Cristina Mejías, la escultora que hace hablar a los materiales con la naturaleza
- La artista andaluza presenta en la coruñesa galería Nordés sus últimos trabajos de gran lirismo y profundidad.
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Brilla arenoso y dorado. Un enunciado que nos sitúa ante una poética escultórica y pictórica tan sutil como profunda. “Junto al molino los ríos se unen. Primero, corren pegados, uno junto al otro, indecisos, intimidados por la anhelada cercanía. Al final, mezclan sus aguas y se entregan por completo”. La narrativa de Olga Tokarczuk en Un lugar llamado Antaño se desliza desde el título de la exposición, acompasando nuestros pasos con una cadencia melódica de voces que precedieron a la nuestra.
Cristina Mejías (Jerez de la Frontera, 1986) se acompaña aquí de una semántica propia donde tradición y transmisión oral son constantes. Recordemos, por ejemplo, la misma sintonía en sus exposiciones Aprendices errantes en el Museo Patio Herreriano o Del equilibrio no me preguntes en la galería Alarcón Criado de Sevilla.
Maderas de haya y cedro junto a ratán y polipiel, porcelana y cuentas de hueso en La calle de las naranjas (2023): leve, erguida desde una caña de río, apoyada sobre un mínimo pie de ébano que, suspendida y grávida, nos recibe al entrar en la galería. Los materiales se pliegan sobre sí, concatenándose, apenas ensamblados.
Un tejido de madera conformado por una piel de cenefas, láminas y tiras de tanganika, sicomoro o zebrano en Saber de oído (2024). Mejías asegura su caminar, confirma la fuerza del aprendizaje manual, escucha a los materiales, usa herramientas y técnicas que conoce en su entorno familiar (a través de la luthería de guitarra). Maderas acuchilladas, enrasadas y encoladas presentadas con precisión y aparente fragilidad.
La levedad se subraya en Hacedores II (2019), tensada con hilos que responden a la ligera corriente provocada por nuestro movimiento. Palosanto y sicomoro, materias densas y duras que se curvan y ensamblan formando tres finos apéndices apoyados sobre hueso tallado que sostiene, volátil, una pequeña pieza de cerámica.
Una vértebra de ballena, a modo de pila benditera, sostiene unas semillas realizadas en cerámica.
Utiliza elementos que evocan proyectos anteriores que remitían a la comunicación y transmisión del aprendizaje en la naturaleza: al canto coral de las ballenas jorobadas que incorpora a su lenguaje las alteraciones que aporta un canto individual; y la coordinación de las coreografías aéreas de los estorninos y sus murmuraciones para escucharse y mantenerse, en todo momento, unidos. Esta melodía ascensional nos lleva a levantar la vista a Lucero (2022), realizado con médula de junco, y pensamos en la atenta elección de los materiales y el profundo conocimiento de sus especificidades.
Nos detenemos en una pieza, de escala mínima, realizada en hueso y ébano: en sus hendiduras y ensamblajes, en cómo se relacionan materias procedentes del mundo animal y vegetal formando un mismo cuerpo. Intensidades que nos remiten a la observación de la naturaleza, como sucede en el vídeo La vara del aedo (2022). Un plano fijo del cauce de un río donde fluye la corriente. El río tintinea y atrapa la vara, en frágil equilibrio. Y comienza un suave movimiento pendular que se mantiene hasta que el equilibrio se quiebra, la vara desaparece y “el sol resplandece en su nítido fondo arenoso”.