David Goldblatt, el fotógrafo que mapeó la cruel geografía del 'apartheid'
La Fundación Mapfre celebra una importante retrospectiva del sudafricano que toma la temperatura de un momento histórico y político decisivo para la negritud.
25 junio, 2024 01:57Esta amplia retrospectiva del fotógrafo sudafricano David Goldblatt (Randfontein, 1930 - Johannesburgo, 2018) llega a Madrid tras haberse mostrado en dos museos ligados a instituciones de enseñanza que la han armado con sus propios fondos: The Art Institute of Chicago, que adquirió 80 fotografías suyas y disfruta ya de una donación comprometida, y la Yale University Art Gallery, que posee 700 copias donadas por Jane P. Watkins, patrocinadora de esta muestra.
Además de los negativos, contactos, copias y documentos que conformaban el archivo confiado por el fotógrafo a la Beinecke Library de esta universidad, el proyecto certifica, así, la envidiable capacidad de enriquecimiento patrimonial y proyección cultural que pueden llegar a tener los museos universitarios con el refuerzo de la filantropía. A años luz de lo que tenemos en España.
Lo que sí hemos tenido aquí es posibilidad de seguimiento, tardío, del trabajo de Goldblatt, gracias a la única retrospectiva que nos llegó antes de esta, en 2002, al MACBA de Barcelona –en una itinerancia europea–, algunas colectivas y las cinco individuales que le ha dedicado la galería Elba Benítez de Madrid, la última de las cuales –con fotografías bien seleccionadas de diferentes proyectos y momentos– acaba de inaugurarse.
Tuve la suerte de conocer al fotógrafo cuando, en 2009, montaba en la galería una de esas muestras, que daba testimonio del terrible azote del SIDA en su país, y de poder apreciar su lucidez y su facilidad para la empatía que, junto a su talento visual, le convirtieron en testigo imprescindible de toda una época.
Su enfoque –en sentido técnico y figurado– es claro y nítido pero no es obvio o frontal: no ha echado mano a la épica de la lucha o a la crónica periodística sino que ha dejado que los individuos y los espacios que habitan –las estructuras, como las llamaba– revelen una realidad cruel que se manifiesta en las situaciones cotidianas, con muchos matices.
Hace ya veintiséis años que cayó el régimen del apartheid, pero sus efectos aún se sienten en las personas heridas por la discriminación y en las tierras asediadas por la salvaje economía extractiva.
Deberíamos todos visitar esta exposición, prestando la máxima atención a esos largos pies de foto en los que Goldblatt ponía de manera tan reveladora el contexto que las imágenes no podían referir por sí mismas.
Constituye una lección de historia para los jóvenes que apenas han tenido noticia todo aquello pero también una herramienta para entender el presente en otras latitudes, donde la ideología impone por la fuerza una visión mesiánica: el derecho de un pueblo a un territorio, ocupado con el falaz argumento de que estaba vacío.
Goldblatt, de familia judía y lituana, no disfrutaba de todos los privilegios de los afrikáneres, descendientes de los colonos protestantes neerlandeses instalados allí desde el siglo XVII, pero tampoco sufría la opresión ejercida sobre los negros.
Estar en medio le permitió meterse en las casas de unos y otros. Mientras el régimen estuvo activo, se le acusó de tibieza y él mismo se arrepintió más tarde de algunos de sus trabajos comerciales para las empresas mineras.
Pero hoy se nos hace evidente su cercanía a las víctimas de la segregación, así como la contestación política implícita en la transgresión de las fronteras geográficas y sociales. Sus proyectos aportan siempre luz sobre algún aspecto de la realidad social y económica de Sudáfrica.
Prestó atención al trabajo en las minas de oro, diamantes o amianto, cuyo azul venenoso le empujó a utilizar el color –reservado antes a los encargos– también en su obra personal a partir de 1999, cuando empezó a otorgar protagonismo al paisaje desnudo; acompañó a los trabajadores que debían recorrer en destartalados autobuses enormes distancias para ganarse el sustento; observó cómo se transformaban las vidas de los desplazados –más de tres millones y medio de personas– a los asentamientos segregados y cómo eran destruidas o transformadas sus casas, sus tiendas; y cómo, con el fin del apartheid, el país fue virando desde la esperanza al desengaño.
Pero lo más escalofriante no son esos testimonios sobre la privación de derechos: es el crudo escrutinio de los afrikáneres, esos agricultores o comerciantes de medio pelo que retrató en Some Afrikaners Photographed (1975) y en In Boksburg (1982), o de las estructuras –arquitectónicas, urbanísticas– que daban sustento real y simbólico al régimen y que, sobre todo en la serie de iglesias protestantes, tiene como trabajo fotográfico rasgos más actuales, de frío archivo.
Goldblatt tenía un método para comunicar esto: armaba secuencialmente sus libros y sus exposiciones y revisaba los pies de foto de manera que en conjunto se leyeran como narrativa.
Los comisarios han roto ese método, eligiendo temas dispares que nos hacen dar constantes saltos en su producción. No importa demasiado: se sigue entendiendo su postura y es posible recomponer su evolución.
Lo que es un acierto es haberla acompañado con obras de algunos de los fotógrafos que fueron referencias para él o en los que ejerció su influencia. Que fue una persona de gran generosidad lo afirman todos los que pasaron por el Market Photo Workshop, la escuela de fotografía benéfica que fundó en 1989 y que proporcionó a tantos artistas negros herramientas para expresar sus vivencias y su entorno.