Image: Maider López: no siempre mirar es ver

Image: Maider López: no siempre mirar es ver

Exposiciones

Maider López: no siempre mirar es ver

27 marzo, 2003 01:00

Sin título, 2003

Max Estrella. Santo Tomé, 6. Madrid. Hasta el 24 de abril. De 700 a 12.000 euros

Nacida en San Sebastián en 1975, Maider López estudió Bellas Artes en Bilbao, obteniendo distintas becas y distinciones, de la Fundación Botín o en la convocatoria Generación 2002, de Caja Madrid, por ejemplo. Desde la primera presentación pública de su trabajo en 1997, ha ido desarrollando una trayectoria de notable coherencia e interés plástico. Sus obras son siempre intervenciones en el espacio articuladas en torno a ideas como: "camuflarse, el espacio circundante como la propia pieza, ocultar, o el reflejo", para emplear sus propios términos.

Vivimos en un mundo lleno de formas e incitaciones visuales, pero que, de forma paradójica, no siempre nos permiten ver. La sobrecarga, el ruido visual, son tan intensos, que no resulta extraño que los artistas de hoy centren su interés en las condiciones que permiten la visión, en la regeneración de la mirada. Esos aspectos, que constituyen el trasfondo conceptual y ético del minimalismo, inspiran el trabajo de Maider López, que en su primera exposición individual en Madrid presenta tres intervenciones en el propio espacio de la galería, todas ellas bajo ese mismo signo.

La primera, y quizás la menos conseguida desde mí punto de vista, es una transposición de un fragmento de la fachada de la finca al muro interior, con pequeñas piezas de plástico de colores brillantes, que reproducen las formas de ventanas y huecos, como si se tratara de un rompecabezas a escala natural. Lo mejor de la obra es, precisamente, su carácter lúdico, el aroma de juego que transmite.

Mucho más alcance y rotundidad tiene la serie de lámparas y mesitas de formato geométrico y pantallas multicolores de plástico, distribuidas en el suelo y las paredes de otra sala de la galería. Estas piezas de luz y color utilizan la reverberación del plástico, convirtiendo la proyección luminosa en un entramado dinámico de colores que nos hacen ver los cubos geométricos como si tuvieran vida propia. Desde luego, transmiten una alegría y calidez cromáticas que están en la línea de los mejores registros sinestésicos, de correspondencia de los sentidos, en el arte.

Excelente y sutil es, también, la tercera intervención que, con aparente sencillez, introduce puertas correderas en la entrada y las paredes de otra sala, del mismo tipo que las que había allí originalmente y pintando su canto con distintos colores de tono intenso. La obra es magnífica: el contenedor se convierte en objeto manipulable por el espectador, que en su interacción con la pieza modifica sus espacios de visión y sus registros perceptivos.

La exposición en su conjunto nos confronta directamente con esa deriva del arte de nuestro tiempo que desborda la noción de la obra como objeto para convertir la intervención artística en producción de un espacio estético global, de un ámbito autónomo de sentidos y sensaciones. El lenguaje del diseño y la poética de la arquitectura se funden con la utilización de soportes y materiales industriales, utilizados con una espontaneidad y frescura que permiten regenerar nuestra visión, dar nuevo vuelo a nuestra mirada.