Herbert Brandl
Sin título, 1999. Óleo sobre lienzo, 210 * 210
Nacido en Graz, en 1959, este todavía joven, pero ya consagrado artista austríaco expone por segunda vez de modo individual en Madrid -lo hizo por vez primera con Juana de Aizpuru, en 1992-. Pintor de los años ochenta, íntimamente relacionado con la disposición de bastantes artistas de aquel momento por la pintura (Gerhard Richter, Gönther Fürg, Martin Kippenberger, Albert Oehlen y, sobre todo, Helmut Dorner -al que más se parece en su trabajo, sin que esté muy lejos del que ha hecho en España y Nueva York Carlos León-), ha mantenido, en estos años, más que interesantes confrontaciones con otros artistas. Así, por citar sólo dos ejemplos, el galerista Giorgio Persano lo contrapuso, en 1988, en su galería de Turín a Franz West y, tres años más tarde, en la IX Documenta de Kassel, Jan Hoet dispuso sus obras junto a las de Gerhard Richter, una compañía aconsejable a muy pocos pintores. Definiría su posición, dentro de la contemporaneidad, como integrante de un expresionismo romántico, directamente derivado del expresionismo austríaco y del romanticismo del norte, menos carnal y más idealista que el nacido en el Mediterráneo.El principio estructurador de sus cuadros, de los que podemos contemplar media docena, reside en la propia factura de su realización: una serie de sucesivas capas de óleo diluido hasta obtener la consistencia de la acuarela o la aguada, que se superponen sobre la superficie del lienzo, ocultando el gesto germinal del pintor, y muestran un aspecto algodonoso; como si la pintura admitiese en su respiración un aire más transparente, más frío, montañoso y no urbano, a diferencia del que ocupa la sala donde se expone.
Es por esa dilución y por la armonía integradora del extendido de la pintura por lo que la acumulación densificada de ésta o el uso de la espátula sobre una materia menos fluida provoca accidentes que se convierten en una segunda imagen del cuadro, en la representación de un objeto que flota suspendido en la atmósfera de la obra o se asienta sobre ésta como una figura sin forma definible.
Todo en esta pintura viene narrado por el color y la luz. El primero es de un registro amplio, que admite el arco completo de la paleta, desde los carmesíes encendidos o los amarillos brillantes hasta los grises y los tierra apagados. Sobre ese segundo y fundamental ingrediente, la luz, escribe el crítico vienés Robert Fleck: "la particularidad de sus obras es el intento de atrapar la luz en una red suave y abierta de la pintura. La imagen no está jamás fijada, aún teniendo incluso a priori todos los elementos para leerla. Estamos como sumergidos en el paisaje, donde el ojo y el cuerpo en movimiento redefinen a cada desplazamiento la imagen que se tiene".