sustancialmente lo que dicen hacia dentro. Las figuras pintadas, dibujadas, esculpidas, parecen formar parte de un censo donde se perpetúa una historia tan extrañamente real que ha acabado siendo prodigiosa. Son retratos acosados por los imperativos de la perfección, instalados en ese enigmático lenguaje no muy distinto a una realidad excesiva: una especie de transrealismo donde la técnica convencional ha quedado integrada en la técnica de la imaginación.

La pintura de Antonio López se enmarca taxativamente en lo que se entiende por “copia del natural”, pero es la misma obsesión acumulativa de datos reales la que puede llegar a hacerlos poéticamente irreales. Lo explícito se pospone así a lo ilusorio. La maestría de Antonio López también depende de eso: de una confrontación exasperada con la realidad que procede de eminentes talleres clásicos y se prolonga hacia los talleres iluminados del futuro.