Los secretos de Kandinsky, en Málaga
Sobre fondo blanco (I), 1920
El amor por su tierra, la pasión por la música y la espiritualidad en el arte recorren la muestra Kandinsky y Rusia, que se verá hasta julio en la Colección del Museo Ruso de Málaga. 78 piezas, de las cuales 29 son obras del padre de la abstracción (21 óleos, 7 xilografías y una cerámica), nos acercarán sus secretos artísticos. Entre ellas, Sobre fondo blanco (I), Improvisación n° 11 y San Jorge (I).
El recorrido lo componen 78 piezas procedentes de la matriz petersburguesa y de otras colecciones públicas y privadas rusas. Una treintena de creaciones de Kandinsky comparten espacio con otros autores de iconos, grabados -conocidos como lubok- y elementos etnográficos como cestas, trineos, juguetes, ruecas y piezas textiles. De Kandinsky, Luna destaca el "color espectacular de los paisajes realizados cuando su arte aún no era del todo abstracto".
El visitante podrá contemplar pinturas firmadas en la primera década del siglo pasado, como Murnau. Paisaje estival, Improvisación n.° 11, San Jorge (I), Mancha negra o Cuadro con orla blanca. La evolución experimentada por sus planteamientos, al final de la misma década, puede admirarse en el óleo sobre vidrio Amazona con leones azules, de 1918. Además, otros trabajos realizados en porcelana dan fe de su faceta como ceramista. El espacio malagueño estrecha el cerco sobre el Kandinsky que era capaz de hurgar en su alma y que se encomendaba a un concienzudo viaje interior en su tenaz búsqueda de un nuevo lenguaje artístico. Un ejemplo de esa búsqueda es Cuadro con puntas (1919), una composición abstracta que refleja su incomodidad con el régimen soviético, opuesto a su manera de entender la vida y el arte. El trance espiritual, sin el que no se entiende su universal discurso pictórico, desvela algunos de los secretos biográficos sobre el creador moscovita que refresca el generoso itinerario expositivo. Antes de entregarse de lleno a su anhelo por el arte, en su juventud se vio abocado a coquetear con estudios más propios de un economista o un abogado, lejos del interés que bullía en el imparable pintor en ciernes que había dentro de él.
Basta con atender al eco que dejó su voz para comprender la encrucijada vital en la que lo situaron las circunstancias de su tiempo: "Hasta los treinta años soñé con llegar a ser pintor, pues amaba la pintura más que cualquier cosa. Me resultaba difícil sobreponerme a ese deseo. Pero el arte me parecía un lujo inaccesible para un ruso en aquella época, así que escogí especializarme en economía nacional en la universidad", recordaba Kandinsky cuando se remontaba a aquellos años en los que no terminaba de encauzar sus inquietudes artísticas. La formación universitaria que adquirió lo llevó a un destino que aporta algunas de las claves de su espiritualidad. Fue en la provincia de Vólogda, situada al norte de Rusia, donde ahondó en los rituales primitivos y en sus conocimientos de chamanismo, mientras llevaba a cabo una serie de investigaciones socioeconómicas sobre el pueblo ziriano. Todo lo que experimentó en aquella expedición le ayudó a encontrar, a través de los pinceles, las respuestas con las que combatió los traumas de su infancia y se rebeló definitivamente contra el dolor que le habían inyectado ciertos calvarios de su niñez.
san jorge (I), 1911 y, a la derecha, Pintura con filos, 1919
El arte y la visión del mundo del artista ruso no se explican sin tener encuenta al melómano que también era. "La pintura es capaz de desplegar las mismas fuerzas que la música", se repetía para sus adentros con el objetivo de alcanzar el hallazgo del ‘sonido colorido'. "El color es la tecla. El ojo, el macillo. El alma, el piano con innumerables cuerdas", escribió en uno de sus artículos el artista ruso.
Creadores coetáneos
Al igual que ya hiciera en su reciente recorrido temporal sobre Marc Chagall, la filial española del Museo Ruso de San Petersburgo plantea un diálogo entre la obra del protagonista de la exposición y la de creadores coetáneos suyos. De este modo, las creaciones de Kandinsky conviven en la sala con otras realizadas en el primer cuarto del siglo pasado por Maksimov, Denisov, Burlyuk, Larionov, Stelletsky, Roerich, Vasnetsov, Korovin y Sudeikin. La nómina de creadores de esta muestra, que puede visitarse en la antigua Tabacalera malagueña, la completan los ilustradores Vasiliev, Ermakov y Abramov.Como ha señalado el crítico Adrián Searle, Kandinsky, de quien se acaban de celebrar los 150 años de su nacimiento, sigue siendo un artista impenetrable pero el atractivo de su obra consiste, precisamente, en esa faceta oculta que ahora mererece la pena descubrir. Y la Colección del Museo Ruso de Málaga nos abre las puertas a buena parte de esos secretos.