Juan Carlos Robles, en el laberinto
Your favorite fantasy
21 diciembre, 2006 01:00Viva las bestias, 2006
La cuarta exposición de Juan Carlos Robles en la galería Oliva Arauna contiene nada menos que quince vídeos, dos series o polípticos de fotografías y una caja de luz, One frame punk, que es un retrato de la Giralda en el instante de ser alcanzada por el rayo. La colaboración con la banda de música belga Puts Marie completa la experiencia audiovisual con tonos que van de la parodia a la frescura y del agrio rechazo al revival. Y en conjunto, desprende buenas dosis de rebeldía ante el actual sistema de imágenes, a veces un desenfado burlón casi ingenuo, raro en este artista, y mucha experimentación.La preocupación de fondo de Robles, sin embargo, parece seguir embargada en "potenciar una reflexión múltiple sobre la mirada": dado que la tecnología "ha trastocado nuestros mecanismos de percepción e interpretación" -que dejan en suspenso la posibilidad de construcción de discursos coherentes en sujetos cuya identidad ha quedado fragmentada-. A tal fin, despliega toda una serie de recursos: explicita la presencia del objetivo de la cámara (en la road movie Big Rock Candy Mountain), descubre el truco tan habitual en la pedantería del videoarte pseudosublime (El arquitecto), multiplica pantallas y abre ventanas (To Basel y Camping Car), condena un frame distorsionado al bucle hipnótico (Toxication) y prueba variados efectos en el tratamiento de la imagen, alguno bastante arriesgado (Fantasmas en mi mente). Los iconos del tránsito: aviones, automóviles, túneles, etc., vuelven a discurrir aquí. Pero esta vez Robles parece haberse pasado al bando del cinismo (apocalíptico) y de la sociología (aburrida) de la anécdota cafre en la mayoría de los trabajos mostrados, a distancia de su obra anterior, que ha donado imágenes imborrables del sujeto contemporáneo, sacándole del anonimato entre sus impuestas ausencias: con una gran carga emocional y resolución serial. (Mención aparte merecerá siempre el retrato histórico y testimonial de su abuela centenaria).
Quizá el proceso de trabajo realizado sobre el barrio sevillano de Las 3.000 Viviendas, inmediatamente precedente y de inflexión antropológica, haya abierto una brecha difícil de cubrir, pues la mirada de Robles es, de raíz, ajena al documental. De manera que sobre sus actuales piezas satíricas contra el folclorismo y la superstición no hay tanto que decir. Pero queda una salida (paradójica): la eficaz imagen circular desde la torre de control de la ciudad encarcelada (Strada) y el panóptico frenético de El laberinto: ahí estamos en la espiral del vértigo.