Patricia H. Azcárate
Quizá todos los artistas realizan en sí mismos -deben hacerlo- el trayecto que el arte que practican ha experimentado a lo largo de la historia. Azcárate hace pues incursiones en el informalismo, en el expresionismo, en un tipo de grafismos y geometrías de elegancia oriental y en una abstracción renovada que se alinea con la de maestros contemporáneos como Richter. Y, sin embargo, llama la atención una especie de retraimiento de la artista, que deja a la pintura vivir según sus leyes. Es un "fluido" cromático y gestual que parece recorrer de forma autónoma y autista lienzos y maderas, vidrios y metales como si gozara de vida propia. Episodios de la biografía del trazo, que como una fuerza de la naturaleza busca reproducirse, instalarse, durar. La referencia a la naturaleza aparece una y otra vez, porque ante estas obras es difícil sustraerse a la impresión de estar ante paisajes microscópicos, constelaciones de líquenes, enmarañamientos de follaje, gotas de sangre o de oro.
De entre las diversas obras yo prefiero las del año 1992 y las más actuales. Las primeras son de una simplicidad casi conmovedora, alegorías del nacimiento del mundo en las que la biología y la astronomía se enuncian con sobriedad religiosa. En las obras recientes, muchas de ellas sobre vidrio, la paleta se hace mucho más luminosa, rica, fogosa, orgánica y dramática. Cercanas en el tiempo son también las composiciones en las que Azcárate combina la abstracción con los planos geométricos, que crean composiciones elegantes y decorativas que abren o cierran una trayectoria rigurosa y tenaz. La complejidad y extensión de la muestra coloca, sin embargo, a la pintora en un tesitura comprometida. Porque ahora está en el momento decisivo de consolidar una obra completamente personal o peregrinar por las infinitas variaciones de la forma.