Arte internacional

Historia de la melancolía

Melancolía. Genio y locura en Occidente

3 noviembre, 2005 01:00

Edward Hopper: Una mujer al sol, 1961

Comisario: Gerard Grenier. Grand Palais. General Eisenhower, 3. París. Hasta el 16 de enero

Se acaba de inaugurar en el Grand Palais de París la muestra Mélancolie. Génie et folie en Occident, la última exposición comisariada por Gerard Grenier antes de jubilarse del Museo Picasso. Quizá sea la última gran exposición temática de nuestros tiempos, que coincide por otra parte con la última muestra de Tomàs Llorens, Mimesis. Realismos modernos 1918-1945 que cierra precisamente una mirada que Grenier realizó desde el recién inaugurado Centro Pompidou bajo el título Los realismos, en diciembre de 1978. Cada vez es más difícil conseguir prestamos para muestras que no sean hagiografías individuales.

Solamente la primera sala de la exposición, guiada por una cita de Aristóteles y con cinco piezas, merece la visita al Grand Palais. En su obra Problemata el filosofo griego señala: "No sé por qué razón pero todos los hombres de excepción, sea de la filosofía, sea de la ciencia política, sea de la poesía o de las artes, son manifiestamente melancólicos...". Esta cita sobre el temperamento melancólico (el ser humano influido por la bilis negra, melan- khole, y posteriormente, para el mundo árabe, bajo la influencia del planeta Saturno) se ilustra con tres excelentes ánforas griegas que narran la muerte de Ajax, Penélope tejiendo y destejiendo y Hércules y sus trabajos. Sobre todo, destaca una lápida funeraria del Museo de Atenas, que muestra a un resignado hombre sentado, con la mirada perdida, frente a un gran ola de mar que se ha llevado todo lo suyo. En el centro de la sala, una pequeña estatua de bronce, de menos de veinte centímetros, con el arquetipo del melancólico con la mano en la mejilla, que parece, bajo las premisas actuales, que estuviera hablando por el móvil, hablando consigo mismo. ésta es la representación clave de una actitud que desde Hipócrates y el siglo IV A.C. se considera debida a uno de los humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) que influyen en el equilibrio de nuestra salud si están en armonía y que la destemplan si uno de ellos domina nuestro cuerpo.

Tras un paso por la Edad Media y una excelente pieza de madera tallada del Museo de la Catedral de Estrasburgo, el discurso de la exposición llega a la imagen clave del mundo del Renacimiento: el enigmático grabado de Durero, de 1514, al que Erwin Panowsky (1892-1968) dedicó un ensayo clave en 1923. Años más tarde, con su colega Fritz Saxl y con Raymond Klibansky, escribiría el libro fundamental Saturn and Melancholy publicado en Londres en 1964. Cuatro años después, Panowsky murió de un infarto en Princeton, New Jersey. Está enterrado en su casa privada y el lugar de sus cenizas sólo lo conoce la familia más cercana. Paradoja para un historiador que escribió una obra fundamental sobre los elementos funerarios desde Egipto hasta Bernini en 1964, mientras se editaba el citado estudio que recogía tanto las imágenes como las ideas de filosofía natural alrededor del concepto de genio artístico.

El cuarto capítulo de la exposición versa sobre la "Anatomía de la Melancolía" siguiendo el título del libro de Robert Burton de 1621, ilustrado por bellas obras de Domenico Fetti o de Guercino. El capítulo quinto está dedicado a las sombras del Siglo de las Luces, donde domina la obra de Francisco de Goya, de sus dibujos a sus autorretratos y, sobre todo, al retrato de Jovellanos, pero también al color de Watteau y a ese preludio de Gaspar David Freidrich que es el cuadro del Louvre Las dos primas. Del citado pintor alemán y todo el romanticismo da buena cuenta el capítulo sexto, mientras que los dos últimos se refieren al XIX y al XX. El primero comienza con una cita de Jean Esquirol de su libro Les passions de 1805 y la lipomanía o depresión bipolar que aparece especialmente en Van Gogh y sobre todo en el bello retrato del Doctor Gachet del Museo d’Orsay.

Las diversas secciones nos muestran obras de arte y artefactos de wunderkammer (de cálculos de caballo a figuras geométricas) de excelente calidad formal, sólo en la última sala, correspondiente a las obras del siglo XX, baja el nivel con una mezcla extraña de cuadros de Mario Sironi y Otto Dix. Aquí sobresale una pintura melancólica por excelencia: uno de los últimos autorretratos de Zoran Music, con 90 años, donde la figura se disuelve en la plomiza licuidad del gris. Destacable es también la Melancolía de 1912 de Giorgio de Chirico que habla de toda su pintura y de todo el siglo, de la vida en las sombras de la ciudad. El Doctor Fausto de Thomas Mann o La muerte de Virgilio de Hermann Broch son obras clave para seguir en la literatura el mundo de Munch, de Beckmann, de Hopper o, en el presente, de Kiefer. No deja de ser este capítulo una muestra de cámara de la exposición de la Thyssen, donde se echa en falta una mirada más larga, que llegue al pop y al realismo más obvio, que es el minimal y sus specific objetcs.

La cultura humana se constituye de una trama de simbolizaciones, en el fondo el hombre es un animal simbólico y sus modos de captar la realidad y de enfrentarse a ella, ya sean cognoscitivos o no lo sean, tienen un aspecto simbólico, es decir, están fundados en simbolizaciones. Esto ha sido señalado en el campo de la filosofía por Ernst Cassirer y por Aby M. Warburg en la historiografía del arte, concebida como parte de una historia de la cultura en su sentido más amplio. La exposición de Grenier lo manifiesta claramente y en su sencilla presentación, con escenografía de Hubert Le Gall, muestra la grandeza de las exposiciones temáticas, mucho más interesante que la abarrotada muestra sobre el Dadá en el Pompidou, donde por estar todo uno sale abrumado.

El ver la historia de la cultura humana como una historia de las pasiones humanas, que permanecen constantemente iguales en su horrible simplicidad (querer tener, querer dar, querer morir, querer matar), en una capa de existencia sólo aparentemente cubierta por la civilización, pasiones que el espíritu que da forma -y precisamente por ello-, tiene a la vez que manifestar y dominar en siempre nuevas formaciones culturales.