La poesía completa de Chantal Maillard: cuando arden las palabras
- Un libro reúne todos los libros de poesía y algunos inéditos de la autora, una colección de versos imaginativos en los que el lector encuentra la sanación.
- Más información: Los diez mejores poemarios de 2024: menos es más o la depuración hasta la esencia
En un poema de Hainuwele (2009) se lee: “al arder, mis palabras / parecían diamantes”. Eso mismo se podría decir de la poesía de Chantal Maillard (Bruselas, 1951), pues la originalidad de su voz, la excelencia de su palabra, lo exigen. Una mina de diamantes es, pues, este volumen que reúne todos sus libros de poesía más otros poemas publicados en diferentes lugares y algunos inéditos.
Como es bien sabido, Maillard es autora además de una serie de diarios y de otra de ensayos de filosofía, series que están íntimamente conectadas. No es solo que la India y el pensamiento oriental sean temas de sus ensayos e impregnen las otras series, sino que la textualidad misma las unifica. Por poner algún ejemplo, si en Husos, perteneciente a los diarios, se lee: “Con el hilo. El mismo hilo”, en el libro de poesía Hilos –y es evidente que los dos títulos son voces del mismo campo semántico, que se exigen la una a la otra– se lee esto otro: “Pero no hay silencio […] No lo hay. / Hay hilo”. Incluso dentro de la misma serie hay correspondencias que llegan a la contradicción. A “Hago profesión de escritura” de Husos le responde en Bélgica “Yo no hago profesión de escritura”.
En Bélgica escribe Maillard: “No hay en mis escritos otra trama que la de mi propia vida”, y esto contrasta con un yo y unos personajes que difícilmente se podrían entender como autobiográficos: Medea, por ejemplo, en el libro homónimo, e incluso se llega a denominar con el extraño nombre de una pieza gramatical, “Cual”, lo que no quiere decir que no haya una vivencia poética de los asuntos de los que se habla por la fuerza de la imaginación que, como ha escrito la poeta, opera “con los elementos […] que la propia experiencia nos proporciona”.
Y es la imaginación la que pone en pie identidades, la diosa Kali, Medea, Cual –personaje de Cual y, junto a Usted y Fiam, de los poemas y de las piezas dramáticas de Cual menguando, que tanto recuerdan a Beckett– y es que “no soy el mí que se yergue ante el otro”, “Yo soy la que dice yo más allá / del mí”, afirmación del yo fuera del yo, y en Lógica borrosa escribirá “Digo tú / y estoy diciendo yo”, aunque, sin embargo, “Todo comienza y termina en mí. / yo soy el infinito proyecto de mí misma”. Frente a la creencia, o alucinación, de la certeza en una identidad, de su unidad, la fluidez, el devenir. Eso mismo se hace escritura en la duplicidad de textos y con tipografía diferente en Matar a Platón, doble lectura de la página, texto en diálogo.
Un tema recurrente: la muerte, y al decir “no hay vida que no se nutra de la muerte”, se comprende que se afirme que “Ni la vida es un bien ni la muerte un mal”, y también que pueda titular uno de sus libros Poemas a mi muerte, en el que se lee: “No concibo sin ella / el frescor de la aurora”. La muerte, así, es quien da la vida y sus goces, pero para pensarla de este modo hay que pensarla –una cierta manera de vivirla–, “pues la muerte no es nada / si no hay quien la piensa y la anticipa”.
Y hay que hablar de La tierra prometida, “un conjuro, un gesto de la palabra” que repasa, en una letanía de expresiones reiteradas, un discurso hipnótico sobre las especies en peligro, los animales que tienen comprometida su supervivencia.
Si, como dice en Escribir, es preciso “Escribir para curar”, no menos se puede afirmar que el lector encuentra en estos poemas la sanación y es que las palabras de Maillard, poeta extraordinaria, arden.
Me pedís palabras que consuelan,
palabras que os confirmen
vuestras ansias profundas
y os libren
de angustias permanentes.
Pero yo ya no tengo
palabras de este género.
Aceptad mi silencio: lo mejor
de mí. Huid del soplo que pronuncia,
en mi boca,
la amarga condición de lo humano.
Y, entretanto, dejadme contemplar
el vuelo de la ropa
tendida en las ventanas.
[Sin título, de Hilos]