Calor para la España vacía: así es la nueva central térmica del estudio madrileño FRPO
La infraestructura situada en Palencia reafirma los vínculos entre la arquitectura y el territorio, tan necesarios para un futuro sostenible
12 mayo, 2023 02:51Lo primero es el enigma. Unas puertas deslizantes sobre el hormigón del zócalo subrayan un mutismo que se blanquea, aunque no se esfuma, en el anillo oblongo de la parte superior; 60 x 25 metros en policarbonato fruncido. Al fondo, una chimenea remata el conjunto y hace las veces de estandarte: “DH Ecoenergías”. Si se trepa por su escalera de mantenimiento, la vista se topa, al este, con una cresta salpicada por los molinos de un parque eólico y, al oeste, con el casco urbano de Palencia.
El edificio a nuestros pies, una central térmica que funciona con biomasa, comparte albor y algunos fines con esas hélices: energía renovable y bajas emisiones de carbono. Sus medios, comenzando por su presencia en el paisaje, no podrían ser más distintos. Toca mirar a la ciudad.
Decía el historiador Nikolaus Pevsner que un cobertizo para bicicletas es una construcción, pero que una catedral –para él la de Lincoln, aquí la de Palencia, en el horizonte– es una obra de arquitectura. La distinción entre una y otra evidencia la sospecha de que la ambición estética y el servicio, no digamos ya el servicio a las máquinas, suelen entenderse como incompatibles.
No es el caso de FRPO, Fernando Rodríguez y Pablo Oriol (Madrid y Albacete, 1977), una pareja de arquitectos rendida a la abstracción de las infraestructuras: la rotundidad de un edificio de usos mixtos en Toluca o la magnitud de la nueva sede logística de la Scala de Milán, actualmente en desarrollo, son tan esenciales, piel y huesos, como herméticas. Muchas de esas cualidades plásticas reaparecen en la nívea central –con más de un guiño a la evanescencia de los japoneses Sejima y Nishizawa– que acaban de inaugurar en Palencia. Por comparación, el banal entorno de naves y gasolineras deja claro que este cobertizo es una obra de arquitectura. Y también un servicio.
Mostrar las tripas
Rodríguez y Oriol explican el proyecto como parte de un todo. Lo es desde el territorio, como cabeza de una infraestructura, lo es desde el punto de vista empresarial y lo es desde su composición. Al interior, la tapa del zócalo se convierte en una pasarela que rodea el espacio diáfano de la maquinaria. Sirve para el mantenimiento, pero también para hacer pedagogía del conjunto, mostrarlo a las visitas de vecinos y colegios. La pastilla traslúcida, que tamiza la luz del sol, se transforma de noche en un fanal gigantesco. Pesado-ligero, opaco-luminoso; una antítesis tan eficaz que puede adaptar sus ingredientes sin perder un ápice de carácter.
La arquitectura se presenta, entonces, como identidad: aquí es blanco hasta el humo. El ordenador de FRPO muestra algunas de las variantes del prototipo: redondas, rectangulares o en escuadra, son propuestas para Ávila, Burgos, Logroño, Segovia… la lista es larga, hasta 20. La empresa pretende dotar de calefacción y agua caliente a las ciudades frías de España sin emplear combustibles fósiles.
La ambición estética y el servicio a las máquinas suelen entenderse como incompatibles. No es este el caso del estudio FRPo
En las calderas de la central, el gasoil importado se sustituye por la astilla forestal de los bosques del lugar, para suministrar calor a 3.000 viviendas de un barrio cercano. Se trata de una fuente de energía más económica –hasta un 20 %–, más limpia –un 95 % menos de emisiones– y renovable. También de una apuesta por el territorio.
Desde que saltase a la palestra gracias a Sergio del Molino, el sintagma de la España vacía ha corrido como la pólvora. Sintetiza una desesperación: el 53 % del territorio nacional, entre Madrid y la costa, acoge al 15,8 % de la población; los jóvenes se marchan ante la falta de oportunidades. Ni la rendición al turismo ni la ubicuidad de internet han solucionado el problema. Las barreras psicológicas y, sobre todo, físicas siguen ahí.
En vez de negar la realidad del sitio, la central térmica de Palencia opta por apreciarlo tanto en sus medios, la arquitectura, como en sus fines, la energía. Fomenta su autoestima, crea empleo y, al aprovechar la biomasa forestal, cuida su ecosistema y combate los incendios que suelen resultar de la despoblación. También apunta a las ciudades medianas como laboratorio de un futuro, el de la descarbonización, que nos afecta a todos.
Los acuerdos de París de 2016 contra el cambio climático, de los que forma parte España, contemplan una reducción de emisiones del 45 % para 2030. Según la ONU, vamos camino de aumentar un 10 %, justo al revés. La enormidad del problema invita a pensar tan a lo grande que puede parecer que las ciudades medianas no pintan demasiado. Error: sus esfuerzos y sus ejemplos hace tiempo que son lo mismo; muchas de las ideas que hay encima de la mesa remiten a su estilo de vida, desde la movilidad peatonal al aprovechamiento de los recursos locales, como aquí, para dar calor a un barrio. Son vínculos de cercanías que ha negado la globalización. Hay que darse prisa en volver a la vida lenta.