Image: Campano, pintar, pintar sin más

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Exposiciones

Campano, pintar, pintar sin más

6 noviembre, 2003 01:00

Sin título, 2003

Miguel Ángel Campano. Juana de Aizpuru. Barquillo, 44. Madrid. Hasta el 10 de diciembre. De 14.000 a 27.000 euros

Hace ahora algo menos de un año, en el catálogo de Rojo de cadmio nunca muere, una hermosa exposición concebida como un diálogo pictórico con José Guerrero y que se presentó en Granada en el Centro que lleva su nombre, Miguel ángel Campano, además de al pintor granadino, rendía homenaje a García Lorca, a su duende. Allí se preguntaba si no sería precisamente el duende "la sublimación del drama interno (...) que toda persona sensible, genial y sencilla lleva en su interior silenciosamente pero angustiadamente liberada o sublimada en el hacer, en el sentir, en el vivir".

La muestra que ahora presenta en Madrid conecta en más de un sentido, aunque en un plano interior, con esa exposición granadina. No en cuanto al soporte, dado que en esta ocasión, en lugar del lienzo, Campano pinta sobre telas industriales, produciéndose así un contraste, un acercamiento de la expresión pictórica a un universo de formas y colores ya dados, previamente disponibles. El resultado de ese contraste es, verdaderamente, un gozo para la vista. No son telas cualquiera, Campano elige piezas de uso común en India, abigarradas y llenas de color, que parece que allí sirven incluso para indicar la ubicación de quien las lleva en el sistema de castas.

Naturalmente, Campano se queda sólo con la dimensión formal, la misma que registra el ojo europeo, y en ella vuelca un grado de libertad máxima, de intensa espontaneidad, en el uso de las líneas, las manchas y las masas de color superpuestas o confluyentes con las imprimaciones de las telas. En los cuadros, de una fuerza de atracción casi hipnótica, uno ve sobrevolar los giros de las cuerdas dejando su huella ingrávida, o el dinamismo de los planos de color en un proceso incesante de desplazamientos. Hace falta mucho dominio de la fuerza de gravedad que entraña la pintura para poder adentrarse en esa libertad constructiva, en esa espontaneidad, y alcanzar el punto justo, un equilibrio interior en la obra que nos permite advertir que nada en ella podría quitarse o añadirse: está en su ser.

La continuidad con la muestra de Granada nos remite a la primacía que tiene el color, y su empleo como fuerza expresiva, en estos cuadros que son a la vez espejos de la vida, del vestido humano como celebración de la forma y el color. Y nos remite, también a la reiteración del homenaje a Federico García Lorca, en una de las piezas que, de manera excepcional, tiene título: Que le den café, esa fórmula ignominiosa que se empleaba en la Guerra Civil para indicar que se matara a alguien. Con sus imprimaciones circulares sobre el textil de las latas utilizadas para mezclar pintura, y con el agujero que lacera la tela, es ésta una de las obras más emocionantes de esta exposición que de un modo tan ejemplar permite apreciar la madurez artística de Campano.

Pero hay todavía un último aspecto que merece ser considerado, y que nos lleva a las palabras de Campano sobre el duende antes recordadas. En este caso, desde mucho antes de la muestra en el Centro José Guerrero, Campano ha ido desarrollando y asentando su trayectoria sobre una actitud de rechazo y desconfianza explícitos hacia todo tipo de retórica justificatoria de su obra. Y entiendo que ello incluye también todas esas consideraciones banales sobre la "pintura pintura", y otras fórmulas nostálgicas y reduccionistas que desafortunadamente tanto se emplean. En Campano se trata de pintar sin más, sin ningún tipo de palabrería, y eso no es otra cosa que sublimar o dejar fluir el drama interno que silenciosamente lleva en su interior. Por eso su pintura es tan libre, y su peso artístico tan aquilatado: es una obra sin compromisos externos, sin estrategias pragmáticas ni ataduras.