Exposiciones

Juan Araujo, una pintura sagaz

11 mayo, 2006 02:00

Reflejo en coloritmo MV 2, 2005

Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Hasta el 27 de mayo. De 600 a 2.000 e.

La reflexión sobre sí mismo es uno de los rasgos diferenciales y, a la vez, constituyentes del arte del siglo XX desde la irrupción de las vanguardias. Esa meditación, que no tiene por qué ser ensimismada, permanece tan vigente hoy como si no hubiese pasado un siglo de cavilaciones. De hecho es, personalmente, uno de mis principales focos de interés. Cómo el arte es motivo del arte y por qué se ocupa de sí y de su entorno físico, económico y receptivo, pues de ese discurso deriva, además de la autocrítica, un conocimiento más profundo de lo que el arte es y de lo que el arte procesa en el espectador.

En el trabajo del venezolano Juan Araujo (Caracas, 1971), que me atrajo desde el primer momento, no hay sólo una introversión, sino que, con la más atrevida de las miradas, horada desde la superficie hasta el último de los componentes intrínsecos de la obra de arte y desde el más minúsculo en apariencia de sus elementos se proyecta al eje de su significado social.

Aunque fue incluido en los Inéditos de Caja Madrid de 2004 es en ésta su primera individual donde podemos evaluar las líneas que constituyen su propuesta. Ancla ésta en un nombre fundamental de las posvanguardias venezolanas, el artista cinético Alejandro Otero y algunas de sus obras allí más famosas, los coloritmos, que Araujo fragmenta y "copia" en versiones exactas, pero troceadas, a la vez que incluye su reflejo, el sujeto activo, en esa exigua fracción del cuadro. Aúna todos los caracteres constituyentes de la pintura, factura, color, etc., a los del paso del tiempo, así los craquelados y otros accidentes, y casi se sigue a sí mismo en el doble paso de visión y realización.

Pero hace lo mismo, y eso es lo más interesante, con la casa de un coleccionista caraqueño -de la que recoge secciones y pormenores, incluido el armario con cabezas disecadas de piezas de caza-, con la fábrica de la casa y su reproducción en los libros del arquitecto que la construyó; sin eludir, en el caso del primero, las contradicciones entre gustos, y en el del segundo, su consideración nacional, casi sacral. Del mismo modo que remite a la historia de la pintura a través del cuidadoso remedo de portadas de libros de arte en ediciones baratas o de postales de museo, en algunos casos incluso en blanco y negro, o a la peripecia de su propio país a través de la revista de hípica -sin olvidar el rango artístico del caballo en la historia- o de vistas de sus parques nacionales -sin que podamos eludir el papel del paisaje en la historia del arte-.

Historia, pues, y biografía, también sociología y su aplicación a una lectura política de la realidad desde una mínima porción visible de lo real; disciplina en el interior de la disciplina para hacer aflorar las contradicciones, a la vez que, paradigmáticamente el pintor disfruta con el ejercicio de su práctica.

"Es pues esta obra de Juan Araujo -escribe Carlos E. Palacios- una reflexión meditada y profunda desde el catálogo de estrategias y paradojas que constituyen la pintura moderna y sus constelaciones contemporáneas. Maniobras de una retórica visual cuya solera queda encubierta bajo la agudeza de una dulce apariencia. Una pintura sagaz".