Exposiciones

Victor Vasarely

23 enero, 2000 01:00

Catch (atrapar) 1945

Fundación Juan March. Castelló, 77. Madrid. Hasta el 23 de abril

La muestra de Victor Vasarely (1906-1997) reúne un total de 47 obras, entre pinturas y dibujos, realizadas desde 1929 a 1988 por quien está considerado una de las figuras claves del arte abstracto geométrico y principal cultivador del arte cinético y del op-art.

En la exposición se ofrece una amplia representación de las distintas etapas seguidas por Vasarely, destacando los períodos Denfert, Belle-Isle y Gordes-Cristal, que constituyen el punto de partida para su obra posterior.
La época Denfert se inicia en los años treinta y está vinculada a la visualización de los azulejos que entonces decoraban la estación del metro del mismo nombre. Las fisuras desiguales de los mismos le hacían imaginar paisajes metafóricos que son, en el fondo, garabatos sustanciados por el paso del tiempo y por la transformación de los materiales.

Las etapas Belle-Isle y Gordes-Cristal toman sus referencias de imágenes reales que va deformando para convertirlas en expresiones semiabstractas para las que la forma-color-pura sirve para interpretar el mundo, ya que todo está en la geometría, aunque las elipses que pueblan estas composiciones del artista franco-húngaro son percepciones visuales del círculo visto en perspectiva, pero también, además de proyecciones abstractas de una realidad objetual, estructuras ambivalentes que pueden retornar a su esencia prefigurada o explayarse más allá del soporte.

La simultaneidad de los períodos Denfert, Belle-Isle y Gordes-Cristal podría inducir al error de pensar que este último ha sido el más importante para Vasarely, si bien fue al que dedicó una etapa más dilatada. Gordes es el nombre de un pueblo de montaña, trazado con estructuras cúbicas para diseñar un paisaje de casas y rocas fusionadas en un dibujo en el que la multivalencia se impone, quizá por la coexistencia de formas compactas junto a superficies vacías.

La exposición arranca con Estudio verde (1929), una composición de rectángulos y círculos que está a caballo entre lo figurativo y lo abstracto, aunque únicamente el tarro y la cucharilla sean objetos cotidianos reconocibles, pese a que básicamente impongan su visión geométrica. En la primera sala también están los cuadros titulados Estudio MC, Estudio de trampantojo y Tigres como las obras más logradas dentro de una panoplia en la que las rayas y las líneas se confabulan para sintetizar unas iconografías de claras referencias naïf, si exceptuamos la primera, que aparece como una composición magicista de reminiscencias surrealistas.

Las acromías del blanco y del negro protagonizan la penúltima sala, en la que cinco pinturas se exhiben como si fuesen fonemas sugerentes y suficientes para un discurso plástico. La elegancia y la belleza formal da paso en la última sala a la eclosión del color, a la síntesis de todo el alfabeto vasareliano. Las esferas y las redes, en las que los ojos quedan atrapados por unos elementos sorpresivos que parece que se mueven, dictaminan el rigor geométrico sin olvidar el ludismo de unas construcciones con las que el artista nos invita a seguir en el juego de las apariencias.