Exposiciones

Enigmas visuales de Charris

10 octubre, 1999 02:00

IVAM. Centre del Carme. Museo, 2. Valencia. Hasta el 9 de enero

De Kooning le decía a su amigo Barnett Newman: "La historia del arte es un tazón de sopa de letras; el artista mete la cuchara y saca las letras que quiere. ¿Qué letras quieres tú, Barney?" Después vinieron Lichtenstein y Warhol (o, entre nosotros, Eduardo Arroyo y Equipo Crónica) y jugaron a remover aquel tazón y a pescar en él un poco de todo, a apropiarse de los viejos maestros y volver del revés sus iconos con el pastiche y la ironía.
Este es también el juego de ángel Mateo Charris (Cartagena, 1962). Charris se presenta ahora por primera vez en un museo, y nos ofrece algo así como su "museo personal" del siglo XX. En vez de repasar su producción de la última década, Charris ha optado por crear una gran exposición individual (más de un centenar de cuadros), integrada en su mayoría por cuadros de los dos últimos años y muchos de ellos pintados ex profeso para esta ocasión, lo que presta al conjunto una rara unidad. A lo largo de la nave central, una serie de cuadritos (60 x 60) desgranan, como explica la comisaria, las estaciones de un Via crucis: Dadá, Duchamp, De Stijl, Miró, Dalí, Rothko, Fontana, el arte conceptual..., casi todos los ismos y figuras del siglo XX. A los lados, como digresiones de este discurso lineal, podemos entrar en una suerte de "capillas" llenas de grandes cuadros agrupados por afinidades. En fin, al fondo de la sala (en el lugar del altar mayor) se levanta el retablo de una doble apoteosis barroca: los desfiles triunfales de la Escuela de París y la Escuela de Nueva York, con sus "stars", sus guardias de honor, sus multitudes y sus piezas emblemáticas flotando en el aire como globos. Hasta la comisaria de esta exposición encarna una alusión y un homenaje; Gail Levin es la autora de una gran biografía de Edward Hopper, el artista a quien Charris y su amigo Gonzalo Sicre han rendido tributo tantas veces, cuyos pasos han seguido hasta Cape Cod...

He mencionado los orígenes Pop de Charris; es inevitable recordar al Equipo Crónica, aunque sólo fuera porque Charris comenzó a estudiar pintura en Valencia en 1980 (un año antes de que el Equipo se disolviera). La diferencia básica con respecto a Equipo Crónica es que Charris no permite que el collage de diversos lenguajes plásticos ponga en peligro la unidad de cada cuadro ni la coherencia de su trayectoria: sus alusiones son más iconográficas que estilísticas. Igual que se decía que en Equipo Crónica había uno que pensaba y otro que ejecutaba, también Charris se desdobla de broma en Mateo (el cerebro) y ángel (el pintor). En fin, como Equipo Crónica, Charris corre el riesgo de abusar de las alusiones y ocurrencias ingeniosas, que además envejecen tan deprisa. O de incurrir en alegorías didácticas. El enorme tríptico "Jaulas rotas" (1999) nos presenta una pista de baile al aire libre, abandonada, bajo una estructura donde se dibujan los nombres de Marinetti, Mondrian, Breton y Greenberg; un personaje con mochila (el artista) sale de esa prisión de los dogmas al campo abierto, pero ya en la lejanía se divisa otra jaula. La lección es demasiado obvia, pero el armazón que se recorta contra el cielo tiene un impacto sorprendente, inesperado. En todo caso, la pintura de Charris cobra mayor intensidad (como la de Magritte) cuanto más inexplicable parece el enigma visual. Esa gigantesca máscara africana que emerge de las aguas como el monstruo del Loch Ness. El fascinante paisaje de nocturno de chozas de adobe, una de ellas iluminada. La luz y el cielo de la costa de Santander en "Sola es" y "Amarillo misterio".

La pintura de Charris comprende el anverso y el reverso del ideal moderno. Los cielos serenos, las aguas en calma, los paisajes nevados que el artista frecuenta, encarnan la pureza y la integridad de la superficie pictórica (y especialmente del ideal purista de la abstracción monocroma). Por otra parte, Charris domina el género pre-moderno o anti-moderno de la imagen "nostálgica" y en general, "evocadora". En esta exposición se presentan por primera vez una serie de gomas bicromatadas y unas cajas pintadas que exploran paralelamente dos variedades de la imagen decimonónica: la fotografía retocada y el diorama. A partir de imágenes digitales manipuladas y combinadas en el ordenador, Charris crea unas estampas veladas, melancólicas, como amarilleadas por el tiempo, emulando como él dice la vieja fotografía pictorialista. En cuanto a las cajas con sus personajes en miniatura y sus deliciosos fondos pintados, rinden tributo al excéntrico surrealista Joseph Cornell, pero nos remiten, más allá de él, a la tradición del belén, del "tableau vivant", verdadera antítesis del ideal pictórico formalista moderno. En cada uno de estos registros, Charris demuestra una inspiración que parece inagotable y una constante intuición de pintor. Incluso cuando juega a usar la pintura como un mero instrumento para fijar una imagen, como si buscara sólo la eficacia de un cartel o de un cromo, la pintura en el mejor sentido de la palabra envuelve y empapa todo lo que hace.