Elena Goñi
Anuncio, 2005
Hay una serie de interesantes contradicciones en estas pinturas de Elena Goñi (1968), pintora navarra que presenta estos días su primera individual en Madrid. Esta decena de cuadros, de medio y pequeño formato, ofrecen una narración cotidiana, en principio muy cercana, con situaciones de aparente normalidad, conversaciones en grupo, un paseo por el campo, el retrato de un amigo... Pero, ¿tiene hoy interés la mera representación naturalista de escenas de la vida diaria? La paradoja de la pintura de Elena Goñi se encuentra en su utilización del color y en la asunción del cuadro como superficie corpórea. En cuanto al color, la pintora dispone superficies planas de un cromatismo que podríamos denominar "blando". No son necesariamente colores apagados pero sí tienen la peculiaridad de generar una imagen velada, como vista a través de una pantalla que sitúa a estas escenas en un plano más lejano, en ocasiones casi espectral. Hay una evanescencia, una situación atemporal. Goñi suprime las líneas del dibujo para disponer el color en campos informes. Así, lejos de describir, el color nos roba y nos niega cierta información. Sin embargo, acercándonos al lienzo, se advierte que las composiciones, y en ellas los rostros, adquieren una notable corporeidad. Hay un retrato, Sebastián, que presenta un dibujo sintetizado, casi imperceptible, pero la textura rugosa de la superficie parece modelar el rostro, otorgarle una suerte de carnalidad. La negación de información resultante de la supresión, o disolución, del dibujo es así compensada por un tratamiento de la materia que podemos entender como un valor narrativo. En cualquier caso, la exposición destila una intensa levedad, una atmósfera que, de tan irreal, nos sitúa próximos a lo inquietante.