El viaje interior de José Bedia
Venado azul, 2001. Óleo sobre tela, 300 x 530
Nacido en La Habana en 1959, José Bedia emigró en 1991 a México, estableciéndose en 1993 en Miami, donde vive y trabaja. Considerado uno de los artistas cubanos actuales de mayor proyección, Bedia se dio a conocer como artista en 1981, en Volumen I, una colectiva que supuso un punto de inflexión en el arte cubano. Siendo él mismo un iniciado en la religión afrocubana, su pintura, que ha podido verse en España gracias a la galería Ángel Romero de Madrid, discurre a través de un complejo proceso de síntesis de formas visuales y palabras que tienen siempre como trasfondo una dimensión espiritual.
Esa noche es, en realidad, la noche del espíritu, la misma que propicia un ámbito de revelación en la poesía de San Juan de la Cruz o Novalis. Y la clave última de su sentido brota de la frase situada junto a la cabeza del venado: Venado azul y Hikuri elusivo. ¿Cuál es su sentido...? La pintura nos transporta al sistema de creencias de los Tarahumara de México, los mismos que despertaron el interés de Antonin Artaud. Entre los Tarahumara, sólo el guía espiritual de la comunidad puede ver al venado azul: Kauyumari, hermano mayor de los huicholes y representante de los dioses. El Hikuri es empleado como sustituto del peyote, el hongo alucinógeno tan central en los ritos de los Tarahumara. De modo que la pintura de Bedia es, en realidad, la representación cifrada de un viaje, de un viaje interior.
Así que pasen y vean. Y no se acerquen a estas piezas: pinturas y dibujos que constituyen la primera antológica de José Bedia en España y en Europa, tan sólo desde un punto de vista formal. Las obras reunidas, que cubren los diez últimos años, están todas ellas referidas, de manera más o menos explícita, a esa temática del viaje como vía interior de conocimiento. Naturalmente que la cuestión tiene también que ver con el desplazamiento forzoso del cubano, en gran medida provocado por la falta de libertades en la isla, y en ese sentido la muestra contiene una vertiente sutil y vigorosa de crítica política. Pero Bedia no se queda ahí: introduce el humor y la ironía al plantear el desconcierto inicial que todo viaje produce siempre, aludiendo por ejemplo al "estupor del cubanito", figura esquemática del viajero con una maleta en cada mano, "en territorio ajeno".
Y con ello transciende esa dura experiencia del desplazamiento forzoso, tan extendida por otra parte en los cada vez más intensos flujos migratorios del mundo de hoy, hasta convertirla en un signo característico de la condición humana. Todos somos viajeros, la vida humana no es otra cosa que un viaje. Las figuras transeúntes, siempre en movimiento, los barcos y los aviones que nos llevan, e incluso la casa que la figura protectora transporta a hombros velando por el pequeño nadador que se desplaza hacia su destino a través del mar, que a modo de variaciones seriales articulan la coherencia de la muestra, son indicios desvelados de esa voluntad de ir más al fondo de las cosas, de persistir en nuestro viaje hasta el límite último de la experiencia. No se pierdan esta gran exposición, es todo un acontecimiento.