Image: Jimmie Durham, contra lo establecido

Image: Jimmie Durham, contra lo establecido

Arte

Jimmie Durham, contra lo establecido

El M HKA de Amberes dedica al artista estadounidense, uno de los grandes clásicos vivos, una amplia retrospectiva

4 julio, 2012 02:00

Imagen de la exposición de Jimmie Durham en el M HKA de Amberes.


Ya el título es de lo más sugerente: A matter of life and death and singing. Es el mismo título que utilizó el artista en una exposición lejana en el tiempo, celebrada en 1985 en el Alternative Museum de Nueva York. La muestra quiere ser la más completa de cuantas se han realizado hasta la fecha y ofrece claros signos de la altura que ha alcanzado este artista extraordinario, cuyo trabajo puede verse también en dOCUMENTA (13) en una muy lograda instalación en el Auepark. Esta exposición de Amberes tiene, nos dicen, una voluntad cronológica que no rehúye, sin embargo, vínculos temáticos entre las diferentes piezas.

Introduzcamos al artista. Nacido en 1940 en Arkansas, Estados Unidos, Durham no es demasiado amigo de las biografías pues, como ha dicho en más de una ocasión, no cree que haya que colgarse ninguna medalla por exponer arte. Suele dar escasísimos datos que tienen más que ver con su labor en organizaciones que salvaguardan los derechos civiles y con su actividad en la defensa de los indios (él mismo nació en una comunidad cherokee), asunto en el que ha estado profundamente implicado y que ha vertebrado buena parte de su trabajo artístico, al que se dedicó de una forma más decidida desde finales de los setenta aunque ya había expuesto esporádicamente en la década anterior. De este momento son las obras más tempranas que pueden verse en Amberes.

Su curriculum desde principios de los años noventa es, sencillamente, abrumador. Ha participado en exposiciones en todos los grandes museos del mundo y está representado por importantes galerías siendo la mexicana Kurimanzutto la madre de todas ellas. En España vimos su trabajo hace tiempo en la exposición Cocido y Crudo, comisariada en 1994 años por Dan Cameron en el Museo Reina Sofía, y más recientemente participó las exposiciones Tiempo al tiempo (de Isabel Carlos en el MARCO de Vigo) y en Dominó Caníbal, organizada por Cuauthemoc Medina en la Sala Verónicas de Murcia hace un par de años.

No es fácil encontrar un hilo conductor en la obra de Durham que no sea el de la urgencia por reventar todo hilo conductor. Una de las premisas básicas para entender su trabajo es la idea de interrupción, la necesidad de huir de lo que, instaurado como norma, nos hace proclives a vivir siempre de la misma forma, enganchados a una rutina irrevocable. Durham ha hablado en multitud de ocasiones de su rechazo al lenguaje y a la narración lineal, pues detesta que haya que seguir un camino concreto para llegar a alguna parte. Vincula el lenguaje con la arquitectura, que rechaza, si cabe, con mayor vehemencia, pues la arquitectura encarna los designios intolerables de todo Poder. Durham dijo una vez que las ciudades están formuladas para que nuestros recorridos diarios sean siempre los mismos. "Somos, en suma -nos dice el artista- lo que la arquitectura quiere que seamos". Y así, a su vez, para cerrar esta triada maligna, vincula la arquitectura con el Estado, institución "creadora de falsas verdades".

Más de 130 trabajos componen esta extraordinaria exposición belga. Arranca con algunos realizados recién entrada la década de los setenta, de la época en que Durham estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de Ginebra, una serie de esculturas que, efectivamente, no acaban de entroncar con el estilo predominante. Antes de partir hacia Europa en 1968 no decía tener demasiada conexión con el arte que se daba en Estados Unidos ("me veía mayor que la gente de mi edad", dijo una vez), y tenía mayor arraigo en el teatro y la poesía que en el propio arte. En Europa pronto entendió el inmenso poder de la arquitectura, cuyo papel ha sido clave en la instauración y consolidación de diferentes credos. De ahí viene su conocida propensión a utilizar piedras en sus trabajos, una táctica con la que se enfrenta al poder. Es significativo el título de la importantísima exposición que le dedicó el Musée d'Art Moderne de la Ville de Paris en 2009, Pierres Rejetées (piedras rechazadas), que proviene de un salmo bíblico que habla de las piedras rechazadas por los que construyen edificios. Al vincular la arquitectura con el poder, Durham quiere ser una de esas piedras rechazadas para así sentirse al margen de un sistema falaz.

En la primera sala del M HKA vemos ya muchos de estos trabajos con piedras, muchos de ellos basados en performances que han sido documentadas en vídeo. Uno de los mejores ejemplos de su relación con la arquitectura es 13, Rue Fenelon, de 1995, en el que el artista arroja una piedra desde el interior de un establecimiento hacia el exterior. Hay, como en no pocos trabajos de Durham, un halo de violencia que no es sino el reflejo del ímpetu con el que Durham se enfrenta a la autoridad. En otra performance titulada A Stone from Metternich's House in Bohemia, Durham lanza una piedra a una vitrina de cristal, un ejercicio que ha realizado con piedras procedentes de diferentes lugares emblemáticos. En el caso de la casa de Metternich, Durham cita la voluntad del mandatario austriaco de liberar a su país de los peligros de "caer en manos del pensamiento libre fránces". En esta primera sala también pueden verse muchos de su conocidos autorretratos. Su Self-portrait as Rose Levy es una alusión clara a la influencia que Duchamp ejerce sobre el artista, haciendo referencia a un personaje paralelo de Rrose Selavy, alter ego del artista francés, y posando, con bigote, como la Gioconda de L.H.O.O.Q.

La exposición avanza en una segunda sala donde destaca uno de los trabajos paradigmáticos de Durham, La Malinche, que encarna muchos de sus intereses. La Malinche fue la mujer de Hernan Cortés y la madre del primer mestizo, una figura histórica y mítica a un mismo tiempo. A La Malinche se enfrenta el propio Cortez, una figura que no oculta su naturaleza belicosa, construida con metales procedentes de diferentes tipos de maquinaria. Aquí pueden verse también sus trabajos con cráneos y pieles de animales, figuras antropomorfas proclives siempre a ser ensambladas a piedras y demás materiales, las más de las veces efímeros. Son trabajos que arrojan luz sobre la posición crítica de Jimmie Durham con respecto a la otredad, uno de los grandes leitmotives de su trabajo. A matter of life and death and singing es, sin duda, una de las exposiciones de la temporada europea, un continente que Durham ha hecho ya suyo (se instaló aquí definitivamente en 1994 en una decisión vital no exenta de alcance político. Nunca antes se habían reunido tantos trabajos de todas las épocas de Durham, que en la citada muestra, importantísima, del Musée d'Art Modern de la Ville de Paris sólo había mostrado trabajos de su época europea, esto es, desde 1994. La exposición es una visita obligada para quien vaya a estar en Bélgica este verano, un buen complemento para Manifesta y TRACK.