Image: Algo cambia, algo queda

Image: Algo cambia, algo queda

Arte

Algo cambia, algo queda

23 noviembre, 2018 01:00

Fernando Sánchez Castillo: Pegasus dance en la BIACS I (2004)

Si algo ha cambiado en estos 20 años en el sector artístico ha sido su progresiva profesionalización. Dos décadas marcadas por el mantra del "arte emergente", la mayor visibilidad del coleccionismo, el impacto de las instituciones privadas, la salida de galerías, artistas y comisarios buscando oportunidades fuera de España y, en general, la voluntad transfomadora de las estructuras tradicionales.

Saco de la estantería el número 1 de El Cultural para empezar a pensar en qué ha cambiado la escena artística española en los veinte años transcurridos. El tema destacado fue la exposición de Cristina Iglesias en el Museo Guggenheim, que llevaba solo un año abierto y que por primera vez dedicaba una temporal a un(a) artista español(a). Escribió el artículo José Marín-Medina que ya dejó la crítica periodística, al igual que otras de nuestras grandes firmas de ese inicio como Mariano Navarro, Daniel Giralt-Miracle, Guillermo Solana, que pasó a ser director del Museo Thyssen, o el mítico Julián Gállego (1919-2006), que cerraba la sección con una página casi confesional. La crítica de arte, sin duda, ha experimentado una renovación generacional, pero también la creación artística. En esos días de 1998, el longevo Martín Chirino vendía a lo grande en la galería Marlborough y Tàpies (1923-2012) celebraba con frenesí expositivo su 75 cumpleaños. Ahora mismo, Iglesias expone en la nueva Fundación Botín de Santander, habiendo consolidado su posición privilegiada en estas décadas, pero carreras incipientes que entonces se consideraban dignas de atención perdieron velocidad y hasta cayeron en el olvido.

Hablamos de un período muy largo en el que han sucedido muchas cosas y en el que habría que distinguir al menos dos etapas. La primera, que se extiende más o menos hasta 2007, sería la de los proyectos faraónicos y la ambición internacional mal entendida. A partir de la creación de la SEACEX (2000) y el Programa de Arte Español en el Exterior (2002) se hicieron grandes inversiones en itinerantes que muchas veces no iban a ningún sitio, y hubo alguna tentativa de desembarco a lo grande: en el PS1 de Nueva York con The Real Royal Trip (2003) o en la Hamburguer Bahnhof de Berlín con Big Sur (2004). Valencia, en tiempos de Consuelo Císcar, quiso su bienal internacional y consiguió organizar con gran dispendio varias ediciones, que fueron solo tres para la Bienal de Sevilla y la Bienal de Arte, Arquitectura y Paisaje de Canarias, más tardía. Fueron los años de las grandes ampliaciones de los museos estatales y del lanzamiento del turístico Paseo del Arte en Madrid. Con la crisis se redimensionó casi todo y cada cual se buscó la vida como pudo, a veces fuera de España. Lo positivo es que llegaron los años de la profesionalización y de las redes. No digo que no existieran antes pero la fundación de diversas asociaciones profesionales a partir de 2004 -de artistas donde no las había, de críticos y comisarios, de galeristas, de directores de museos, de coleccionistas, de mujeres en las artes o de profesionales varios en el Instituto de Arte Contemporáneo- propició la demanda de diálogo y de participación. Es algo que también el público se ha acostumbrado a esperar y raro es el museo que no dispone de equipos de mediación y de educación, para lucro, las más de las veces, de agencias de trabajo temporal. Aunque el empleo en el sector artístico se ha precarizado -recuerden las sonadas huelgas de 2016- y la transparencia o la igualdad de oportunidades no están en su máximo, desde que en 2007 el Ministerio de Cultura firmara con esas asociaciones el llamado "Documento de buenas prácticas", se generalizó ese aún imperfecto método para nombrar directores, evitando en gran medida la politización de las instituciones artísticas. Con ese espíritu se creó en 2008 el CoNCA (Consell Nacional de la Cultura i de les Arts) en Cataluña, primer intento en nuestra historia de poner las decisiones y los presupuestos en manos de expertos y no de políticos.

Galerías, ferias y arte emergente

Cristina Garrido en Generaciones de Montemadrid (2015)

En el ámbito del mercado también la crisis marcó una nueva etapa -agudizada con la subida del IVA al 21% en 2012- que obligó a las galerías a dejar atrás su anterior dependencia económica de la feria ARCO, en la que se producían la mayoría de las adquisiciones de los museos y de las colecciones corporativas; de hecho, muchas de estas últimas dejaron de existir, especialmente las que pertenecían a las cajas de ahorros reconvertidas o fusionadas. Un buen número de galerías españolas se insertaron en los distintos niveles del circuito ferial internacional y, sobre todo en la última década, apostaron por hacer las Américas. ARCO dejó de estar sola y a partir de 2006 brotaron a su alrededor ferias más pequeñas, algunas dedicadas al -mantra en este período- "arte emergente". Se ha debatido mucho la capacidad del coleccionismo español para absorber la oferta de ferias comparables a ARCO en otras ciudades, particularmente en Barcelona, pero las diversas que probaron fortuna han tenido dimensión solo nacional o incluso local, o se especializaron en un medio: grabado (Estampa), fotografía (DFoto, MadridFoto), vídeo (Loop), dibujo (Drawing Room)...

En el panorama galerístico el movimiento más destacable fue el que llevó a galerías nuevas y viejas hacia la calle Doctor Fourquet de Madrid en paralelo al paulatino abandono de los barrios "nobles" que se está dando asimismo en Barcelona, con los ojos y varios espacios puestos ya en L'Hospitalet. Lo provocó en principio la burbuja inmobiliaria y luego la transformación del modelo de galería, que deja de ser lugar de exposición y venta para dedicarse a la gestión y la producción de lo que se comercializa en las ferias e incluso por teléfono o internet. Es difícil saber si se vende más o menos que hace veinte años pero los que compran son mucho más visibles, sobre todo desde la creación de la asociación 9915 en 2012; la presencia pública de las colecciones privadas ha generado prácticas antes inexistentes, como su exhibición o su depósito a medio plazo en museos públicos, que han desembocado en el acuerdo con Patricia Sandretto para Matadero. Aunque la Ley de Mecenazgo de 2002 no contentó a casi nadie contribuyó a establecer un estado de opinión sobre la alianza público/privado en la cultura que apenas sirvió, no obstante, para paliar los recortes presupuestarios que aún hoy se arrastran. Se ha sentido, eso sí, el impacto de las instituciones privadas en la escena cultural: tanto las grandes -La Casa Encendida (2002), los varios Caixaforum (desde 2002) o la expandida Fundación Mapfre- como las pequeñas -FotoColectania en Barcelona (2002) o Bombas Gens en Valencia (2017)- han aportado mucho, cada una con sus criterios, a la agenda artística. Y, para salir del sector privado, felicitemos a PHotoEspaña, el festival de fotografía de Madrid, que cumple como nosotros veinte años.

Crecen los museos y el público

Portón-Pasaje de Cristina iglesias en la ampliación del Museo del Prado de Moneo (2007)

Ha crecido el público para el arte. Visitar exposiciones -de preferencia en museos; no tanto en galerías o centros de arte actual- es hoy un hábito social más extendido que hace dos décadas pero, sobre todo, la mayor afluencia de turistas ha engordado las cifras de visitantes, que a nuestro pesar se han convertido en índice de éxito. El fantasma del "efecto Guggenheim" no acabó de esfumarse ni aún tras los batacazos de los proyectos sobredimensionados de los años de la de crisis como la Ciudad de la Cultura en Santiago o el Niemeyer de Avilés (ambos inaugurados en 2011) y Málaga ha abanderado la confianza en el clúster museístico como generador de riqueza: al Museo Picasso Málaga, que existía desde 2003, se unieron dos franquicias, del Pompidou y del Museo Ruso de San Petersburgo en 2015.

En estos años han hecho entrada un par de generaciones -o diecinueve, según el programa de apoyo al arte joven iniciado en 2000 por la Fundación Montemadrid, que era Cajamadrid- demandando su espacio. Y se les ha dado, pero solo un rato: una vez agotan las convocatorias de becas, premios y residencias, bastantes de las cuales se han mantenido a pesar de las crisis, no es raro que perdamos de vista a jóvenes prometedores que no llegan a las galerías con más presencia o, muchísimo menos, al escenario internacional. Desde hace tiempo, la ambición de los jóvenes artistas -y de los jóvenes comisarios, para quienes se han creado aquí programas de training- es completar su formación en Amsterdam, Berlín, Londres... y, si pueden, quedarse allí. La red mundial de residencias ha favorecido la movilidad y muchos andan de la ceca a la meca para poder sacar proyectos adelante. En España ha crecido, aunque no lo suficiente, la oferta de residencias, con Arteleku en San Sebastián (cerró en 2014), Hangar en Barcelona (abrió en 1997) o El Ranchito en Matadero de Madrid a la cabeza, y en su estela otras particulares o colaborativas como el Centro Addaya de Alaró, Rampa o FelipaManuela en Madrid, Halfhouse o Homesession en Barcelona. En las casas también se han hecho exposiciones o intervenciones, destacando la trayectoria de Doméstico en Madrid, que arranca en 1999, o las de Salón o The Green Parrot. Estas iniciativas denotan una voluntad de transformar las estructuras tradicionales, algo a lo que se han apuntado algunas galerías comerciales como ADN Platform en Barcelona (desde 2013), con espacios que van más allá de la exposición y venta para promover la experimentación y el debate, e incluso algunos museos o centros de arte que pretenden, sin lograrlo, "desinstitucionalizarse".

El mundo del arte hoy se debate entre contenidos y formas a veces elitistas y la exigencia de llegar a todos

Los estudios de género y la reivindicación de las mujeres artistas han ganado peso a través de asociaciones, proyectos de investigación, exposiciones y hasta festivales (Miradas de Mujeres, desde 2012). También la corrección política: desde la retirada del famoso papagayo de Kounellis en el Reina Sofía (1997) se han sucedido las protestas de grupos con ideología de uno u otro signo que exigen la censura de obras supuestamente ofensivas, siendo el caso más sonado el de la exposición La bestia y el soberano en el MACBA (2015), que causó la dimisión de su director, Bartomeu Marí. Otros directores han dejado huella en este período, que se corresponde con la era Zugaza en el Museo del Prado (2002-2017) y el reinado de Borja-Villel en el Museo Reina Sofía (desde 2007).

En 1998 no existían Facebook o Twitter, y no todos teníamos correo electrónico. El mundo del arte se ha digitalizado y se ha hecho "social", debatiéndose hoy entre unos contenidos y formas a veces elitistas y la exigencia de llegar a todos. Uno de los efectos de esta virtualización puede haber sido una cierta desatención al patrimonio. Muchas obras valiosas se han exportado en los peores años de la crisis sin que se hayan establecido criterios claros y procedimientos transparentes para evitarlo. Habrá que enmendarlo en años futuros.

@ElenaVozmediano