Los cameos de Max Ernst en el cine: una exposición surrealista con mucho ruido y pocas nueces
- El Círculo de Bellas Artes pone el foco en la relación tangencial del artista con el séptimo arte.
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Hace ya tiempo que el Círculo de Bellas Artes —actor notable, en otros tiempos, en la escena artística de Madrid— dejó de organizar exposiciones propias de calado. Como entidad privada sin ánimo de lucro, declarada “de utilidad pública”, recibe subvenciones del Ministerio de Cultura, de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento, consorciados para su mantenimiento, pero parece que le cuesta salir adelante.
Asociado a la empresa La Fábrica para PHotoEspaña, la escuela SUR y otras actividades, en los últimos años redondea sus ingresos prestando sus salas para el montaje de exposiciones —negocio en las que la productora Sold Out, que lo mismo te organiza la gala de MTV que una muestra sobre los héroes de Marvel, actúa como “importadora” de mercancía ya en circulación: hasta ahora, la “inmersiva” Van Gogh Alive y las dedicadas a Banksy, Stanley Kubrick y Hergé—.
La que se ha inaugurado ahora es la tercera entrega en una serie de exposiciones sobre Max Ernst, con los mismos comisarios, de la empresa italiana Madeinart, iniciada en el Palazzo Reale de Milán y continuada, en formato más reducido, en el Caumont Centre d’Art de Aix-en-Provence. Estando en esta última sede, se decidió extenderla a Madrid. El estrecho margen de poco más de un año para organizar una muestra con préstamos de importancia, junto a la coincidencia en fechas con las celebraciones internacionales del centenario del Surrealismo, han provocado una escasez extrema aquí de obras mayores del artista.
Solo hay, de hecho, una: Las tentaciones de San Antonio, del Museo Lehmbruck (Duisburgo), que Ernst pintó para la película La vida privada de Bel Ami (Albert Lewin, 1947). Prácticamente todo lo demás viene de colecciones privadas, con gran peso de una emplazada en Stuttgart (no identificada), y hay solo unas cuantas pinturas estimables de los años veinte y treinta —un par de grattages de las series de flores y de bosques de raspas, uno de los cuadritos de “bárbaros” y el Jardín habitado por quimeras— además de algunos paisajes interesantes (y pequeños) de la etapa americana.
Ignoro si la decisión de poner el foco de la exposición sobre las relaciones de Ernst con el cine es el resultado de la imposibilidad de conseguir obras principales o si es realmente una apuesta historiográfica. Pero lo cierto es que ese vínculo no tiene en el recorrido la consistencia —tampoco se demuestra en los breves textos del catálogo— que se nos quiere vender. En realidad, Ernst participó como artista en solo dos proyectos cinematográficos, ambos de Hans Richter y en compañía de otros artistas, Dreams that Money Can Buy (1947) y 8 × 8: A Chess Sonata in 8 Movements (1950); y parece que se involucró bastante en el documental con ciertas pinceladas creativas Maximiliana (1966) de Peter Schamoni.
Lo demás son conexiones circunstanciales. Guapo y carismático como era, hizo algún cameo: en La edad de oro de Buñuel o en un llamado “cortometraje” de Julien Levy que es más bien un juego fílmico privado. Otros cineastas recrearon obras suyas en animaciones o escenificaciones demasiado literales: Jean Desvilles adaptó Une semaine de bonté (1961) y Eric Duvivier La femme 100 têtes (1967). Se engorda el programa con otros documentales más convencionales y hasta con un capítulo para la serie Transatlantic (2023), de Netflix, en la que Ernst es personaje.
El cine surrealista no es —salvo en Buñuel y en Richter— esto. Es lo que hicieron Germaine Dulac, René Clair, Man Ray, Fernand Léger, Jean Epstein o Jean Cocteau. Claro que Ernst conocía a toda esta gente y estaría interesado en las posibilidades expresivas del medio pero su implicación en tales experimentos es, como se demuestra aquí, muy lateral. Da para un artículo, no para una exposición.
Para arropar la exigua filmografía —en su mayor parte exhibida en monitores y con calidad insuficiente— han recurrido a cientos de publicaciones propiedad de uno de los comisarios, Jürgen Pech, a fotografías en su mayor parte documentales, a varias series de estampas —mención especial a la Historia natural (1926), aunque no tiene nada que ver con el cine— y a pequeños conjuntos de pinturas que tienen casi siempre mal encaje en la infinitud de capítulos. En los dos primeros, las obras pictóricas que sustentarían sus cuestionables tesis son reproducciones: Edipo Rey en forma de vídeo y El encuentro de los amigos en impresión digital. Total: mucho ruido y pocas nueces.