Dos jóvenes visitantes en la inauguración de 'Reencuentro' en el Museo del Prado

Dos jóvenes visitantes en la inauguración de 'Reencuentro' en el Museo del Prado

Arte

Cultivar la cultura: abono más allá del bono

Ramón Andrés, Concha Jerez, Ernesto Caballero, Paloma Díaz-Mas, Albert Boadella, Silvia Sesé y Alberto Conejero opinan sobre el bono cultural de 400 euros para jóvenes de 18 años anunciado por el Gobierno

21 octubre, 2021 08:55

Hace unos días, Pedro Sánchez sorprendió al sector cultural anunciando un bono cultural de 400 euros para el medio millón de jóvenes que cumplirá 18 años en 2022. El objetivo, según el Gobierno, es doble: promover el acercamiento de las nuevas generaciones a la cultura en sus diversas formas y, de manera indirecta, beneficiar a un sector machacado por la crisis derivada de la pandemia de Covid-19. La medida costará unos 210 millones de euros al erario público, con cargo a unos Presupuestos Generales del Estado que destinarán a la cultura la mayor cuantía de la historia de nuestro país: 1.589 millones de euros, de los que 356 proceden de los fondos europeos de recuperación. Según el ministro de Cultura, Miquel Iceta, "aún queda mucha tela que cortar" en el diseño y condiciones de aplicación del bono, pero el referente son los que ya se aplican desde hace años, con éxito, en países de nuestro entorno como Francia e Italia.

La medida ha generado cierto debate en el mundo de la cultura, donde ha recibido elogios y críticas. ¿Ayudará de manera significativa a la recuperación del sector? ¿Servirá una ayuda económica puntual para aumentar el interés de los jóvenes por las artes y las letras si este no se promueve adecuadamente en los hogares y las escuelas desde la más tierna infancia? ¿Tiene sentido considerar la cultura una forma de consumo más?

Para arrojar luz sobre estos interrogantes, hemos recabado la opinión de siete grandes nombres de distintas áreas de la cultura: el escritor Ramón Andrés, recién galardonado con el Premio Nacional de Ensayo; la artista Concha Jerez, Premio Velázquez de Artes Plásticas; el dramaturgo y director de escena Ernesto Caballero, Premio Valle-Inclán y exdirector del Centro Dramático Nacional; la escritora Paloma Díaz-Mas, miembro de la Real Academia Española; el dramaturgo Albert Boadella, cofundador de Els Joglars; la editora de Anagrama, Silvia Sesé, y el dramaturgo Alberto Conejero, director del Festival de Otoño y Premio Nacional de Literatura Dramática.

Ramón Andrés

Filósofo. Premio Nacional de Ensayo 2021

“No es cuestión de subvenciones”

Desde hace demasiado tiempo la cultura, me refiero a la cultura de verdad, esa que no puede concebirse como ocio, ya que la cultura exige un compromiso por parte del que accede a ella, ha pasado a ser un simple entretenimiento. Que se hable de "industrias culturales" no es muy buen síntoma, de hecho resulta antitético, pues indica una fabricación en serie de ideas y modelos que buscan a un gran público. Y no debemos llevarnos a engaño: la cultura no es masiva, no puede serlo. De ser así, habrá perdido su potencia crítica. Creer que la cultura es de interés general, responde a una ilusión que procede de los tiempos de la Ilustración, una ilusión que la democracia ha prolongado sin saber muy bien por qué, puesto que la cultura es una rémora para la mayor parte de los gobiernos. Pero no podemos engañarnos, ya no. La cultura interesa a unos pocos, que cada vez, es verdad, son más, aunque continúan siendo una minoría. 

No se puede consumir un museo, tampoco una composición de Bach ni una instalación de Alex Chinneck. Velázquez no es consumible, tampoco lo es Jim Jarmusch

En principio, pensar la cultura como “consumo”, creo yo, no es del todo procedente. Cuando oigo que alguien “consume libros” pienso que ha desaparecido como lector; cuando alguien dice que “consume música”, ha desaparecido como oyente puro, quiero decir, como oyente comprometido con lo que escucha. Hemos perdido la condición de ciudadanos para ser ya unos simples consumidores. Si esto llega también a la cultura, estamos perdidos. No se puede consumir un museo, tampoco una composición de Bach ni una instalación de Alex Chinneck. Velázquez no es consumible, tampoco lo es Jim Jarmusch.

El acceso a la cultura debe prepararse ya desde la escuela. No se trata de hacer grandes inversiones, sino de no despistar y adocenar al alumnado. Asimismo es perentorio que los jóvenes no vean como contrarios la tecnología y el humanismo. Hay que hacérselo entender. La mejor iniciativa es aquella que favorece la creatividad y la imaginación de los estudiantes. No es cuestión de más subvenciones ni becas ministeriales, sino de dejar que los jóvenes piensen y conspiren si es necesario.

Concha Jerez

Artista. Premio Velázquez de Artes Plásticas

“Potenciar la cultura desde la escuela”

Incentivar la cultura es siempre algo positivo, aunque solo sea por el hecho de hablar y tomar conciencia de ella y ofrecer a nuestros jóvenes otro tipo de entretenimiento que no sea el botellón. Cuando yo estudiaba en la universidad había cineclubs, conciertos… y copas, también, pero no todo giraba en torno a ellas. Tenemos que partir de la premisa de que hoy en día todo se convierte en consumo y que cualquier ayuda para propiciarlo es bienvenida. Sin embargo, no debemos caer en el error de asociar la cultura a una simple cuestión económica: hay actividades que solo se pueden hacer con ella a nuestro favor —el cine, el teatro, los toros o los libros no son nada baratos— y otras propuestas que ya son gratuitas, como las exposiciones de las galerías de arte. También soy partidaria de que la entrada de los museos sea gratuita o al menos que este bono sirva para acceder a algunos de ellos; el Thyssen y El Prado, por ejemplo, no son baratos. No tenemos más que fijarnos en las colas de jóvenes a las puertas del Museo Reina Sofía en la franja gratuita.

Es fundamental potenciar la cultura en nuestro sistema educativo, donde las actividades relacionadas con la creación brillan por su ausencia

Es, además, fundamental potenciar la cultura en nuestro sistema educativo, donde las actividades relacionadas con la creación brillan por su ausencia. Si la cultura se convierte en algo cotidiano para los niños desde la escuela, querrán seguir disfrutándola de adultos. Y si no se potencia desde etapas tempranas —aquí incluyo también a los científicos, que imaginan hipótesis nuevas— se convertirá en una cuestión meramente económica. Por último, habría que reforzar la televisión pública, que se vuelvan a emitir conciertos, se comenten las películas que se proyectan… Dado que los botellones no se pueden prohibir, vamos a ver cómo lo reconducimos. No olvidemos a todos aquellos jóvenes que no reciben el incentivo cultural desde sus familias.

Ernesto Caballero

Dramaturgo y director de escena. Exdirector del Centro Dramático Nacional

“Sin abono, el bono es papel mojado”

Me parece una medida muy acertada, en sintonía con las ya aplicadas en Francia e Italia. En un país de deplorable fracaso escolar y donde el botellón es la expresión máxima del ocio juvenil, todo lo que sea propiciar el acceso de las nuevas generaciones a diversiones más cultivadas es una excelente noticia. Ahora bien, si sólo se contempla este acceso sin desplegar políticas que incentiven la propia creación cultural de los jóvenes, la iniciativa puede resultar a la larga socialmente irrelevante.

Si sólo se contempla este acceso sin desplegar políticas que incentiven la propia creación cultural de los jóvenes, la iniciativa será irrelevante

En principio, los bienes culturales se diferencian de los utilitarios en la dimensión simbólica que ostentan. Ahora bien, esta diferencia en la actualidad se halla muy difuminada pues la dimensión simbólica ha inundado toda la esfera de lo social desde la moda a la gastronomía, pasando, naturalmente, por la política (como podemos constatar a diario en el debate partidista, donde el éxito o el fracaso de una gestión apenas importa comparado con los gestos de gran calado simbólico dirigidos a la motivación emocional de la audiencia). Por tanto, la línea que separa el territorio del consumo de la cultura con el de la cultura del consumo se vuelve cada vez más sinuosa, lo que hace comprensible que muchos sectores excluidos del bono también reclamen su estatuto de bien cultural.

Por otro lado, toda manifestación cultural requiere para su disfrute de unas determinadas herramientas perceptivas que no siempre están al alcance de todos; ese capital cultural (Bordieu) es notoriamente desigual según los grupos sociales. Por tanto, la demanda de cierta oferta de altura dependerá de quienes en casa hayan cultivado previamente ciertos hábitos. De ahí la responsabilidad que en esta democratización afronta el sistema educativo; un sistema que paradójicamente se va desprendiendo progresivamente de las materias no productivas, es decir, de las humanidades.

Sin este abono, el bono es papel mojado.

Paloma Díaz-Mas

Escritora. Miembro de la Real Academia Española

“400 euros una vez en la vida no cambian los gustos de nadie”

Creo que hay que ver la iniciativa más bien en términos de mercado. En ese sentido, el bono cultural puede ser una ayuda estatal indirecta a la industria cultural, tras los meses de parón motivados por los confinamientos y las medidas anti-Covid. Si eso sirve además para que haya jóvenes que accedan —aunque sea ocasionalmente— a productos culturales que hasta ahora no consumían por falta de costumbre o porque resultaban caros para ellos, bienvenida sea la iniciativa.

La relación de los jóvenes con la cultura no va a cambiar por una iniciativa puntual y aislada

Pero la relación de los jóvenes con la cultura no va a cambiar por una iniciativa puntual y aislada. Para que esos productos culturales (la música, la literatura, el teatro, la danza, la ópera, las artes plásticas, etc.) formen parte del ocio de los jóvenes haría falta un plan de promoción de la cultura entre los niños, adolescentes y jóvenes que fuera sistemático, prolongado en el tiempo y participativo. Por ejemplo, promoviendo ciclos de conciertos y de teatro de calidad para niños o para público familiar, incluyendo de forma sistemática talleres de lectura, de música, de teatro o de artes plásticas en la educación reglada y en las actividades extraescolares (desde infantil hasta secundaria y bachillerato), incentivando el conocimiento de los museos y del patrimonio cultural (empezando por los de su propia localidad) entre los jóvenes.

Solo familiarizando a todos los ciudadanos desde niños con la cultura podrá haber en el futuro jóvenes y adultos que consideren la cultura parte de su vida y, por tanto, de su ocio. Disponer de cuatrocientos euros una vez en la vida no cambian los gustos, la mentalidad, ni la relación con la cultura de nadie; aprender a tocar un instrumento musical, participar un taller de lectura o en una actividad para descubrir los edificios históricos de tu pueblo, o formar parte de un grupo de teatro, a lo mejor sí.

Albert Boadella

Dramaturgo. Cofundador de la compañía Els Joglars

“Un tufillo a ONG contraproducente”

No me gusta ese tratamiento de sector minusválido con que los medios y las administraciones manejan las cuestiones que tienen que ver con el panorama de las ofertas culturales. Tiene un tufillo a ONG que estimo contraproducente para el interés del ciudadano. De ello se deriva un sentimiento de indulgencia hacia el sector que ya nos sitúa de antemano como perdedores. Algo muy poco atractivo para la gente.

No deseo que mis obras tengan mayores privilegios que otros sectores del comercio por el hecho de llevar el distintivo “Cultura”

Si lo entendemos como un consumo, no deseo que mis obras tengan mayores privilegios que otros sectores del comercio por el hecho de llevar el distintivo “Cultura”. Los que trabajamos en estos oficios debemos tener el incentivo de hacernos millonarios y también aceptar, como cualquier ciudadano que pone un producto a la venta, el riesgo de ruina. Si en las escuelas de arte existiera una asignatura de “Seducción al cliente” tendríamos menos problemas de subsistencia.

Hay una parte muy importante de lo que llamamos cultura que tiene un acceso sin coste económico alguno. La otra debe pagarse al precio real de su coste. De lo contrario, establecemos una falsa realidad que tiene consecuencias sobre la libertad de los productos y el dirigismo de los regímenes políticos. En cuestiones culturales los Estados deben asumir exclusivamente las responsabilidades en educación y en patrimonio, ya sea material o inmaterial, como pueden ser las grandes obras del pasado en teatro, música y ópera.

Silvia Sesé

Directora editorial de Anagrama

“Una excelente noticia”

Me parece una excelente noticia el bono cultural para quienes cumplan 18 años. No es la solución a todos los males que sufre el mundo de la cultura pero es una buena iniciativa, probada ya en otros países como Francia e Italia (en Italia llevan ya unos cuantos años con el bono y ha sido una ayuda clarísima al mercado del libro, sobre todo en la parte digital, pero también ha acercado a los jóvenes a las librerías). Lo ideal es que se cree por fin un marco de políticas sostenidas de apoyo a la lectura, a las librerías, a las traducciones de nuestros autores en otras lenguas, etc.

Alberto Conejero

Dramaturgo. Director del Festival de Otoño y Premio Nacional de Literatura Dramática

“Una buena medida, pero insuficiente”

Quizá la expresión ‘consumo cultural’ no es la más pertinente para hablar de las prácticas y actividades culturales porque les presupone o prioriza en todas ellas las lógicas del mercado y las homogeneiza con otro tipo de consumos, pero entiendo su empleo en cuanto existen trabajadores de la cultura, una industria cultural y bienes culturales.

Hacen falta otras medidas estructurales como son la bajada del IVA cultural y la presencia de las artes en la educación obligatoria

En este sentido, el bono cultural me parece una buena medida para incentivar el consumo entre aquellos que aún no disponen de ingresos propios, pero a todas luces insuficiente si no viene acompañada de otras medidas estructurales y transversales —y más valientes en lo político— como son la bajada del IVA cultural, la presencia de las artes en la educación obligatoria, y, ante todo, la garantía de empleos y salarios dignos que garanticen vidas dignas. No se puede exigir una determinada disposición ante la cultura a quienes apenas sobreviven.

De otro modo, el bono cultural debería ser una medida más hacia una consideración de la cultura y sus múltiples y heterogéneas prácticas y vivencias como un bien de primera necesidad, cimiento de una ciudadanía crítica, más libre, con mayor imaginación moral y empatía.