Image: Mamá Bourgeois

Image: Mamá Bourgeois

Exposiciones

Mamá Bourgeois

23 enero, 2002 01:00

El confesionario, 2001. Acero, madera, cristal, tela y metal, 246,3 x 226 x 198,1

Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 2 de marzo. De 2.800 a 675.000 euros

Cinco años después de su primera exposición en esta misma galería, y a dos años de distancia de la excelente muestra antológica que pudo verse en el Museo Reina Sofía, las obras de Louise Bourgeois (París, 1911) vuelven a presentarse en Madrid. Suficientemente conocida ya por el público español, las piezas que ahora nos llegan son una selección de su producción más reciente: un conjunto de grabados, dibujos, esculturas y una gran instalación, producidos en los últimos cuatro años, salvo los dibujos que van de 1991 a 2000.

Naturalmente, dada su edad y ese conocimiento previo de su trabajo, no cabe esperar sorpresas: las piezas reunidas son variaciones o insistencias en los aspectos temáticos y expresivos que caracterizan el universo creativo de Louise Bourgeois. Nos hablan del cuerpo, el desgarramiento, el grito, la prótesis. Nos traen una representación irónica y despiadada de lo femenino y la maternidad, y de los espacios cerrados y agobiantes, en alusión a la estructura familiar, pero también a todas las instituciones autoritarias y opresivas. Siempre en primera persona, a través de la propia memoria.

Las celdas, las cabezas que gritan, los racimos de senos, el arco de la histeria colgante frente al espejo de maquillaje que agranda y precisa el detalle. En este caso, no ya la tópica belleza "femenina", que nuestra cultura impone como un corsé a las mujeres, sino el dolor y el sufrimiento de un cuerpo curvado y colgante en el vacío, que nos arrastra con su grito desgarrado.

El niño necesita a la madre. Pero ésta, la mujer, muestra su desvalimiento: tronco fragmentario, o cuerpo roto. Frente a representaciones idealizadas de la maternidad, Louise Bourgeois hace patente ese círculo de carencias, de fragilidad compartida, que se establece entre la mujer y el niño en sus primeros años.

Teniendo en cuenta la diferencia de formatos, y reconociendo la mayor complejidad de las esculturas y la instalación, debo confesarles que los dibujos me han impresionado especialmente por su frescura y su carácter directo (directo al mentón). La desfiguración del cuerpo por la maternidad: Obesidad/Maternidad, el hombre y la mujer desnudos reversiblemente enlazados por sus sexos, la llamada a mirar el cuerpo femenino desnudo en el que no hay nada que ocultar, o los siete personajes entrelazados y tumbados en una misma cama, son impecables en su tersa ironía y hermosura.

Las esculturas de tela establecen un contraste inmediato entre la calidez del material y la dureza de los temas: las caras y los cuerpos adquieren, además, un dramatismo tortuoso por su carácter fragmentario y por las costuras de los tejidos, que se convierten a nuestros ojos en profundas cicatrices interiores, en estrías espirituales en carne viva. El hecho de que los trozos de tela procedan de la propia ropa de Louise Bourgeois les confiere un mayor grado de autenticidad: no es sólo lo exterior, "el gesto", lo que importa, sino la experiencia vivida, el drama humano.

El confesionario, la impresionante instalación de gran formato, que con su estructura de acero nos transporta inmediatamente a una cámara de tortura, es una brillante alegoría de la dominación masculina sobre la mujer en la religión católica y en el matrimonio. Sentado confortablemente sobre su cojín, el sacerdote (¿o el esposo?) oye cómo la suplicante arrodillada cuenta sus culpas. En este caso, el cojín para sus rodillas lleva bordada una inscripción bastante explícita:Je t"aime, Te quiero.

Es, verdaderamente, una obra de gran calidad, impresionante, que resume en sí misma, en su ascetismo temático y expresivo, en su eliminación de toda solemnidad o adorno, el sentido último de la trayectoria artística de esta vieja dama cruel con alma de niña rebelde: la dureza de la vida, el carácter evanescente, encubridor, de las bellas palabras y sentencias, en un mundo en el que las relaciones entre hombres y mujeres se estructuran como relaciones de dominación.

Así que, como antes decía, no hay sorpresas. Volvemos a encontrarnos con ese registro terrible y despiadado de la contradicción entre lo que decimos y lo que somos, que constituye la médula estética del trabajo de Louise Bourgeois y hace de ella una de las artistas más relevantes de esta época de tantas transiciones superpuestas. No hay sorpresas, pero sí algo que despierta admiración: la mirada fresca, la vitalidad inquietante, que transmiten las últimas obras de esta joven adolescente de noventa años cumplidos.