Image: Calapez, la pintura como escenario

Image: Calapez, la pintura como escenario

Exposiciones

Calapez, la pintura como escenario

Piso Zero

27 enero, 2005 01:00

Lugar 29, 2003. Cinco paneles pintados en acrílico sobre aluminio

Comisarios: Maria Do Céu Baptista y M. Fernandez-Cid. CGAC. Valle Inclán, s/n. Santiago de Compostela. Hasta el 27 de marzo

Pedro Calapez (Lisboa, 1953) trabaja el pormenor como desencadenante de cada nueva imagen, y lo hace siempre desde la memoria o el recuerdo, vaciando su contenido para procurar un nuevo orden. Su estrategia consistirá, entonces, en una suerte de reconfiguración o desdoblamiento de esa idea primera que el artista acaba por simplificar y reinventar; al fin y al cabo el recuerdo no es más que una reconstrucción, o más concretamente una construcción y, por lo tanto, una ficción.

En Calapez la imagen nace siempre de otra imagen, producto de una seducción previa. Pero esta captura nunca es concreta ni directa sino difusa, distorsionada, como una visión con niebla -aunque en muchos casos tome fotografías como punto de partida-. Así, Pedro Calapez tantea el virtual resultado en un acto casi ciego, jugando con mudanzas de escala y algunas otras combinaciones en el ordenador para tentar la serendipia y buscar el descubrimiento, la sorpresa final.

En el CGAC, Pedro Calapez demuestra su dominio de la escenografía. El espacio concedido para desplegar su obra -la planta baja- es capaz de ahogar a la mayor parte de los pintores; como prueba de ello sólo tenemos que mirar al pasado para ver cómo muchos artistas que se expresan en lo bidimensional sucumbieron rotundamente ante el espacio de álvaro Siza. Pero la pintura de Calapez actúa también como arquitectura, como instalación, como interferencia. De ahí que su pretensión sea la de enfatizar ese encuentro, buscando la confrontación abierta, como si intentara velar esa arquitectura, esbozar su negativo como piel. Por eso cruza dimensiones y abraza la distorsión, porque Calapez trabaja la experiencia, nunca la imitación directa. Su dibujo es más escritura, ejercicio, como un Piranesi capaz de tornar las trazas minuciosas en una masa confusa, en virtuosa escenificación. Tal vez por todo ello Calapez nos habla de escenas a la hora de hablar de sus pinturas y de ahí que el espacio resulte cargado, lleno de ejercicios manieristas; quizás sobra obra en esta muestra, pero sobra como paredes en un laberinto, como pretendido desorden, como disolución capaz de entorpecer sin cerrar las múltiples salidas, los borgianos caminos que se bifurcan.

Pedro Calapez demanda el movimiento de un espectador que pretendidamente se ve envuelto en el espacio -física y mentalmente-, que debe experimentar las distancias, el juego de ritmos y manchas. Si, como decía, abusa de obra hasta el punto de poder hablar por momentos de un horror vacui, se debe a la voluntad del artista de llenar el espacio de ventanas ciegas capaces de anularse las unas a las otras, como un collage de paisajes que no permite la proyección sino la densidad. En salas como la del Doble Espacio el espectador resulta acorralado, violentado por la pintura, que pasa a un estado mucho más táctil y a una relación más íntima, de recogimiento. Advertimos así las distancias deseadas por Calapez, de la pincelada a la mancha; también su dominio de la perspectiva y la representación del espacio. Y siempre desde el margen, porque sobre todas las cosas Calapez valora los bordes del cuadro, la pintura capaz de prolongarse más allá de sí misma.

La muestra, que debido a la proximidad de la afortunada retrospectiva que le ha dedicado en Lisboa la Fundación Calouste Gulbenkian a Pedro Calapez se ha orientado más a ese coqueteo con el singular espacio de Siza, está conformada principalmente por conjuntos de pinturas, dibujos o acuarelas -los soportes utilizados son el aluminio pintado con acrílico y el papel- que establecen un segundo guiño con el espacio del CGAC al situarlo como tema de alguna de sus pinturas. Así, Calapez creó una serie de dibujos que esbozan algunos de los espacios interiores y exteriores del edificio; todo se completa con un excelente libro de artista realizado en colaboración con el crítico Nuno Faria, donde se reproducen algunas de las imágenes previas a las pinturas en una estética muy cercana al cómic y que tiene en el ordenador su principal aliado.