Image: Picasso-Alberti

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Exposiciones

Picasso-Alberti

Retrato de una amistad

7 noviembre, 2002 01:00

Picasso pendiente de la dedicatoria de Alberti en X Sonetos Romanos. Fotografía de Roberto Otero

La Última Tertulia. IVAM. Guillem de Castro, 118. Valencia. Hasta el 5 de enero

Picasso y Alberti se conocieron en 1933 y la colaboración entre ambos duró toda la vida. Pero es entre los años 60 y 70 cuando su relación se intensifica: organizan juntos las tertulias de Mougins, se consultan sobre sus trabajos, se dedican obras... Y en muchas de estas ocasiones Roberto Otero, fotógrafo argentino, fue un invitado privilegiado que logró captar con su cámara aquellos especiales momentos. La exposición del IVAM muestra imágenes inéditas, además de cuatro retratos, casi caricaturas, que el pintor realizó de Alberti en 1970 y nunca vistos ni reproducidos hasta hoy. Junto a ellos, una decena de óleos de Picasso, grabados y aguafuertes de Alberti, textos y poemas de ambos, completan una gran exposición a las puertas del centenario del poeta.

La tertulia es un género específico de relación humana que permite unir el intercambio y el contraste de ideas con la amistad y el trato personal. Una parte importante de la historia de las vanguardias artísticas tuvo un impulso innegable en ese espacio decisivo de la palabra, que está también, sin duda, ligado a la proliferación de manifiestos, declaraciones y proclamas, elementos que constituyen un rasgo fundamental de la modernidad estética.

Pablo Picasso fue, durante toda su vida, un asiduo de las tertulias y en todas ellas puede documentarse la relación preponderante que mantenía con los poetas, artistas del lenguaje que venían a establecer un complemento o contrapeso a su omnívora rotundidad plástica. Picasso amaba la poesía y los poetas, a quienes vampirizaba, en un sentido intelectual, de forma paralela a como vampirizaba a las mujeres, en un sentido erótico, vital y, desde luego, plástico.

En ese cauce se sitúa la interesante exposición que se presenta ahora en el IVAM, que va más allá de lo estrictamente documental, aunque ese sea su punto de partida, para llevarnos a tomar en consideración cuestiones tan importantes como el vigor artístico de los últimos años de Picasso, su relación con la poesía a través del diálogo con su gran amigo Rafael Alberti, o la añoranza de España y sus raíces culturales.

Roberto Otero, el comisario de la muestra, fue a la vez participante y testigo de excepción de lo que indistintamente llama "la última tertulia", o "la tertulia española", siguiendo una observación de John Richardson, el biógrafo de Picasso, quien ya había hecho notar que "la atmósfera de la última tertulia fue definitivamente española". Otero reconstruye "la imagen" de esa tertulia a través de unas fotografías de gran calidad que nos permiten ver a Picasso en sus últimos años, en ambientes íntimos, y rodeado de sus amigos españoles. Pero, a la vez, el núcleo de la exposición reconstruye el diálogo intelectual y estético de Picasso con Alberti, con quien Otero estaba ligado familiarmente, ya que fue el primer marido de Aitana, la hija del poeta.

Es conocido el gran amor de Alberti por la pintura, "fingida realidad del sueño", sobre la que escribiría uno de los más hermosos libros de la poesía española del siglo veinte, dedicado precisamente a Picasso. Y en él, en Picasso, en sus ojos y en sus manos, encontraba Alberti su máxima exaltación. En esos últimos años del pintor malagueño, que la crítica del momento no supo valorar en su audaz relevancia y apertura, Alberti fue a la vez cómplice y contrapunto. Escribió para sus dos últimas exposiciones en Aviñón, elaboró a petición de Picasso el poema/prólogo a esa maravilla y última declaración de amor a la tradición pictórica española que es El entierro del Conde de Orgaz, y compuso, a modo de homenaje, los cinco sonetos sobre Los amores secretos de Rafael y la Fornarina. Aspectos, todos ellos, presentes en la muestra. A la vez, radicado entonces en Roma, el homenaje de Alberti a Picasso se extiende a los grabados en plomo, una dimensión de gran valor plástico, que amplía el universo creativo del poeta gaditano, de quien no se suelen destacar suficientemente sus grandes dotes de dibujante, su emoción en el uso del color, o la gran calidad en definitiva de su poesía visual. Las carpetas Los ojos de Picasso (1966) y Per Picasso (1971) permiten apreciar la talla del Alberti dibujante y grabador.

Además de todo esto, destaca en la exposición la presencia de algunas obras originales de estos últimos años de Picasso, pinturas y grabados, en número necesariamente limitado, pero que hacen posible una buena aproximación a ese momento que continúa deslumbrando por su potencia creativa y su capacidad de renovación. Algunas fotos en color de Otero nos muestran los cuadros recién hechos, en ocasiones junto al propio Picasso, que nos sigue interrogando desde la lejanía con esa mirada suya que lleva todo a la fijeza. Dice Alberti: "Tiene noventa años y pinta cuadros de dos metros de altura".

Y dice Picasso, lo dice a través de su última obra: la pintura fija en el tiempo las grandes cuestiones de la existencia: la soledad, la compañía humana, las acrobacias y equilibrios de la vida, la violencia, la vejez... Y, sobre todo, el erotismo y la muerte, tan intensamente entrelazados en su raíz interior. Este Picasso esencial, depurado, despojado ya de toda necesidad de hacer patente su maestría, que encontramos en estos cuadros de mosqueteros, parejas y mujeres desnudas. Con dos grandes obras maestras: El beso (1969), del Museo Picasso de París, y Hombre y mujer (1969), de la Fundación Beyeler de Basilea. El puñal que empuña el hombre ante el sexo de la mujer desnuda en esta última pieza nos permite trazar un arco ejemplar que nos conduce directamente a Las señoritas de Aviñón. Toda gran trayectoria artística es en realidad un círculo.


[Alberti era un hombre atractivo y seductor. Y era, también, bastante narcisista. Un aspecto curioso en su relación con Picasso, hasta ahora desconocido, tiene que ver con esa dimensión. Alberti, que adoraba a Picasso, quería que su amigo le hiciera un retrato. Picasso atendió su demanda. Pero con esa punta de malicia que le caracterizó, en lugar de realizar una obra que halagara el ego de Rafael, concibió un grupo de cuatro dibujos (fechados el 7 de julio de 1970), que se exponen aquí por primera vez y que, no sólo nos dan una imagen deforme de Alberti, sino que parecen hechos con voluntaria torpeza, como para que no se pudiera pensar en ellos como "obras maestras". Dedicados, en el reverso, a Rafael Alberti, "El Percebe", picador gaditano, el mejor poeta de su tiempo, son una curiosa forma dual de homenaje. De reconocimiento de la amistad y, a la vez, de broma cruel con el narcisismo del amigo. Así era Picasso.]