Exposiciones

Dos revisiones de Mompó

16 enero, 2000 01:00

"Sin título", 1961. Técnica mixta sobre papel. 50 * 35

Galería Rafael Pérez Hernando. Claudio Coello, 28. Madrid. Hasta el 19 de febrero. De 290.000 a 8.000.000 ptas. Galería 4.17. Príncipe de Vergara, 17. Madrid. Hasta el 26 de febrero. De 750.000 a 3.000.000 ptas.

Manuel Hernández Mompó (Valencia, 1927 - Madrid, 1992), hijo de un profesor de dibujo, estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. En 1951 viaja a París, donde descubre el arte vanguardista, y en 1954 se traslada con una beca a Italia. En 1957 se instala en Madrid. Un año después estudia la técnica del mosaico con una beca de la Fundación Juan March. En 1963 pasa su primer verano en Ibiza, que marca un giro cromático. En 1968 es seleccionado para la Bienal de Venecia. Obtuvo en 1984 el Premio Nacional de Artes Plásticas.

Hace más de siete años que murió y todavía no se ha tratado a Mompó como merece. ¿Para cuándo una antológica en el Reina Sofía? Ahora, por una curiosa coincidencia, tenemos dos ocasiones a la vez, en dos galerías muy cerca una de otra, de celebrar a este gran pintor lírico. Ambas exposiciones arrancan en 1960-61, cuando Mompó, tras sus años de viaje, comienza a encontrar su propio camino. Poco después, en 1963, vendrá aquel primer verano en Ibiza, tan decisivo, según el artista, para ir hacia un color más luminoso.

De las dos exposiciones, la más importante es la de la galería Rafael Pérez Hernando, Mompó circa 1966. La selección de obra es producto de un trabajo paciente y de una dedicación tan rara hoy como habitual en este galerista (por ejemplo, en sus anteriores exposiciones de Bonifacio y Antón Lamazares). Viene acompañada por un catálogo cuidado hasta el mínimo detalle, con documentos rescatados y textos muy evocadores de Juan Manuel Bonet, R. Pérez Hernando y Luis G. Berlanga. ¿Por qué en torno a 1966? Porque aquel año tuvo Mompó su gran lanzamiento en la galería parisiense de Claude Bernard (cuyo catálogo se reproduce en facsímil acompañando al catálogo). La exposición reúne cincuenta piezas, desde 1960 a 1968 (salvo un par de ellas posteriores) y sólo hay que objetarle el espacio de las salas, que interrumpen la continuidad de la visita. En la sala de arriba se exponen piezas más tempranas. Hacia 1960-61, la composición de Mompó es todavía compacta, como un mosaico. Poco a poco veremos dispersarse, espaciarse las manchas de color, dejando que aflore el fondo de la tela. En la sala de abajo se han reunido los cuadros más despojados, siguiendo un argumento: el pintor esencial siempre fue el mismo, pero fue saliendo de la oscuridad (también en su vida) hacia la luz. Los fondos de grises matizados que Mompó ciudaba tanto al principio irán desapareciendo, hasta que el fondo sólo sea un blanco crudo, desnudo, deslumbrante.

La otra exposición, con ser más modesta (casi veinte piezas, y todo en papel) es también muy sugerente y complementa a la otra al mostrarnos algo de la obra tardía, cuando el color vivo gana la partida. Hay aquí, por ejemplo, un espléndido papel de 1974, con barcos y banderas, menos vacío de lo habitual y más pleno de color que nunca. O un cartón de 1983, con leves frotados de pastel y signos dibujados, muy mironiano. En una serigrafía reproducida por Pérez Hernando, realizada por Mompó para su exposición en la primavera de 1965 en la galería Juana Mordó, el propio artista explicaba los jeroglíficos de su pintura: sombreros, cabellos, manos y brazos, piernas y pies, orondos cuerpos femeninos. Signos en movimiento, sugiriendo el espectáculo y el griterío de la gente en la calle, en el mercado, en la playa, en una fiesta campestre. Casi podemos oír al pintor repetir una vez más lo que solía decir: "Mi obra se basa en la realidad. En todo eso vivo que está delante de nosotros, que nos rodea".