Armando Mariño
George e-mail, 2004
Sorprendente exposición ésta de Armando Mariño (1968). En sus nuevas obras se aprecia casi una revolución que ha sacudido, no sólo el planteamiento formal y los temas, sino el mismo andamiaje de su sentido plástico, su mirada y los motivos que la seducen. A tenor de los resultados, su estancia los dos últimos años en ámsterdam ha sido fundamental. El cubano cultivaba una pintura de aliento posmoderno, cercana a un pop "de tercermundo" y basada en el solución de detalle que se alimentaba en buena parte de Historia del Arte. De algún modo, el mismo tema del Arte era lo que aportaba sentido a su labor. Mariño utilizaba el desvío de obras de otros artistas, llegando a parodiarlas, para desenmascarar todo el tinglado de ese mundo, con su trampa y su cartón. Tal sátira, además, se podía continuar con una reflexión crítica desde la negritud sobre el peso del eurocentrismo en la cultura actual y como reivindicación de las culturas periféricas. Su humor y su desmantelamiento eran negros en varios sentidos. Las nuevas obras de Mariño, de apariencia radicalmente distinta, técnica y formalmente muy diferentes, se separan de todo lo anterior pero no lo hacen ruptura mediante sino, inteligentemente, acercándose a su mismo centro. Titulada ámsterdam, la muestra se aproxima a claves de la actual pintura centroeuropea, tornándose más fría y perdiendo el eco de aquella oscura carcajada, para concentrarse en disolver en sí misma las fronteras entre figuración y abstracción. óleos vibrantes e inquietantes reflejan la imagen distorsionada (por lo digital) de un mundo de violencia y accidentes, un mundo barrido y cuarteado. Mariño puede haber encontrado un prometedor camino para su pintura y, más aún, un nuevo espacio para su mirada.