Tuymans y Claerbout, la luz, el tiempo, la mirada...
David Claerbout: Algiers, Sections of a Happy Moment, 2008
Los artistas belgas Luc Tuymans y David Claerbout trabajan lenguajes distintos pero sus retrospectivas, las primeras que realizan en su país, ofrecen sorprendentes puntos en común sobre el tiempo y la verdad de las imágenes.
La pintura de Tuymans es fácilmente reconocible. Su pincelada acuosa, su modo impreciso y esquivo de representar, su vibrante y enconada forma de abstraerse… Desde el inicio de su carrera ha mostrado un poderoso perfil político. Son conocidas sus series en torno a los turbios desmanes de la administración Bush, el terror nazi o el sonrojante pasado colonial belga. En la Bienal de Venecia de 2001 manchó los muros del pabellón de su país con la huella flagrante de la infamia: el asesinato, atribuido a Bélgica, del primer líder del Congo independiente, Patrice Lumumba. La serie de diez cuadros titulada Mwana Kitoko: Beautiful White Man se puede ver aquí íntegramente en una estremecedora sala que revela con claridad las ambiciones narrativas de alguien que asume la mediatización inevitable de lo real en un mundo en que las imágenes corren en alocado y farragoso desorden. Por si pudiera quedar alguna duda sobre la postura crítica de Tuymans, el contundente retrato de Lumumba es la pieza que ilustra la cubierta del catálogo de la exposición, patrocinada, dicho sea de paso, por la corona belga.
Mwana Kitoko: Beautiful White Man da paso a una sala en la que pueden verse, por vez primera, las películas realizadas por Tuymans en su etapa de cineasta. Son imágenes sin cortes, con esa luz lechosa que será característica de su pintura posterior. La influencia del cine es rotunda. Die Zeit de 1988, es un conjunto de cuatro pequeñas tablas sobre el Holocausto pintadas en tonos ocres que aluden a diversas formas de aproximarse a la imagen, todo un catálogo de puntos de vista. Aquí un close-up, ahí un plano picado, una panorámica… Tuymans quiebra la narración a partir de imágenes ya en sí mismas diluidas. La representación es frágil e incierta, pero su contenido es aplastante, como si quisiera subrayar el peso sólo relativo de la Historia, saturada de memoria, subjetividad, sueño... En un cuadro posterior, ya mítico, vemos a un esquiador que quiere levantarse tras una caída. Blanquecino y amable, es el testimonio de las vacaciones invernales de Albert Speer, arquitecto del terror nazi. Esa distancia abismal entre significado y significante es una de las claves del trabajo del pintor, su incapacidad, nos dice, para representar, lo indecible, la indiferencia de quien no entiende el dolor.
La obra de David Claerbout, nos sorprende, en principio, por otras razones. Su exposición, The times that remain, no es cronológica como la de Tuymans sino que enfrenta obras de diferentes épocas para desvelar la diferencia, su posible evolución. La suya es una investigación sobre la imagen fotográfica y la construcción del andamiaje del cine. Claerbout desgrana la compleja relación que tejen representación y narración y se detiene ante el concepto de duración, que en algunos trabajos alcanza cotas trascendentales. Algiers, Section of a Happy Moment, de 2008, es la luminosa desintegración de un momento, el de unos chavales que juegan en un patio, visto desde múltiples puntos de vista. Es un juego cubista y magnético, una sucesión de imágenes fijas que a pesar de su naturaleza fragmentaria invitan a deleitarse en la pulsión inmediata del instante. Uno se acuerda de las pequeñas tablas de Tuymans, de su mirada oblicua, más política, tan distante a veces y otras tan penetrantemente inquisitoria.
En el sótano de Wiels puede verse un trabajo difícil de Claerbout. El espectador se aproxima lentamente al posible emerger de una imagen desde una oscuridad que se hace incómoda. En Tuymans también hay que esperar. En su serie At Random, las imágenes se presentan ambiguas, como en permanente estado de gestación. Son como fotografías tomadas con polaroid, que tardan un tiempo en hacerse visibles. En Sunrise, de 2009, Claerbout se inclina por la narración, con una mujer que limpia el interior de una casa modernista durante la noche. La imagen es apenas discernible, las líneas de la arquitectura y sus férreos ángulos perdidos en la penumbra. La pieza finaliza cuando se hace al fin la luz en la mañana, la casa está lista y la mujer pedalea alejándose y difuminándose en la distancia. Misteriosa y poética, Sunrise ejemplifica el espectáculo contradictorio de lo visual.