Merche Olabe
Jardín filosófico, 2002
Merche Olabe (Bilbao, 1947) rara vez ha salido del ámbito artístico del País Vasco. Ahora expone en Madrid una docena de sus obras con las que sorprende al espectador por su personal actitud ante la pintura. Tiene voluntad narrativa, se apoya en la metáfora y el símbolo, en la historia del arte, a la que recurre con frecuencia, y busca siempre provocar un cierto clima de enigma, un misterio insólito. Insólito porque muchas de estas imágenes producen en el espectador un notable desconcierto. Las figuras son claras, de contornos limpios, el color vistoso y bien aplicado (utiliza temple al huevo) y, de repente, una cabeza cortada espera apaciblemente encima de la mesa a que la artista, en uno de los numerosos autorretratos que hay en la exposición, le ponga un poquito de guarnición. La apariencia tranquila y placentera de muchas de las situaciones choca frontalmente con un talante claramente lúdico. Gusta Olabe de plantear sus tramas en espacios abiertos, ya sean bosques, praderas o playas. Tiene también gran inclinación por un tipo de arquitectura rígida y precisa, de línea rotunda y severa. Es evidente el parecido y la influencia de Pérez Villalta, pero este tono pícaro, astuto, en su ánimo de perturbarnos relega, en mi opinión, dicho parecido a un segundo plano.