Relicarios, el esplendor del despojo
El Museo de Escultura de Valladolid traza un fascinante recorrido por los objetos sagrados y sus envoltorios
27 julio, 2021 09:06Extraña devoción. De reliquias y relicarios. Museo Nacional de Valladolid. Cadenas de San Gregorio 1 y 2. Valladolid. Comisarios: M. Arias, E. González Estévez, J. Luis González García y C. Vincent-Cassy. Hasta el 22 del agosto
A pesar de que esta atractiva exposición sobre reliquias y relicarios está focalizada en la Edad Moderna, se abre y se cierra con obras posteriores: la estampa Extraña devoción! (Desastres de la guerra), de Goya, que representaría con mirada cáustica el traslado de la momia de la beata María Ana de Jesús –cuyo retrato escultórico post mortem se exhibe luego– y la instalación Relicario de Christian Boltanski, fallecido hace unos días, dedicada a los niños del Holocausto. Ambas obras, con otra de Sorolla sobre la adoración de las reliquias o con unas máscaras mortuorias de hombres célebres, nos dan idea de la persistencia de unas prácticas que tienen una raíz antropológica pero que, como se demuestra aquí, adquieren en el siglo XVI enmarañadas significaciones religiosas, culturales, políticas… y artísticas.
Se trata de un proceso apasionante que el Museo Nacional de Escultura está en óptima posición para narrar –aunque la mitad de lo expuesto venga de fuera–, ya que la talla religiosa en madera, con tanto peso en su colección, es junto a los objetos suntuarios el campo artístico más afectado por él. Y lo hace apoyándose en la investigación desarrollada en el ámbito universitario a través del Proyecto I+D "Spolia Sancta. Fragmentos y envolturas de sacralidad entre el Viejo y el Nuevo Mundo", con un novedoso enfoque que vincula reliquias e imágenes, desplegado en el imprescindible catálogo.
No es un asunto menor. Está en el centro del debate teológico –Reforma y Contrarreforma– y es pilar sobre el que se construyen identidades colectivas. Para la Monarquía Hispana fue nuclear. Si Felipe II encargó al humanista Ambrosio de Morales que inventariase las reliquias en el antiguo reino asturleonés y si hizo de su lipsanoteca el corazón de El Escorial, donde llegó a reunir más de 7.000, no fue solo por fervor religioso sino también por razón de estado: adueñarse de la herencia visigótica facilitaría la consolidación dinástica y ese foco de energía espiritual sustentaría la unidad del Imperio. Su hijo, Felipe III, cayó en la chaladura por el despiece de santos y en la Corte se usaban las reliquias como botiquín para dolencias de cuerpo y alma; entre la alta nobleza, el coleccionismo de relicarios pasó a ser signo de buen gusto (y de piedad), y fueron objeto de intercambios diplomáticos.
La reliquia representa y se representa. Y aquí es donde hace más hincapié la exposición que incluye relicarios escultóricos y pinturas
¿De dónde se sacaron tantas? En gran parte, de las catacumbas romanas, redescubiertas con fines estratégicos para cimentar el poder de la "ciudad santa", aunque se fomentó también la “invención” –hallazgo y/o traslación– de viejos santos locales que dotaran de pedigrí cristiano a toda villa que se preciase y se aprovecharon las canonizaciones y los martirios contemporáneos. Toda esa obsesión tuvo amplios ecos en el mundo del arte, de la imagen, por cuestiones de decoro y de representación, y de ello da buena cuenta esta muestra.
El Derecho Canónico prohibía exhibir las reliquias desnudas "porque no vengan a alguna detractoria irrisión de los simples", quienes podrían "imaginar que aquellos no son huesos de santos". El envoltorio de lujo señalaba la diferencia respecto a los despojos ordinarios y, además, le marcaba al fiel una distancia que subrayaba la condición sobrenatural del objeto. Las reliquias se guardaban en habitaciones de acceso restringido –se alude a ello en el montaje–, dentro de armarios pintados o tras cortinas, que al abrirse propiciaban un encuentro de excepcional intensidad.
La reliquia representa y se representa. Y aquí es donde hace más hincapié la exposición, que incluye no solo multiformes relicarios escultóricos sino también pinturas en las que se ilustra el culto a las reliquias y la función de las imágenes en la "fábrica de santidad". Para empezar, las imágenes más sagradas, realizadas por manos no humanas –la Verónica, la Sábana Santa y los retratos de la Virgen por san Lucas o por los ángeles–, son al mismo tiempo reliquias por contacto con la persona santa (y así, de paso, sirvieron para dignificar la actividad de los pintores).
En el caso de santos contemporáneos, el retrato realizado inmediatamente tras la muerte –tenemos aquí el impresionante de San Simón de Rojas atribuido a Velázquez–, muy importante en la causa que seguiría, solía tomar forma de máscaras mortuorias. En ocasiones las realizaron artistas como Alonso Berruguete (cardenal Tavera) o Vicente Carducho (la mencionada María Ana de Jesús), y fueron usadas después para producir pinturas o esculturas. Pero lo más habitual es que no se persiguiera el parecido (imposible en muchos casos) sino la "presencia" –base del naturalismo de Juan de Juni o Gregorio Fernández– y en este sentido fueron abundantes y eficaces los contenedores de reliquias con forma anatómica: cabeza, busto, brazo, pie, mano, dedo, lengua…
La muestra aborda, por otra parte, tipologías de reliquias y relicarios que ponen en juego la magia simpática o de contacto, pues lo que tocaba o compartía espacio con los objetos o lugares sagrados se contagiaba de esa condición. También la especial santidad de las imágenes ultrajadas o la necesidad de autentificación de los restos –establecida en las auténticas–, que contribuye al establecimiento del método histórico moderno. Rigor y disparate, repulsión y belleza… todo cabe en el fascinante, oscuro, ámbito del relicario.