María Blanchard, la enigmática pintora del siglo XX
Baltasar Magro publica 'María Blanchard. Como una sombra', una novela de corte histórico sobre la artista que contribuyó a la renovación del arte
4 noviembre, 2020 17:00“María, eres poco comercial”, le decía Picasso a María Blanchard (Santander, 1881- París, 1932), una de las artistas más destacadas del movimiento cubista. Su vida giraba en torno a la pintura, era su devoción, lo más importante a pesar de algunos momentos complicados con los que tuvo que lidiar. La aversión al frío paralizaba su cuerpo de tal manera que en ocasiones tuvo que dejar de pintar. Otras veces, la carencia de recursos económicos que le permitieran comprar leña le llevaron a quemar sus propios dibujos y bocetos. “Era un sacrificio a cambio de un poco de calor para volver a coger los pinceles”, sostiene Baltasar Magro (Toledo, 1939), que acaba de publicar María Blanchard. Como una sombra (Alianza editorial), una novela de corte histórico con pinceladas de ficción.
El punto de partida del escritor fue una noticia. En ella leyó que a algunas obras de Blanchard les habían cambiado la firma por la de Juan Gris, un gran amigo con el que a veces trabajaba dando como resultado algunas obras de características similares. Tirando del hilo, aunque sin saber qué haría con toda esa información, empezó a conocer a una artista excepcional que vivió en el París de la bohemia a principios del siglo XX. Picasso, Juan Gris, Diego Rivera y Amedeo Modigliani eran algunos de sus ilustres amigos. Con ellos frecuentaba cafés y fiestas, se visitaban en sus talleres y compartían impresiones.
María Blanchard nació en Santander en 1881. En 1903 puso rumbo a Madrid, donde arrancó su formación artística y tan solo unos años más tarde, en 1909, se trasladó a París. Allí estudió con el artista español Anglada Camarasa, con quien disfrutó de la libertad del color. En la misma academia conoció a Angelina Beloff, conocida como Quiela, a quien le unió una estrecha relación de amistad. “Tuvieron mucha afinidad, era su confidente, su amistad se prolongó durante más de 20 años”, recuerda Magro. De hecho, con ella viajó por primera vez a Brujas, ciudad en la que conocieron a Diego Rivera y, tras hacer de celestina, la artista rusa y el mexicano se embarcaron en una aventura sentimental. “Se dice que María pudo tener un romance con él pero no se sabe, lo que sí es cierto es que vivían los tres juntos. Resulta llamativo, era una relación curiosa y peculiar pero desde luego en aquella época no les sobraba el dinero”, arguye Magro.
Sin embargo, en 1914 regresó a España y participó en la exposición Pintores íntegros que organizó Ramón Gómez de la Serna. No fue hasta 1916 cuando decidió volver a París para instalarse de manera definitiva. Entonces vivió su gran eclosión. Asumió el cubismo, un movimiento al que se unió con una voz muy particular. En ese círculo fue considera como una más, gozó de un gran reconocimiento y participó en las discusiones cubistas. En la etapa final del movimiento expuso junto a otros colegas pintores y también pudo disfrutar del reconocimiento del público. No obstante, después de la Primera Guerra Mundial fue dejando atrás esta vanguardia para emprender un viaje hacia el realismo. Pero no fue algo que afectó tan solo a Blanchard, lo hicieron muchos otros pintores, fue una especie de necesidad de volver a la figuración. “También lo hizo Picasso, cada uno en su estilo y el de María era llamativo porque retrataba desvalidos y niños con claridad y luz interna”, detalla.
Durante los últimos años de vida apenas salía de su taller, aquejada de una enfermedad que deformaba sin tregua su cuerpo. “Ella decía que se debía a un accidente que tuvo su madre estando embarazada pero no se sabe si es cierto. Tampoco si era una enfermedad degenerativa pero sí que su deformación era muy exagerada”, apunta Magro. Tanto que la gente se santiguaba al cruzarse con ella. Fue sometida a burlas y desprecio desde pequeña y esto hizo que la artista se acercara a mendigos, prostitutas y pobres y les abriera las puertas de su casa para darles comida, dinero y ropa. Parte de su obra, de hecho, está poblada por estos seres marginales a los que retrataba guiada tan solo por su recuerdo.
Esta deformación no fue un impedimento de joven pero “a medida que iba envejeciendo las molestias eran más constantes”, sostiene el escritor. Además, conmovida por la muerte de su gran amigo Juan Gris en 1927 se recluyó en su estudio y a lo único a lo que no renunció fue a las buenas conversaciones con Quiela, la única persona que nunca molestaba en su taller, donde se le acumulaban ropas, vasos vacíos de oporto y encargos. Tantos que no le dejaban margen para dedicarse a lo que quería: pintar flores. Pero, ¿de dónde surge esta obsesión? Quizá, se aventura Baltasar Magro, a una necesidad de hacer algo distinto, de desprenderse de los encargos, que, a su vez, eran la manera de mantener sus ingresos. “En su última etapa hacía muchas copias, si a los marchantes les gustaba una maternidad ella la hacía”, asegura Magro.
Esto, cree, influyó en la crítica posterior que añadieron a su deterioro físico “una maternidad frustrada". De modo que "se quedaron en la superficie sin darse cuenta de que fue una de las grandes pintoras españolas de la época”. Por eso, resulta sorprendente que el éxito que vivió durante su corta vida (murió a los 51 años), en la que fue considerada un igual en el círculo de artistas en París, se viera abocada al silencio, al olvido, al abandono. “Dudo que Picasso tras la muerte de María Blanchard dejara de recomendar sus obras. Sus piezas las custodió su hermana Carmen y cuando regresó a España después de la guerra civil se requisó ese material”, arguye el escritor y también historiador del arte.
Esta puede ser una de las razones aunque “no justifica el rotundo silencio en torno a su figura”, lamenta. Transcurridos 60 años tuvo lugar la primera monográfica dedicada a la artista cuyas obras finales son la expresión de sus propias vivencias. Y hubo que esperar hasta 2012 para ver la primera exposición individual de la artista en el Museo Reina Sofía.
En definitiva, María Blanchard colaboró en la renovación del arte siendo, en opinión de Ramón Gómez de la Serna, “la más grande y enigmática pintora de España”.