Durand-Ruel, el marchante del impresionismo: "Sin él nos hubiéramos muerto de hambre", dijo Monet
- La Fundación Mapfre dedica una de sus exposiciones de la temporada a uno de los más célebres marchantes de finales del XIX y la primera mitad del XX.
- Más información: Las 31 mujeres de Peggy Guggenheim, la mecenas que hizo que las artistas dejaran de ser solo musas
La trinidad de los primeros marchantes del arte moderno la componen Paul Durand-Ruel (1831-1922), Ambroise Vollard (1868 -1939) y Daniel-Henry Kahnweiler (1884-1979). Como sabemos, el último trabajó sobre todo con Picasso y los cubistas, el segundo con Cézanne y al primero le deben la vida los impresionistas.
Ya muy anciano, Claude Monet le escribía a un amigo: "Sin Durand nos hubiéramos muerto de hambre todos los impresionistas. Se lo debemos todo. Se obstinó, se empecinó y se arriesgó veinte veces a quedarse en bancarrota por apoyarnos ¡La crítica nos arrastraba por el fango, pero lo suyo era mucho peor! Escribían: esta gente está loca, pero aún hay alguien más loco, un marchante que les compra".
En efecto, a pesar de la resistencia del público y el desdén de los críticos, Durand-Ruel apostó tan fuerte por sus artistas e inauguró el modelo (hoy un sueño irrealizable) de pagarles un sueldo mensual a cambio de toda su producción.
Una decisión arriesgada pero a cambio obtuvo centenares de obras de quienes hoy consideramos no sé si tanto los padres como los abuelos del arte moderno. Fue pionero también en sus estrategias comerciales.
Realizaba exposiciones monográficas de artistas cuando lo habitual eran las colectivas, colgaba los cuadros en su domicilio e invitaba a los coleccionistas para mostrarles cómo quedaban en un entorno domestico… y descubrió el mercado norteamericano.
Esto último resultó providencial para el establecimiento de la reputación del impresionismo, a partir de 1890, y para su bolsillo, porque difícilmente habría dado salida en el mercado local a las ingentes existencias de su almacén (entre 1891 y 1922, había adquirido unas 12.000 obras, entre ellas, 1.000 de Monet y 1.500 de Renoir).
Su padre también se dedicó al comercio de arte, en su caso con obras de los pintores de la Escuela de Barbizón. Sus frecuentes problemas financieros hicieron a su hijo recelar de seguir sus pasos, pero al parecer, cuando descubrió la obra de Delacroix en la Exposición Universal de 1855, encontró su destino.
Tenía un genuino amor por la pintura y mantuvo una estrecha relación
con Renoir
Tenía pues un genuino amor por la pintura y, entre sus artistas, mantuvo una estrecha relación con Renoir (una muestra es su espléndido retrato, aquí presente). Sus tres hijos se sumaron a la empresa en 1895 y su nieta es la comisaria de la muestra y la autora de varios textos del catálogo.
A diferencia de la magna exposición que se celebró en la National Gallery londinense en 2015 con el título Inventando el impresionismo. Durand-Ruel y el mercado del arte moderno, la que ahora comento no está dedicada a esta generación, sino a los posteriores, los últimos en que confió el marchante.
Y, evidentemente, no son comparables. Ubicados en el postimpresionismo, son ciertamente interesantes, aunque tampoco a la altura de los cabezas de serie, Gauguin, Van Gogh, Cézanne o Bonnard.
Es sabido que el término mencionado no es estilístico, sino cronológico y de ahí su heterogeneidad. Se refiere a autores que trabajaron entre la última exposición impresionista, en 1886, y 1910, el arranque del cubismo. Como dijo entonces el crítico belga Émile Verhaeren “Ya no hay escuela sino, a duras penas, grupos que se fraccionan sin cesar”.
Los aquí reunidos podemos agruparlos, por edad y afinidad, en dos secciones. La primera recoge a Henry Moret (1856-1913), Maxime Maufra (1861-1918) y Gustave Loiseau (1865-1935). Son los más cercanos al impresionismo, aunque acusan una marcada influencia del sintetismo, que aprendieron de Gauguin y sus amigos, a los que conocieron cuando coincidieron en la colonia de artistas de Pont-Aven.
El sintetismo daba preferencia al color, tanto en extensión como en pureza y, como consecuencia, atendía menos al modelado de unas formas simplificadas. Pintaban al aire libre y perseguían, como sus antecesores, la inmediatez y fugacidad de luces y colores.
Loiseau dedicó varios lienzos a vistas urbanas de Ruan, pero la mayoría de los cuadros de ellos tres son paisajes y marinas de colorido intenso. Me gustan especialmente los de Maufra a partir del 1900, con escenas invernales y marineras.
La otra sección corresponde a Albert André (1869-1954) y Georges d’Espagnat (1870-1950). Les unió una duradera amistad y la preferencia por una pintura intimista y decorativa. También por los grandes formatos. En ellos realizan ambos verdaderos alardes cromáticos, como en el caso de Tarde de otoño (1899) de d’Espagnat y de Mujer con pavos reales (1895), de André.
Una cierta dureza de las formas en este último se compadece bien con el carácter casi documental de sus escenas de género. Para terminar: los hijos de nuestro marchante prolongaron la relación profesional y personal que inició su padre con este grupo de artistas.
Es llamativo el hecho de que Joseph Durand-Ruel, en 1900, encargo a André y d’Espagnat la realización de pinturas para las puertas del comedor de su casa, como años antes hiciera su progenitor con Monet.
Para la muestra se han reunido los paneles originales y se ha montado una recreación, que da idea del efecto que produjeron en su día. Más allá de conocer a pintores notables sin presencia en España, la exposición nos recuerda que sin compraventas no habría arte moderno.