Image: La noble vida de la fama según Hans Memling

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Exposiciones

La noble vida de la fama según Hans Memling

Los retratos de Memling

24 febrero, 2005 01:00

Retrato de un hombre ante un paisaje, 1475-80. Galeria dell’Academia, Venecia

Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado,8. Madrid. Hasta el 15 de mayo

El ciclo Contextos de la Colección Permanente, que organiza el Museo Thyssen, de exposiciones eruditas en las que alguna pieza selecta de sus fondos se pone en relación con otras obras pertenecientes a colecciones foráneas, para su mejor estudio y evaluación, este interesante ciclo ha alcanzado últimamente cotas de excelencia rayanas en la perfección. Ello ha hecho que estas exposiciones "sabias", analíticas, que en principio pudieran parecer orientadas a especialistas o a sectores minoritarios, se hayan ganado al conjunto del público del arte, que se deja seducir en ellas, sencillamente, por el asombro y el gozo de la calidad.

Así ocurre con esta serena, impactante y bellísima muestra, ocasión única de ver reunidos en Madrid nada menos que doce de la treintena de retratos que conservamos de los que pintó en Brujas en la segunda mitad del siglo XV Hans Memling, retratos que ya cautivaron a sus contemporáneos y que, siendo inequívocamente medievales -del final del tiempo gótico, o sea, bárbaro, "intermedio" entre Antigöedad clásica y humanismo-, sin embargo influyeron directamente en el retrato renacentista italiano. El propio Miguel ángel, en pleno Renacimiento, cuando el arte -reconocido como "cosa mental"- no tenía que agradar a la vista, hubo de admitir el encanto de esta pintura de los flamencos "que realizan cosas que alegran y de las que no cabe decir mal, como la hierba verde de los sotos, las sombras de los árboles, y ríos y puentes que ellos llaman paisajes". Muchos de estos paisajes llegaron por primera vez a Italia incorporados por Memling como fondos esplendorosos a sus afamados retratos de banqueros florentinos y comerciantes vénetos, que -junto con los mercaderes de la Hansa y de la Mesta- figuraban entre los mejores clientes del pintor en Brujas, ciudad entonces preeminente en la que se concitaba el comercio internacional.

Esta docena de retratos -juntos y uno por uno- continúan ahora, medio milenio después, causando admiración por un conjunto denso de motivos: su prodigiosa capacidad de observación naturalista y virtuosismo pictórico; la precisión pasmosa de su dibujo de línea finísima; el refinamiento de su factura, atenta a los detalles del atuendo, de los objetos y del paisaje tanto como a las texturas matizadas de las carnaciones de rostros y manos, logrando que percibamos la contextura y superficie de lo representado (como en el Retrato de una joven/Sibila, en que el velo transparente representa las calidades como valores táctiles, mientras "conduce" la luz por el cuadro); el logro de una representación pictórica que no constituye sólo una conquista de la realidad visual, sino una plasmación llena de vida, en la que las figuras -serenas y escultóricas- respiran en un espacio "real", de suaves luces y de sombras controladas, un espacio plástico acorde con la placidez de los estados de ánimo que expresan las efigies; el sentido de la elegancia que denota la composición, esa línea particular de refinada elegancia neerlandesa que, entre cosas, Memling aprendió de Van der Weyden; el acierto de su fórmula compositiva de situar el retrato ante un fondo paisajístico, con lo que Memling establece -como estudia Paula Nuttall en uno de los textos revisores del catálogo- "un contrapunto equilibrado entre las zonas superior e inferior, el primer término y el fondo, en que la cabeza destaca sobre la expresión neutra de un celaje, y el detallismo paisajístico vivifica la franja neutra de los hombros"; en fin, la gracia y eficacia de sus trampantojos, destacando en especial los efectos de espacio tan felices que se establecen cuando la mano del retratado reposa sobre el propio marco del cuadro, haciendo que funcione como antepecho (así, en el pequeño e impresionante Retrato de un hombre ante un paisaje, de la Galleria dell’Accademia de Venecia), o como cuando el artista interpone entre la figura y el país la fina -poco visible- moldura de una fingida ventana de piedra (como en el cuadro prestado por la neoyorquina Frick Collection), con lo que la figura queda proyectada hacia nuestro espacio, el del espectador.

Este impresionante y silente conjunto pictórico, reunido ahora en torno al Retrato de un joven orante, del Museo Thyssen -adquirido en 1938 por el doctor Thyssen, padre del barón Hans Heinrich-, rememora cómo el género del retrato surgió dentro de la pintura religiosa y cómo en el siglo XV se independizó y cumplió nuevas funciones. Efectivamente, durante la Edad Media el retrato se relacionó con la idea de donación. Siguiendo la costumbre de pontífices y reyes, los particulares que costeaban construcciones y decoraciones de lugares de culto, ejercieron su derecho a figurar con su propia imagen en los dominios de las representaciones sacras, incorporando sus retratos a manuscritos, mosaicos, estatuaria, pinturas murales y, finalmente, al retablo, a partir de que éste se desarrollara en los tiempos del gótico. En esta exposición vemos cómo en el siglo XV pervive el prototipo originario del retrato "devocional" en tablas laterales de dípticos y trípticos. Ello resulta notorio en piezas como la que hace de anfitrión de la muestra, el Orante de la Colección Thyssen, y el fastuoso Díptico de Maarten van Nieuwenhove, del Memlingmuseum de Brujas. Ahora bien, otras pinturas testifican cómo en pleno "otoño de la Edad Media" terminó por imponerse el retrato como género autónomo, independiente.

En todo caso, en los cuadros de esta galería espléndida comprobamos cómo el retrato del siglo XV, además de fines devocionales, cumple importantes funciones de representación, haciendo que el arte de la pintura lustre la efigie personal y otorgue rango social y noble memoria -la vida de la fama, bien distinta de la terrenal y de la eterna- a los nobles y próceres que sean capaces de ganársela. A ello contribuyó el estilo nuevo, fuertemente inspirado en la observación de la Naturaleza, de Memling, quien, sin romper los procedimientos góticos de su maestro Rogier Van der Weyden, los llevó a una excelencia superior a la del arte medieval.