Isabel Muñoz retrata el templo más antiguo de la humanidad: "Las piedras están vivas, bailan"
La Premio Nacional de Fotografía 2016 expone en la galería Blanca Berlín, del 20 de enero al 6 de abril, parte de su trabajo en Göbekli Tepe, Turquía.
20 enero, 2024 02:00Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) llega a su cita con El Cultural "como elefante en cacharrería" y con heridas de guerra. Comprensible. La fotógrafa, que rápidamente se quita la tirita de la frente que cubre "un guarrazo" que se metió hace unos días, lleva todo el mes apagando fuegos, incluso apaga algún que otro más al empezar la entrevista.
Está ultimando los preparativos para la exposición 'Piel y Tierra' que se inaugura este sábado en la galería Blanca Berlín, donde ya exhibió algunas de sus muestras más relevantes, como Danzas y ritos (2012) o Agua (2018). Pero la artista tiene ya la mente y el cuerpo puestos en ARCO, que se celebra en marzo, y donde participará en dos proyectos junto con la Casa Velázquez y El Corte Inglés.
Aunque al hablar con ella, parece estar muy lejos de aquí, a casi 5.000 km de distancia. Concretamente en Turquía, país al que fue por primera vez de viaje de novios y por el que desarrolló una querencia que sigue manteniendo hasta ahora. La fotógrafa exhibió en Estambul y Ankara la exposición A New Story, Photographs From and Around Göbeklitepe, un recorrido privilegiado por las ruinas del que ha sido considerado el templo más antiguo de la humanidad.
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La Premio Nacional de Fotografía (2016), reconocible por su compromiso social y a la que "siempre le ha interesado la parte espiritual del ser humano", relata su viaje con una pasión encomiable. "Me enamoro de todo lo que hago, es tremendo", bromea en su estudio madrileño. Un maravilloso desastre de colores fríos —por algo lo llama "iglú"— , lleno de archivadores, libros y fotografías inmensas en blanco y negro con el que se puede viajar de la India al Congo, pasando por las profunidades marítimas de Japón.
En la galería se podrá ver un aperitivo de lo que a principios de octubre será una exposición completa en el Museo Antropológico de Madrid, nos adelanta la artista. "Yo ni soy arqueóloga ni fotógrafa de arqueología", reconoce. Pero Isabel Muñoz no ha tenido ningún problema en convertir esa debilidad en una virtud, ofreciendo una singular mirada y una sensibilidad arrolladora con la que las piedras, dejan de ser meras rocas y se convierten en seres que viven, que bailan.
Pregunta. Se le ve muy ocupada. ¿Cómo se siente?
Respuesta. Pues es que han coincidido muchas cosas, por una lado la exposición de Blanca Berlín. Por otro lado, coincidiendo con Arco, Casa Velázquez hace un día de puertas abiertas y hemos preparado unos tótems para exhibirlos. Además, El Corte Inglés desde los años 60 dedica 15 días al arte y este año, por primera vez se lo dan a una mujer y he tenido la suerte de que me lo den a mí. También estamos haciendo el stand del Corte Inglés para ARCO. Estoy con ilusión, porque necesito salir de mi zona de confort para crear. Porque cuando empiezas a hacer autoplagio es tremendo. De todos modos, nunca estoy contenta con lo que hago, soy muy perfeccionista.
P. Pero al mismo tiempo es muy experimental. ¿Cómo es trabajar con técnicas tan innovadoras como la tepetipia, nacarotipia o la platinotipia?
R. Tiene sus luces y sus sombras. Le dedico mucho tiempo y me encantaría dedicarle más a acariciar mis cámaras. Tengo que sacrificar más tomas para poder investigar todo eso. Pero creo que es un privilegio, porque te mantiene viva. Muchas veces pienso en todos los fotógrafos que a mediados del siglo XIX iban descubriendo técnicas. Volviendo atrás, creo que eso es lo que ha hecho que el homo sapiens haya evolucionado. Porque es como una necesidad, descubrir y compartir.
P. En este sentido, hay una mirada muy antropológica en su trabajo, ¿es reflejo de sus obsesiones?
R. Pensamos muchas veces que evolucionamos, pero nuestras obsesiones están siempre ahí. Y dentro de mis obsesiones está la pregunta de dónde venimos. Siempre me ha interesado la parte espiritual del ser humano, la de los sueños. Cuando terminé de realizar el trabajo con los simios (Primates, 2013) empecé a buscar el principio de cuándo el ser humano empieza a necesitar esa parte espiritual, la de dejar algo para la posteridad, para la comunidad.
P. ¿Hay algo de eso en 'Piel y tierra'?
R. Sí, habla de los orígenes. Son unas imágenes elegidas por Blanca Berlín y por mí que tienen un significado especial dentro de mi obra. Voy a Etiopía en el año 2000, buscando nuestros orígenes, buscando aquellas tribus que viven de espaldas al progreso y que utilizan su cuerpo como un libro. En ellas está la sensualidad de la piel y por otro lado, la sensualidad de la piedra. Porque hasta que no conocí los yacimientos turcos, pensé que la piedra era piedra, pero es que ahora sé que la piedra está viva, tiene microorganismos. A veces me acercaba a ella y la quería oír.
P. En la exposición se pueden ver algunas de esas imágenes del último proyecto que presentó en Turquía. ¿Cómo fue el viaje?
R. François Cheval, mi comisario, me dijo que habían descubierto en Turquía el primer templo de la humanidad. En el trabajo, valoro mucho la suerte y el destino. Y a Javier Hergueta, embajador y un hombre maravilloso que apoya la cultura, le destinan a Turquía y, junto con el Museo Pera de Estambul, me propone hacer una exposición sobre ese templo, Göbekli Tepe. Allí, el director me habla por primera vez de otro asentamiento que acababan de descubrir: Karahan Tepe.
«Yo ni soy arqueóloga ni fotógrafa de arqueología. Quería trabajar sobre el ADN turco, trabajar de noche e ir con antorchas, estar cerca de ellos, verlo con sus ojos. Porque no puedo transmitir lo que no amo y para poder transmitir los que los arqueólogos veían, tenía que estar cerca. Ha sido un privilegio y fascinante, porque no dejan de descubrir cosas. Te das cuenta de que, realmente, estas civilizaciones estaban mucho más avanzadas de lo que nosotros creemos. En la galería se mostrará una pequeña parte del proyecto, porque a primeros de octubre se va a exponer en el Museo Antropológico toda la exposición y en enero irá a Altamira».
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P. En alguna ocasión ha comparado la arqueología con la fotografía. ¿Qué relación cree que tienen?
R. Los arqueólogos, de la misma forma que son capaces de ver lo que hay debajo de la tierra, tienen ese instinto para ver lo que hay también dentro nuestro. Durante el viaje a Turquía, el arqueólogo Necmi Karul me comentó que descubrir es maravilloso, pero que lo hacen principalmente para la sociedad. Y me sentí muy cerca de él, porque la fotografía es eso también. Tanto los fotógrafos como los arqueólogos no contamos historias para nosotros, necesitamos al otro. A mí me interesa también porque necesito comunicar y creo que, de la misma forma que el arte tiene que estar en la calle, y hay que hacer esfuerzos para ello, también debe estar la ciencia.
P. Se le ve muy enfocada en este tema.
R. Sí, de hecho tengo pendiente también un proyecto en las Cuevas de Cantabria. Pero continúo con mi labor social. Estoy colaborando con Acción contra la ceguera Internacional, unos oftalmólogos de Alicante maravillosos, que dedican una semana de su mes de vacaciones para operar la ceguera en África. Y sigo con el cambio climático, porque para mí es importante lo que va a pasar con las siguientes generaciones. Vosotros sois el futuro y me preocupa muchísimo.
P. La danza y el movimiento también han sido siempre un pilar fundamental de su trabajo. ¿Cómo ha sido el cambio de fotografiar algo tan estático como los yacimientos arqueológicos?
R. Me di cuenta que estas civilizaciones se regían con el día y la noche, conocían las estaciones, los venenos, la lluvia. Así que lo que hice fue dar movimiento con los reflejos del agua. A través de la lluvia y las tormentas las figuras cobran vida. Para mí, esas piedras bailan. Lo mismo me pasaba con los caballos, que los fotografío como si fuera fotografiarte a ti, porque también tienen sentimientos.
R. Ha admitido que no puede fotografiar algo que no le emocione. ¿Cómo hace para no dejarse arrastrar por la emoción?
R. La verdad es que no sé cómo lo hago. Entro en un estado parecido a la inconsciencia. Creo que el tema de las endorfinas funcionan, porque mis sesiones son... canso a cualquiera. He dormido a no sé cuántos bajo cero, que da igual, al día siguiente sigo trabajando. Lo que pasa es que, cuando estás ahí, no te das cuenta. A veces he acabado con heridas y no he sentido dolor, es algo extraño.
P. ¿Y para enfrentarse al dolor ajeno?
R. Para mí, el dolor ajeno va más allá del respeto, fotografiar el dolor ajeno es complicado.
R. Fue en un viaje a Camboya, con Gervasio Sánchez, cuando se dio cuenta de la necesidad de mostrar abiertamente el dolor en su obra. ¿Ha vuelto a visitar el país?
P. Camboya es otro de esos sitios de los que me enamoré. He vuelto no solo con el tema de las minas, también he hecho trabajos de tráfico y esclavitud de niños. Es un pueblo que ha sufrido mucho: los jemeres rojos, las invasiones francesas, los vietnamitas, el sida. En Camboya notas el dolor acompañado de la belleza.
«François Cheval, un hombre muy especial, al que le debemos todos los fotógrafos de mi generación el haber podido llegar a vivir de nuestra fotografía, desde Cristina García Rodero, Chema Madoz, Alberto García-Alix a Virgilio Viéitez, lleva ya 17 años haciendo un mes de la fotografía en Camboya. Ha conseguido cambiar culturalmente a una generación de jóvenes que ahora pueden dedicarse al arte y vivir de la fotografía como una profesión».
P. En febrero del año pasado se convirtió en la primera mujer fotógrafa en ser miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. ¿Cómo porta este título? ¿Cree que es tardío?
R. Es un reconocimiento que yo agradezco, porque hay buenísimos fotógrafos y podría haber sido cualquiera. Lo que sí es cierto, es que llega en un momento en el que a mí me gustaría devolver a la fotografía algo de lo mucho que me ha dado, me gustaría servir para algo. Tengo mucha ilusión de poder hacer cosas, realmente no es solo un sillón. Todos los compañeros académicos nos reunimos los lunes para intentar organizar exposiciones, talleres... La Academia está muy activa y es un museo maravilloso.