Percepciones del espacio
El espacio interior
15 junio, 2006 02:00Sam Taylor-Wood: Falling IV, 2003
Desde el minimal, la producción y la crítica artísticas tomaron consciencia del espacio como "materia inmaterial". Y este es el cabo desde el que se urde el entramado ecléctico de esta exposición. Los hilos de lana de Fred Sandbeck (Nueva York, 1943-2003), dibujando formas geométricas, indican una versión muy leve de la escultura expandida y presiden el "cubo blanco" de esta sala, que se ha limpiado de elementos accesorios en el esmerado montaje. Otras piezas importantes cubrirían la revisión y contestación a los "objetos específicos", como el pequeño modelo de uno de los característicos pabellones de Dan Graham (1942), cuyas paredes cóncavas y convexas de acero y cristal incluyen al espectador en la contemplación de la obra (como auto observación e imagen reflejada), y la mesa de madera de Rachel Whiteread (1963) que alberga sobre y bajo sí vaciados en yeso de cajas de cartón. Este posible recorrido concluiría con los óleos sobre tabla esmaltada de Kate Shephard (1961), de colores oscuros, sobrios y elegantes, sobre los que se deslizan, casi temblando, frágiles líneas estructurales.Por otra parte, la idea didáctica de subrayar los límites de nuestros hábitos perceptivos abre una perspectiva diferente, que incluye el notable esfuerzo llevado a cabo por la Comunidad de Madrid al invitar a algunos artistas a trabajar sobre la propia sala. El francés George Rousse (1947) ha intervenido las escaleras de acceso a la segunda planta, pintando unos círculos negros a través de cuya comparación con sus fotografías podemos redescubrir ese espacio. También interesante es el vídeo del sueco Jonas Dahlberg (1970): un "loop" de tempo hipnótico que recorre una y otra vez una maqueta de la sala, cuestionando el papel de la memoria en la visión. Y nos adentramos en el juego de escala con Rita McBride (1960), y ya abiertamente en el ilusionismo por la perspectiva en la habitación empapelada por Jorge Macchi (1963) y el vídeo de la lección de danza del también argentino Leandro Erlich (1973).
Una temperatura emocional distinta tienen propuestas tan contrastadas como la grieta vegetal de Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956), de honda evocación simbólica, y la contraposición de dos fotografías de Sam Taylor-Wood (Londres, 1967), con un hombre y una mujer invirtiendo la tradicional iconografía de extraversión/introversión: ella vuela expandiéndose, él queda constreñido.
También en un tono más o menos alusivo se ha querido tratar la fricción entre lo privado y las imposiciones de la vida social actual. Mientras el virtuoso vídeo infográfico de la noruega Ann Lislegaard (1962), mostrado en la última Bienal de Venecia, habla a través de la iluminación de un espacio doméstico vacío sobre la soledad contemporánea en clave lírica, la contaminación lumínica -un problema bien concreto en nuestras poblaciones- es abordado con incisiva ironía en el de Eulàlia Valldosera (1963), La farola, que queda bien tratado pero bastante aislado en esta variada exposición: demasiado difusa en su concepción, como reverberan los textos del catálogo.