El último Juan Muñoz
A la izqda., Descarrilamiento, 2001. A la dcha., detalle de Uno que ríe a otro que cuelga, 2000. Foto: Miguel Rodríguez
Sevilla centra su atención en la obra de Juan Muñoz. Además de un seminario de análisis y debate sobre su obra, organizado por la Universidad y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, dos muestras simultáneas, las primeras que tienen lugar en España tras la triste noticia de su fallecimiento el pasado verano, nos acercan a su última producción.En el Patio del Rectorado de la Universidad se exponen dos dobles piezas escultóricas, ambas realizadas en 2000, y que hasta ahora no habían podido ser vistas en público. Una de ellas: One Laughing At One Hanging (Uno que ríe a otro que cuelga) consiste en dos figuras realizadas en resina plástica que establecen entre sí una inquietante dualidad. Un personaje cuelga del techo con un cable introducido en su boca, en reminiscencia directa, según aclaró el propio Juan Muñoz, de una acróbata circense de Edgar Degas. El otro personaje es una figura gesticulante, que, tendido en el suelo y mirando boca arriba al que cuelga, no puede evitar sacudirse de risa.
La otra pieza, Sin título, confronta también a dos figuras masculinas, en este caso de bronce, que se estudian acechantes, con los brazos abiertos, como inmediatamente antes de abalanzarse e iniciar una lucha incierta, en una situación de ambigöedad. Aunque parece que en este caso la forma de las caras, con la nariz partida, fue tomada de la estatuaria clásica griega, la ropa de los personajes nos remite a una situación mucho más próxima, quizás a una disputa entre obreros de una fábrica.
En la cercanía y distancia que nos transmiten a la vez estas piezas, en su carácter insólito, podemos encontrar, en síntesis, todo el universo plástico de Juan Muñoz, aquello que hace que su obra vaya más allá de la escultura, produciendo una auténtica expansión de la misma: el valor expresivo del rostro, la voz no formulada, la mímica, la expresión de las figuras, la danza de los cuerpos. La escenografía, en fin. Estas figuras, que son las nuestras, y que nos hacen percibirnos como extraños.
La impresionante obra que se presenta en la galería Pepe Cobo: Descarrilamiento (2001), nos lleva a la emoción añadida de encontrarnos ante la última obra del artista. Está integrada por cuatro piezas compactas en acero cortén, dos locomotoras de tren de alta velocidad y dos vagones, que en lugar de llevar en su interior figuras de personas o asientos, nos dejan ver dentro edificaciones urbanas solitarias.
Los vagones montados unos sobre otros, en estos tiempos en que nuestra memoria no puede olvidar la reciente utilización criminal de aviones para producir la destrucción masiva, en un primer momento nos pueden hacer leer la obra como una alegoría poética y descarnada de los desastres de la vida contemporánea. Pero otra pieza anterior: Loaded Car (Coche cargado, 1998), una escultura de acero que representa un coche volcado en cuyo interior también vemos construcciones arquitectónicas, escaleras y barandillas, nos permite girar hacia un universo de significados menos patentes y más misteriosos.
En el fondo, ambas obras están estrechamente relacionadas con la deslumbrante y compleja instalación de Juan Muñoz en la Tate Gallery de Londres: Double Bind (Doble atadura, 2000), toda ella construida como una llamada de atención hacia los mundos ocultos, hacia los espacios intermedios, que quedan fuera del alcance de nuestra mirada cotidiana. Las cárceles y prisiones de Piranesi, las habitaciones desoladas, o el balbuceo de los personajes del último Samuel Beckett, cobran nuevo aliento en estos vagones perdidos, que no conducen a ninguna parte, aunque lleven dentro de sí la huella del actuar humano, el simbolismo inquietante de la ausencia. Lo importante no es tanto el accidente, el descarrilamiento, sino que estos vagones, como sucede siempre con los espacios o figuras de Juan Muñoz, están fuera de "su" sitio, fuera de lugar.
Pienso que con sus últimas obras Juan Muñoz cierra un círculo abierto en su trabajo desde los inicios, con su interés por lo que él mismo denominó "ese enigma absoluto que llamamos espacio", y que al pensar en el origen de la arquitectura, de la casa, en lugar de concebir que ésta surgió por la necesidad de abrigo y cobijo, le llevó a situar su origen en "la voluntad simbólica". Aquí están las raíces más profundas que hacen de él uno de los artistas más relevantes de nuestro tiempo: en su elevación simbólica, en su fuerza constructiva de mundos enigmáticos e insólitos. Que nos llevan a los registros más profundos de nuestra interioridad.