Mirando las palabras
La palabra imaginada
12 abril, 2007 02:00Jaume Plensa: Poet’s chair, 2002.
Contra todos los que opinan que no hay pensamiento sin lenguaje, se alza la expresión plástica que con su polisemia nos interroga a través de los siglos. Desde siempre, expresión plástica y lingöística se han envidiado, han rivalizado y se han visto obligadas a conjugarse. De una parte, la experiencia íntima de nuestra iniciación a la lectura a través de los cuentos ilustrados nos refiere a la raíz creativa de la doble vertiente del lenguaje desde las inscripciones en el origen. Por otra, en la historia de la progresiva autonomía del Arte la palabra ha cumplido siempre un papel decisivo, a través del debate poesía/pintura al comienzo de la Modernidad y después, en el definitivo giro lingöístico de las vanguardias históricas (del cubismo al surrealismo) y su refundición contemporánea a partir de los años 50: movimientos como letrismo y tachismo, el arte postal en el seno de fluxus y el grupo Art & Language en el conceptual serían precedentes imprescindibles para abordar su rotunda pervivencia. El hálito creativo, poético, por un lado, y la potencia crítica, por otro, son los extremos donde una y otra grafía, a la fuerza paralelas, confluyen.El artista y crítico, y aquí comisario de la muestra, Francisco Carpio, cita a Octavio Paz para enmarcar su proyecto: "Las palabras miran, las miradas piensan". La conexión entre palabra e imagen, siendo un tema recurrente en nuestras salas de exposición durante las últimas décadas, sin embargo, no se había abordado hasta ahora desde la perspectiva exclusiva de su despliegue a lo largo del siglo XX en nuestro país. La palabra imaginada, aunque centrada en su segunda mitad, parte de los antecedentes vanguardistas de la llamada "Edad de Plata" de la literatura española, con los poetas Alberti y Lorca y las composiciones y cuadros de los menos conocidos Giménez Caballero y Moreno Villa, para adentrarse en un recorrido temático-formal, en el que se desgranan motivos, periodos y la sucesión de viejos y nuevos medios: de la pintura y escultura a la fotografía, el vídeo y la holografía.
Sin pretender ser exhaustiva, la selección recoge trabajos de cerca de cincuenta artistas, entre los que destacan, por su diversa fijación con el lenguaje: Evru, López Cuenca, Muntadas y Elena del Rivero. Resulta casi modélica en su vertiente objetual, con obras de Brossa, Tàpies, Mascaró, Valdés, junto a Alicia Martín, los rótulos luminosos de M.A. Rebollo, Sánchez Castillo y la excelente pieza Poet’s Chair de Jaume Plensa. Y en general, abundan obras recientes, transportando a Segovia lo mejor de lo producido en la última década hasta hoy.
Sin embargo, es en el capítulo de las recuperaciones donde esta exposición brilla con luz propia. Bajo el rótulo de "Poesía visual" y partiendo de las Variaciones fonovisuales de Juan Eduardo Cirlot, se pone de relieve la importancia de esta tradición experimental desde los años sesenta con los caligramas de Julio Campal -quien ya montó en 1966 una exposición de poesía de vanguardia: concreta, espacial, cinética, semiótica y fonética en la galería Juana Mordó- y las "poeturas" de Francisco Pino. Y otras derivas en sucesivas generaciones: en los setenta, con José Luis Castillejo, miembro de ZAJ, junto a ese otro gran agitador, Fernando Millán, aquí con dos de sus criptogramas. Y, desde los ochenta, de la mano de la incursión en la cultura visual de Pablo del Barco y la poesía objetual de Antonio Gómez y Bartolomé Ferrando, performer, artista sonoro y junto a Llorens Barber y Fátima Miranda, miembro entonces del Flatus Vocis Trío.