Federico Guzmán, ¿por qué están tristes las frutas?
El mercado arrollador
14 septiembre, 2006 02:00Miss Malandra, 2006
Nacido en Sevilla en 1964, Federico Guzmán ha sumado a sus orígenes pictóricos y conceptuales una dedicación a modos alternativos de actuación en el ámbito artístico y social, tanto con su participación en colectivos, como por su actividad pedagógica al margen de estudios oficiales. Sus últimas exposiciones han alternado entre España, Colombia y Europa y su obra está representada en museos de Europa y Norteamérica.
El mercado arrollador tiene su origen en el fin de las negociaciones, el 26 de febrero de este año, entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos para la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) que, entre otros, afectaba a los productos agrícolas del país suramericano. En mayo, en el VI Festival de Performance de Cali, Guzmán intervino con un vídeo que muestra cómo una inmensa y rugiente apisonadora parecía dispuesta a aplastar un gran círculo de frutas depositadas en el suelo. Las reacciones de los asistentes -unos apresurándose a recogerlas para su propio provecho, otros, entre ellos el artista, tomando imágenes del acontecimiento-, sus gestos y lo que estos desvelaban de sus sentimientos ante el destrozo anunciado de lo imprescindible, le llevó a ofrecer un gran dibujo de la apisonadora como pizarra donde éstos se expresaran -y así figura aquí con las inscripciones y los nombres que impusieron a la máquina bestial- y a construir metafóricamente el cilindro de gran peso que funciona a modo de rueda delantera y que se dispone a aplastar unas frutas hechas por artesanos en gomaespuma pintada. Me atrevo a sugerir que, además de urgir a remediar lo que la explotación de las multinacionales puede hacer con los agricultores colombianos -y existen referencias sobradas de lo que ha ocurrido en otros países y también en los que sostienen cultivos de droga-, el simulacro podría apuntar a la merma que experimenta el peso de los productos cuando entran en el mercado. Lo que naturalmente es macizo y cargado se hace liviano, casi inexistente, de poco valor.
Otras piezas en el mismo material hacen referencia al olivo y la aceituna y, como dice el artista, a esa visible fantasía sexual popular que bautiza las aceitunas rellenas de pepinillo como Aceituna violá. También al aloe, La mata de los nombres, y los distintos apelativos que recibe, entre ellos Bilis de elefante y Planta que cura. Por cierto que la preocupación por el vocabulario con el que nos apropiamos del mundo es otro de los motivos recurrentes de Guzmán. Y, de modo mucho más complejo, el proyecto Tomaco, que hila una estrambótica invención de Hommer Simpson -un cruce entre las plantas del tomate y el tabaco, que produce Tomaco, rico en nicotina- y que Guzmán a llevado a "la ficción de lo real" hasta el punto de producirlos y diseñar los elementos gráficos para su comercialización.
Nomadismo, injerto, mestizaje... se conforman como ingredientes básicos del trabajo del artista en una confluencia que va más allá de la simple denuncia de los dispositivos económicos o científicos que están metamorfoseando el mundo, para asumirlos en la cotidianeidad del existir de sí mismo. En ese sentido, cobra importancia el que un árbol del caucho que plantó a la puerta de su casa bogotana hace ocho años haya crecido hasta el punto de que ahora, a su regreso, le ha dado pie a la imagen de otro, tan dúctil y tolerante, que admite que todo tipo de frutas cuelguen de sus ramas.
Su regreso a la actualidad expositiva madrileña sólo puede ser recibido como una magnífica noticia y un acicate a la reflexión parejo al que su comportamiento cívico y sus compromisos sociales implican.