Joseph Beuys, el hombre que susurraba a una liebre muerta
Se cumplen 100 años del nacimiento de uno de los artistas más influyentes del siglo pasado. Trazamos un recorrido por su vida y su obra
12 mayo, 2021 01:42Entre los tunantes que ha suministrado el arte del siglo XX (y no son pocos, pensemos en Marcel Duchamp, Piero Manzoni, Marcel Broodthaers, Andy Warhol o Damien Hirst, por elegir una escueta representación internacional) ninguno produce tanta antipatía como el alemán Joseph Beuys. Al menos en España. Los más viejos del lugar todavía recordamos la que se armó con motivo de su exposición antológica en el Reina Sofía allá por 1994. Como además coincidió con una suelta de esculturas de Botero por el bulevar del Paseo del Prado, el choque de sensibilidades alcanzó muy alta temperatura. El disparo de salida lo produjo un artículo de Antonio Muñoz Molina en El País (30/3/1994) que ya desde el título, "Descrédito del gurú", advertía a los visitantes del museo que iban a asistir a una especie de timo.
El aspecto de Beuys era inalterable: rostro huesudo bajo un sombrero de fieltro, chaleco de pescador, botas
Agradecí inmensamente el artículo, con cuya descalificación del arte conceptual no podía estar menos de acuerdo. Pero como digo, lo agradecí, por el valor de opinar en contra de una institución y porque ponía por escrito lo que es una opinión extendida (y un hecho cierto): que en el mundo del arte se comulga con ruedas de molino colosales. Y también, esto lo digo yo, reveló una vez más la pereza que da en España argumentar, pudiendo descalificar. Porque no se produjo el debate que la ocasión ponía en bandeja: los partidarios del alemán organizaron en su terreno un acto de desagravio, pero no leí un artículo que explicara el sentido de su obra o sencillamente dijera (esa es mi opinión) que hay creaciones que para mostrarlas no hay que exponerlas.
Pero esto es agua pasada. Hoy, 12 de mayo de 2021, se cumple un siglo del nacimiento de Joseph Beuys. Sin haberlo pretendido, el tiempo le ha convertido en uno de los artistas más influyentes del siglo pasado. Aunque apenas hayas frecuentado el mundo del arte, conoces su aspecto inalterable: rostro huesudo bajo un sombrero de fieltro, chaleco de pescador, botas. Y sabes que es el autor de esta afirmación escandalosa: “Todos somos artistas”. Que, por cierto, es en realidad del poeta romántico Novalis. Y que uno, a poco que lo piense, acaba admitiendo como cierta, aunque nuestras obras de arte carezcan de valor comercial y no seamos artistas más que en ciertos momentos supremos.
Sin haberlo pretendido tampoco, Beuys se ha convertido, como antes veíamos, en un artista tan mal comprendido como para que le pueda llamar tunante y el lector o la lectora asientan entusiasmados. Se entiende perfectamente, si tenemos en cuenta que la historia del arte ha sido extirpada de la enseñanza media por sucesivas leyes de educación y los pocos que la cursan no pasan del cubismo. Así que a la generalidad de los espectadores ni se les pasa por la cabeza que hace ya medio siglo los artistas vienen advirtiendo que después del cuadro y la escultura han llegado otras cosas. También que en las exposiciones de arte contemporáneo tienes tanto que leer como que ver, por lo menos. Y, en definitiva, que las reglas de este arte son completamente otras y si lo que te gusta es la pintura, anda que no tienes exposiciones.
Joseph Beuys nació en Krefeld. En 1943, siendo piloto de la fuerza aérea alemana, su avión se estrelló en Crimea. Fue recogido por campesinos locales y curado, según él contó, envolviendo su cuerpo con grasa y fieltro, materiales que estarán muy presentes en su obra. Tras reincorporarse, fue hecho prisionero en Gran Bretaña entre 1945 y 1946. Posteriormente, estudió pintura y escultura en la Academia Estatal de Arte de Düsseldorf y pasó la segunda mitad de la década de 1950 trabando en una granja.
Ecologista y comprometido políticamente
En 1961 se convirtió en profesor en la misma academia. Expulsado en 1972 por apoyar a los estudiantes radicales, fue readmitido seis años más tarde. Por entonces declaró que dar clase era su mayor creación artística. Aquel mismo año convirtió su participación en la Documenta de Kassel en una oficina para promover la democracia directa y lanzar el Partido Verde, del que fue uno de los fundadores y candidato en las elecciones de 1980. Entre sus obras más conocidas están las performances Cómo explicar cuadros a una liebre muerta (1965) y Me gusta América y a América le gusto yo (1974). También la plantación colectiva de árboles titulada 7.000 robles (1982). Murió en Düsseldorf el 23 de enero de 1986.
Orientó su trabajo hacia las necesidades del ser humano y las condiciones de vida, en vez de hacia cuestiones estilísticas
Lo que le caracteriza como creador es haber orientado su trabajo hacia las necesidades del ser humano y las condiciones de vida, en vez de hacia cuestiones estilísticas y de investigación del lenguaje artístico. El resultado es lo que él denominó “el concepto ampliado de arte”, que alude a la transformación de la realidad que podemos llevar a cabo con el pensamiento y la palabra, como el escultor transforma la materia con sus manos. De ahí deriva otro concepto interesante, la "plástica social", que señala que la armonía entre los individuos y la consecución de objetivos sociales produce un tipo de belleza que solemos llamar bien común. Su preocupación por la ecología y el compromiso político en su favor resultan también precursores. Así como la combinación de la dimensión artística y el trabajo colectivo en pos de objetivos sociales que luego se ha llamado "artivismo".
Por supuesto que uno puede considerar risible pasearse por una galería con la cabeza embadurnada de miel y susurrando a un bicho muerto. Lo es tanto como cualquier rito de una religión que ignoramos. La extrañeza y el ridículo son emociones poderosas que Beuys supo explotar. Como la misma creación de su personaje. Lo que me parece indudable es que lo que tiene de valioso su legado no reside en los objetos que amparaban sus acciones, ya fueran pizarras garabateadas o los bloques de basalto que acompañaban cada uno de aquellos siete mil árboles. Exponerlos y contemplarlos es tan equívoco como hacerlo con un buril en lugar de la escultura fabricada con él. Pasa lo mismo con sus denostadas esculturas de fieltro y grasa. Es tan irrelevante como detenerse en la caligrafía de un poema en lugar de en su sentido.
En todo caso, yo tengo claro que prefiero colgar en mi salón un Matisse, pero en cuanto a pensar en cómo arreglármelas con el mundo, me va a ser más útil Joseph Beuys. Sé que el problema radica en el fondo en que llamamos arte a cosas demasiado distintas entre sí (una pintura rupestre, Las hilanderas, una acuarela abstracta de Kandinsky). Así no hay manera de saber qué vamos a ver cuando vamos a ver arte. Hasta que encontremos otra solución, quizás habría que colocar un cartel a la entrada de las de arte contemporáneo advirtiendo: "Algunas de estas obras pueden no herir la sensibilidad de los visitantes".