Poéticas del movimiento
Terra Infirma
21 julio, 2005 02:00Rachel Reupke: Infrastructure, 2002
La aceptación del vídeo sigue siendo en España una de las asignaturas pendientes no sólo en lo que respecta al coleccionismo privado o al interés de las galerías, sino también en las programaciones de museos e instituciones públicas. Es cierto, que en los últimos años se ha producido un proceso de "normalización" y su proyección ha ido admitiéndose como un medio de expresión visual más. Pero también es cierto que no existe una proporción suficiente entre el modo en el que nuestros artistas recurren a este medio y las posibilidades efectivas para su exhibición. Aun cuando es posible que "se vendan gatos por liebre", y en muchas ocasiones el vídeo no esté justificado como soporte artístico, es de reconocer el poder de influencia que la imagen en movimiento tiene en nuestra sociedad, en la comunicación y en la definición de lo que somos. Desde esa óptica, no es de extrañar que numerosos artistas recurran al vídeo como un medio capaz de condensar, más específicamente, la imagen contemporánea y recrear nuestro mundo.La exposición Terra infima -según palabras de su comisaria, Berta Sichel- "en una época dominada por la movilidad de la gente e ideas, la tecnología de los medios y la globalización, reflexiona acerca de las posibilidades y las cuestiones derivadas de la representación visual por medio de la imagen electrónica, probablemente el medio más apropiado para reproducir artística y estéticamente este momento inestable". Para ello, Berta Sichel ha recurrido a una interesante nómina de artistas, entre los que cabe destacar a Francesco Jodique, Jordi Colomer, Perry Bard, Rachel Reupke, Dionisio González, Hans Op de Beeck y Liz Diller & Ricardo Scofidio. Sin embargo, si bien la mayor parte de las obras presentadas ofrecen un particular interés contempladas individualmente, no acaban de responder en su conjunción al tema y pretensiones dialécticas que, en principio, las convoca. Siendo de gran interés las cuestiones que se pretenden plantear, reducir su exposición a una confrontación entre asuntos que abordan, desde muy variados puntos de vista, la ciudad frente a la naturaleza, al amparo de las posibilidades del viaje en un mundo globalizado, daría bastante de qué hablar en la obra de otros muchos artistas. Así, resulta inevitable preguntarse por qué unos artistas, y no otros, cuál es la relación entre las obras seleccionadas y el modo en el que éstas, en su conjunto, son capaces de ilustrar un tema tan vasto como el que las reúne.
La ciudad, la calle y el paisaje dan lugar un amplio espectro de imágenes que llevan al espectador a moverse de una proyección a otra. Como en un viaje a la carta, en el que no parece haber rutas establecidas de antemano, es el propio espectador el que debe dar sentido al recorrido, decidir las paradas y los posibles nexos, de manera que al final del trayecto no se sienta perdido, y pueda encontrar una salida.
En cualquier caso, y aun a riesgo de perderse en el viaje, cabe destacar la cambiante acomodación de las diapositivas proyectadas por Liz Diller & Ricardo Scofidio en InterClone Hotel (1997), a través de las que asistimos a un catálogo visual en el que se resumen las convenciones del confort occidental. Del hotel pasamos a la calle en la muy efectiva proyección Paulicéia Desvariada: visôes do perímetro (2004) de Dionisio González. En ella, un pausado travelling invita a contemplar la cambiante fisonomía que circunda las ciudades a través de una sucesión de las desencajadas expresiones que tratan de hacer habitable lo cotidiano. De otra parte, la extraordinaria instalación Anarchitekton (1002-2004) de Jordi Colomer -una de las obras más interesantes- nos aísla en un habitáculo en el que podemos correr de una silla a otra para contemplar, en cuatro proyecciones, al propio artista deambulando por diversas ciudades. Provisto de un armatoste -un palo sobre el que se asientan distintas maquetas de edificios-, el artista emprende un absurdo recorrido por diversas ciudades, en un vano intento de confundirse con ellas. En un alarde dadaísta, Jordi Colomer se convierte en un edificio-escultura andante, mediante el que desenmascara, con gran sentido del humor, el verdadero rostro de nuestras ciudades. De interés son, asimismo, las convenciones arquitectónicas vistas en los nocturnos de Francesco Jodique en The Morocco Affair (2004), como el trasiego humano que documenta Perry Bard en la proyección Traffic (2005), en la que reconocemos una imagen crítica en nuestras ciudades: los top-manta. De otro lado, señalar el cariz poético que arrojan las visiones del viaje a través de la naturaleza en la sorprendente proyección Infraestructure (2002) de Rachel Reupke, o la no menos lírica domesticación del medio ambiente que propone Hans Op de Beeck en la su intimista proyección Places "gardening 2" (2004).