El siglo del dibujo
Dibujos italianos del siglo XVI
2 diciembre, 2004 01:00Miguel Ángel: Estudio de brazo derecho de hombre
El contraste de escala es tan enorme, tan abismal, que cuesta trabajo establecer cualquier relación entre estos dos pequeños dibujos a lápiz y una de las pinturas más vastas que hayan existido nunca. Pero es así: como ha revelado Nicholas Turner, comisario de esta exposición patrocinada por Winterthur, estas dos mínimas piezas que hasta ahora se consideraban obra de escuela, serían originales que formarían parte del proceso de invención del Juicio Final de la Capilla Sixtina. Los dos dibujos de Miguel ángel (bocetos de un brazo y un hombro) nos ofrecen así una lección sobre el poder germinal del dibujo, sobre lo que hay siempre en el dibujo de semilla, de algo que, por pequeño que parezca, es capaz de engendrar cosas de dimensiones colosales. Alrededor de esos dos trozos de papel se despliega aquí todo un siglo de dibujo en Italia, que abarca desde la cima del Renacimiento hasta el primer Clasicismo Barroco (1520-1620): de Miguel ángel a Annibale Carracci. El panorama revela la creciente diversidad de posibilidades del dibujo: como didáctica, como proyecto, como disciplina, como expresión íntima y espontánea. El dibujo como lección y como fantasía, como academia y como capricho. Por una vez, la exposición está en cierto sentido subordinada a su catálogo; es como el acto de presentación pública del catálogo razonado de la colección de dibujos italianos del siglo XVI del Museo del Prado, elaborado por Nick Turner. Todos los dibujos expuestos en esta ocasión proceden del legado del coleccionista Pedro Fernández Durán (1846-1930), aquel aristócrata solterón, excéntrico, lector voraz y sobre todo apasionado del arte que los adquirió en París y en Italia a finales del siglo XIX y dejó dispuesto que a su muerte los heredara el Museo.La exposición está organizada por escuelas, y comienza por los florentinos, con un soberbio Estudio para figura femenina de Andrea del Sarto y un San Lucas pintando a la Virgen de Giorgio Vasari, pero también con obras anónimas no menos excelentes, como ese estudio en sanguina de la cabeza de una niña. Luego vienen los pintores romanos, como Federico Zuccaro con su Dignatario arrodillado ante el Papa y una quimera atribuida a Jacopo Ligozzi. Uno de los mejores momentos de la exposición es la segunda sala, con los artistas genoveses. Mis favorito es Giovanni Battista Castello, llamado "il Bergamasco", autor de un Marte y Apolo que es casi una pareja de hombre y mujer, de un manierismo elegante y nervioso, y de una enigmática escena mitológica que reúne a un cazador a caballo, un venado y una doncella. No muy lejos están los dibujos de Luca Cambiaso: su Muerte de los hijos de Níobe y su Prendimiento de Cristo, que dan pábulo a esa hipótesis anacrónica según la cual Cambiaso habría sido algo así como el inventor del cubismo. En la sala también hay sitio para algunos seguidores de Cambiaso y para un proyecto de decoración mural de Annibale Carracci.
En la tercera sala, muy cerca de los ya citados dibujos de Miguel ángel, están los epígonos de Rafael: Giulio Romano (dos guerreros, una rafaelesca Sibila), Pierino del Vaga, y Polidoro da Caravaggio, el artista exaltado por el tratadista Lomazzo: un espléndido dibujo de una leona y un toro, acaso bocetos para las decoraciones que celebraban la entrada triunfal de Carlos V en Messina en 1535. En la última sala reaparece la escuela genovesa junto a la boloñesa y la veneciana, con Paolo Veronés (San Lucas evangelista con su toro), Jacopo Tintoretto, Palma Giovane y un espléndido Banquete de Herodes de Alessandro Maganza, obras que dan testimonio de cómo en el dibujo puede caber toda la luz, todo el movimiento, toda la vitalidad de la pintura.