Vistas de las salas con obras de Cabello/Carceller o Lucía C. Pino. Foto: Víctor Hugo Martín Caballero

Vistas de las salas con obras de Cabello/Carceller o Lucía C. Pino. Foto: Víctor Hugo Martín Caballero

Arte

Cabello/Carceller, aliens en el museo

El Museo Patio Herreriano de Valladolid da carta blanca a esta pareja de artistas que incluyen en su propuesta a otros 36 creadores alejados de las convenciones.

4 noviembre, 2023 02:20

Hacer una exposición como se ama, como se vive. Hacer una exposición como quien organiza una fiesta de cumpleaños o una barbacoa en la piscina, también como manifiesto político y afectivo. Eso es lo que sucede cuando el proyecto expositivo lo escriben artistas como Helena Cabello (París, 1963) y Ana Carceller (Madrid, 1964), que su gramática rebasa el relato, deviene ethos. Ethos, ética y estética. Todo a la vez. La ocupación es una genealogía de sinergias y afectos que se articulan a través de sus propios relatos y que interconecta diversas generaciones.

La ocupación. Carta Blanca a Cabello/Carceller

 Museo Patio Herreriano. Valladolid. Hasta el 10 de marzo

El proyecto, que insisten, no es un comisariado, sino un ejercicio artístico, funciona como un conjunto de ecos y resonancias afectivas, políticas y conceptuales, pero con tintes retrospectivos. Las piezas se enmarañan entre ellas, unas con otras, y en otras, y al final juntas, ocupando y reivindicando el museo para sí, que es lo mismo que decir todos, o decir nosotras.

Esta pareja de artistas lleva desde los años 90 interrogando los modos de representación hegemónicos en las prácticas visuales desde la mirada feminista y de las teorías de género, repensando el lugar que ocupan los cuerpos y las identidades disidentes. Ahora, después de ocupar la Bienal de Venecia en 2015 o participar actualmente en la 35 Bienal de São Paulo, habitan tres salas de un museo, uno como el Patio Herreriano en Valladolid, desde la libertad que les otorga haber sido las destinatarias de una carta en blanco.

El proyecto no es un comisariado, sino un ejercicio artístico, un conjunto de ecos con tintes retrospectivos

La invitación, realizada por su director, Javier Hontoria, la hacen, a su vez, extensible a otras 36 artistas que tienen en común vivir en la diáspora o ser culturalmente inadaptadas: aliens fuera de las convenciones. De Sonia Delaunay, Remedios Varo, Maruja Mallo o Juan Hidalgo a jóvenes o desconocidas como , convierten este proyecto en el más importante de la historia del museo en términos de préstamo de obras.

Todas estas artistas conviven con piezas más conocidas de Cabello/Carceller, entre ellas la brillante Rapear filosofía (2020) que indaga en la búsqueda de los ritmos internos de la escritura teórica, rapeando a Foucault, Sontag, Butler o Mbembe; la icónica Archivo Drag Modelos (2007-), una galería de retratos que rastrean las huellas de la influencia cinematográfica en la representación de masculinidades alternativas; su famosa serie de piscinas Utopía (1998-2003), que nos habla de un sueño que hace aguas en el contexto del SIDA, o la icónica Alguna parte (2000-2003), su serie de fotografías tomadas al cierre de las discotecas.

Vista de la sala con obra de Juan Carreño de Miranda. Foto: V. H.M.C.

Vista de la sala con obra de Juan Carreño de Miranda. Foto: V. H.M.C.

La ocupación es una fiesta, pero no exenta de melancolía. El arte tiene la virtud de sublimar las temáticas incómodas, pero Cabello/Carceller las declinan en un subtexto permanente: la enfermedad, el dolor, la soledad, la marginación, el odio, la invisibilidad, el desprecio, el desencanto… cuestiones que, a pesar de todo, siguen muy vigentes para el colectivo queer y que ellas en primera persona transforman en manifiesto, en banderas, en besos, en retratos fabulosos, en la belleza inadvertida de lo abyecto. Estamos hablando de una práctica artística transformadora del mundo y ahí radica su verdadera importancia, la que ocupa y nos ocupa.

La ocupación es también un relato fragmentado. Un texto abierto que va escribiéndose a lo largo de tres salas o escenas. Permítanme unos apuntes. El primero es la imagen de las Cabello/Carceller porteando a Pepe Espaliú, enfermo de SIDA, un año antes de morir, en su acción Carrying. Varios artistas por parejas se turnan para llevarlo, sin dejar que toque el suelo, desde el Congreso al Museo Reina Sofía como un acto de visibilidad de la enfermedad y de apoyo al artista. Está en la misma sala que un préstamo del Museo del Prado, Eugenia Martínez Vallejo, vestida de Juan Carreño de Miranda (1680) que, apodada “la monstrua”, vestida y desnuda en la misma operación pictórica que La maja, es una niña con un cuerpo disidente que retratan para la mofa.

[Cabello/Carceller, identidad fuera de normas]

En el montaje del Museo Patio Herreriano aparece acompañada por tres retratos trans no binarios del proyecto Una voz para Erauso. Epílogo para un tiempo trans, una de las exposiciones más celebradas del año pasado, comisariada por Paul B. Preciado en el Azkuna Zentroa de Bilbao, que se inspira en la figura de la monja alférez, el primer hombre trans de la Edad Moderna. La estrategia de recuperación de figuras históricas invisibilizadas también se da en otras piezas de las artistas como A/O Caso Céspedes, tratando videográficamente el caso de Elena/o de Céspedes, una mujer que logró emanciparse y vivir como un hombre siendo la primera cirujana de la historia de la medicina. También se aprecia en la documentación dedicada a la escenógrafa Victorina Durán y en el homenaje a la bailarina y antropóloga de la danza Tórtola Valencia.

Los aliens ocupan el museo. No lo digo yo, lo dicen ellas en un texto que cuelgan en la pared de la Escena 2, Acerca de la humedad… (2002), ya entonces imaginaban estrategias de integración de lo diferente, lo monstruoso, lo amorfo, lo abyecto. Ahora colonizan temporalmente un espacio acostumbrado a las dinámicas de lo hegemónico, como es un museo, para transformarlo en una casa. A pesar de la diferencia entre las diversas colonizadoras, que podría parecer insalvable, todas respiran un aire común, el de la complicidad disidente, la resistencia silenciosa, los afectos como máquina de guerra. Celebramos esta ocupación y nos apuntamos a la fiesta, no sin antes izar juntas la bandera del desencanto.